Sábado 20 de abril de 2024

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La historia del martirio sufrido por estos dos nuevos Beatos nos queda muy lejana. Lejana en el tiempo, ante todo, pero, y singularmente por algunos detalles sangrientos, también está lejana de nuestra sensibilidad... ¡aunque la posibilidad humana de ser crueles manifieste a lo largo de los siglos una sorprendente creatividad de perversión! Aún hoy, y lamentablemente desde muchas partes de la tierra, nos llegan dolorosos testimonios. Testimonios de todo tipo; también inhumanos. Pero cuando se trata de hijos e hijas de la Iglesia, que son perseguidos y ejecutados por odio a la fe, o también a una virtud infusa, o por la justicia practicada por amor a Cristo (cf. S. Tommaso, Super Sent. IV, d. 49, q. 5, a. 3, qc. 2 ad 9; Super Rom., VIII, lect. 7), entonces emerge una nueva clave de lectura, que Tertuliano expresó con esta clásica sentencia: semen est sanguis Christianorum, «la sangre de los cristianos es una semilla» (Apologeticus, 49: PL 1, 535).

San Agustín la ampliará con estos términos: «Quienes daban muerte a los mártires ignoraban que, en realidad, su sangre era como una semilla. De hecho, cayendo en tierra unos pocos, brotó esta cosecha. Era, pues, preciosa ante el Señor la muerte de sus santos incluso cuando a los ojos de los hombres parecía sin valor. Pero qué es lo que da valor a aquella muerte sino la muerte del Santo de los santos, es decir, del Señor, la primera semilla de la que ha germinado la Iglesia. Cristo se hacía semilla y germinaba la Iglesia... Seminabat Christus et pullulabat Ecclesia» (cf. Sermo 335/E, 2: PLS 2, 781). Esto es precisamente lo que hoy nosotros estamos celebrando, recordando el martirio de los beatos mártires Pedro Ortiz de Zárate y Juan Antonio Solinas: estamos celebrando el florecer, la primavera de la Iglesia.

En el canto al Evangelio ha sido recordado el versículo de las Bienaventuranzas: «Felices los perseguidos por causa de la justicia…». El Papa Francisco lo comenta así: «La cruz, sobre todo los cansancios y los dolores que soportamos por vivir el mandamiento del amor y el camino de la justicia, es fuente de maduración y de santificación. Recordemos que cuando el Nuevo Testamento habla de los sufrimientos que hay que soportar por el Evangelio, se refiere precisamente a las persecuciones». Y concluye: «Aceptar cada día el camino del Evangelio, aunque nos traiga problemas, esto es santidad» (Exhort. Apost. Gaudete et exsultate, 92. 94).

El martirio de nuestros dos Beatos nos resulta bien conocido: fueron, el uno y el otro, ministros de la primera evangelización. Del beato Pedro, natural de esta tierra argentina, se podría decir lo que Robert Whittington, un contemporáneo de santo Tomás Moro dijo de él: «Es hombre de la inteligencia de un ángel y de un conocimiento singular. No conozco a su par. Porque ¿dónde está el hombre de esa dulzura, humildad y afabilidad? Y, como lo requieren los tiempos, hombre de maravillosa alegría y aficiones, y a veces de una triste gravedad. Un hombre para todas las épocas». También del beato Pedro se dirá que fue un hombre para todas las épocas, es decir, testigo de Cristo en muchos estados de vida. Un testigo del proceso lo ha descrito como «buen político, buen marido y padre, y luego un excelente sacerdote, que conocía bien a los indios y los defendía, los bautizaba y cuidaba como cristianos» (Summarium Testium XVII, §129).

En cuanto al beato Juan Antonio, él era italiano, natural de Cerdeña. Ingresó en la Compañía de Jesús e, inmediatamente después de su ordenación sacerdotal, llegó a tierras de misión, dedicándose también él a la evangelización de los indios, y al respecto los testimonios han destacado su generosa entrega a sus necesidades, tanto espirituales como materiales; así como la atención pastoral en favor de los españoles, que habitaban en aquellas tierras.

Fue el impulso misionero el que los condujo hacia un encuentro mutuo. Juntos se pusieron al servicio del Evangelio y fueron fieles hasta el derramamiento de la sangre. De hecho, la historia de su martirio nos recuerda las palabras de San Ignacio de Antioquía, que encontramos escritas en su carta a los romanos: «Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo» (Ai Romani IV, 1: Funk, Patres Apostolici, I, 256).

En estas palabras, que nos llegan desde los primeros siglos de la Iglesia, se nos vuelve a proponer la íntima relación que existe entre el martirio y la Eucaristía. San Agustín escribe: «Ofreciéndonos su sangre para la remisión de nuestros pecados, Cristo nos ha dado no tanto un ejemplo a imitar, sino sobre todo un don que hay que agradecerle. Por esto, cada vez que los mártires derraman su sangre por los hermanos, devuelven el don que ellos han recibido en la mesa del Señor» (cf. In Io. ev. tract. 84, 2: PL 35, 1847: talia exhibuerunt, qualia de mensa dominica perceperunt).

Es de la Eucaristía, en efecto, que nace la fuerza para ser cristianos, para seguir siendo cristianos, para vivir como cristianos. Quizá (y creo que realmente es así), si hoy hay un cristianismo débil y fluido e, incluso, una situación en la que hay vergüenza en mostrarse como cristiano; y también, paradójicamente lo contrario, donde hay cálculo e interés en declararse como tal; si para muchos la fe se reduce a una «cosa», que se pierde con facilidad, la razón está en la lejanía de la Eucaristía.

San Carlos Borromeo, gran obispo de la Iglesia de Milán en el siglo XVI, con referencia a la expresión «pan de los fuertes», que en el Salmo 78 se refiere al don del maná al pueblo de Israel que caminaba por el desierto y en la tradición cristiana alude a la Eucaristía, refiriéndose precisamente a los mártires, dijo: «¡Cuán sorprendente es la fuerza de los primeros cristianos, de ambos sexos, que se armaban para el martirio con este Santísimo Alimento... y con razón! Este pan de los fuertes, como lo llama la Escritura, da fuerza; para ellos las cuerdas, los grilletes, las cadenas en las manos, la prisión, el ayuno, el hambre eran más dulces que el panal y la miel... Fueron a la muerte con mayor diligencia de cuanto nosotros buscamos la vida. En cambio, cuánta debilidad cuando dejamos de tomar este alimento, qué dolencia, cuánta inseguridad... Cuando el Señor Jesús, según el Evangelio de Marcos, resucitó a la hija del jefe de la Sinagoga, mandó que le dieran de comer: por esto sabemos que nuestras almas no pueden permanecer vivas y fuertes por mucho tiempo sin alimento espiritual» (Omelie sull’Eucaristia, Paoline, Milano 2005, 132-133).

También nosotros, en el día de la beatificación de los mártires Pedro Ortiz de Zárate y Juan Antonio Solinas, estamos celebrando la Santa Eucaristía. Recemos así: «Oh Padre, que guías a tu Iglesia peregrina en el mundo, sostenla con la fuerza del alimento que no perece, para que, perseverando en la fe y en el amor, llegue a contemplar el resplandor de tu rostro. Amén».

San Ramón de la Nueva Orán, Salta (Argentina), 2 julio 2022

Card. Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio Pontificio para las Causas de los Santos

Cuando Jesús se encuentra con Marta se produce un diálogo entre ambos: “Si hubieses estado aquí mi hermano no hubiera muerto. Pero se que Dios te concederá todo lo que le pidas (…) Creo”. (Cf. Jn.11, 21ss).

Marta Cree en Jesús.

Nosotros estamos hoy celebrando esta Conmemoración de los Fieles Difuntos. Y estamos aquí junto al altar como Marta junto a Jesús, porque creemos como ella que todo el que cree en Él no morirá jamás. Y con ella que recordó e intercedió por su hermano Lázaro, recordamos a todos los que de una u otra manera, se cruzaron en nuestras vidas y que ahora pedimos por ellos, para que estén en la Gloria del Padre Eterno… para que no mueran para siempre.

Pero pedimos especialmente por todos aquellos que fueron víctimas de esta pandemia que asola al mundo. Todos los que murieron solos, sin su familia al lado que los acompañara. Los que no pudieron ser despedidos por sus seres queridos. Los que, desde la más sola de las soledades como es la soledad de la muerte, murieron en este año.

Cuantas cosas seguramente mueve en nuestros corazones esta celebración. Cuantas historias hay detrás de cada recuerdo. Cuanto amor que espera consumarse definitivamente en el encuentro con Dios.

Porque para los que tenemos fe, como Marta, la hermana de Lázaro, creemos en que Jesús nos tiene preparada una habitación porque “en la casa de mi padre hay muchas habitaciones” (Jn. 14,2) y esperamos que nuestros hermanos difuntos estén participando de ella.

Por eso, este momento de recuerdo amable y de recuerdo activo, es también para nosotros un momento de fe, de profunda confianza en que Dios volverá a reunir lo que está esparcido. Volverá a unir los “pedazos de nuestro corazón” que están dispersos por el dolor de la pérdida y quizá también por el dolor de no habernos podido despedir.

Todo será sanado por Dios. Todo quedará restaurado. “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21,5). Rezando el salmo de hoy “desde lo profundo te invoco Señor, Señor escucha mi oración”, quedamos a la espera de esta promesa de Jesús mientras pedimos que reciba en su casa y en su mesa a los que amamos.

Amén.

Mons. Rubén Oscar López, administrador diocesano de Avellaneda-Lanús

 “Quien permanece en mí y yo en él, da mucho fruto, porque sin mí no pueden hacer nada".

Con estas palabras que hemos escuchado del Evangelio de Juan, Jesús, en la última cena se dirige a sus discípulos y los exhorta a permanecer unidos a Él como las ramas a la vid.

La imagen de la vid y las ramas y es muy elocuente para expresar cuánto es necesario para el cristiano vivir en comunión con Dios. Su fuerza reside precisamente aquí: tener una relación personal con Jesús, íntima, profunda y hacer de la Eucaristía el momento más alto de su relación con Dios.

Queridos hermanos y hermanas, hoy nos sentimos especialmente admirados y atraídos por la vida y el testimonio de Carlo Acutis, a quien la Iglesia reconoce como modelo y ejemplo de vida cristiana, proponiéndolo sobre todo a los jóvenes. Es natural preguntarse: ¿qué tenía de especial este joven de 15 años?

Recorriendo su biografía, encontramos algunos puntos fijos que ya lo caracterizan humanamente.

Era un joven normal, sencillo, espontáneo, simpático (basta mirar su fotografía), amaba la naturaleza y los animales, jugaba fútbol, tenía muchos amigos de su edad, se sintió atraído por los medios modernos de comunicación social, apasionado por la informática y autodidacta construyó programas, como ha dicho el Papa Francisco “para transmitir el Evangelio, comunicar valores y belleza”. Tenía el don de atraer y fue percibido como un ejemplo.

Desde pequeño -lo testimonia su familia- sintió la necesidad de la fe y tenía su mirada dirigida hacia Jesús. El amor a la Eucaristía fundó y mantuvo viva su relación con Dios. A menudo decía “La Eucaristía es mi autopista al cielo”.

Cada día participaba en la Santa Misa y permanecía durante mucho tiempo en adoración ante el Santísimo Sacramento. Carlo decía: "Se va directo al cielo si te acercas todos los días a la Eucaristía”.

Jesús era para él Amigo, Maestro, Salvador, era la fuerza de su vida y el objetivo de todo lo que hacía. Estaba convencido que para amar a las personas y hacer su bien, es necesario sacar energía del Señor.

Su ardiente deseo era también el de atraer al mayor número de personas a Jesús, haciéndose anunciador del Evangelio sobre todo con el ejemplo de vida. Fue precisamente el testimonio de su fe lo que le llevó a emprender con éxito una obra de asidua evangelización en los ambientes que frecuentaba, tocando el corazón de las personas que encontraba y despertando en ellas el deseo de cambiar de vida y acercarse a Dios. Y lo hacía con espontaneidad, mostrando con su modo de ser y de comportarse el amor y la bondad del Señor. De hecho, era extraordinaria su capacidad de testimoniar los valores en los que creía, incluso a costa de enfrentarse a malentendidos, obstáculos y, a veces, a pesar de que se rieran de él.

Carlo sentía una fuerte necesidad de ayudar a las personas y descubrir que Dios está cerca de nosotros y que es hermoso estar con Él para disfrutar de su amistad y de su gracia.

Para comunicar esta necesidad espiritual utilizó todos los medios, incluidos los modernos medios de comunicación social, que sabía utilizar muy bien, en particular Internet, que consideró un regalo de Dios y una herramienta importante para encontrar a las personas y difundir los valores cristianos.

Su modo de pensar le hizo decir que la red no es solo un medio de evasión, sino un espacio de diálogo, conocimiento, intercambio, de respeto recíproco, para ser usado con responsabilidad, sin convertirse en esclavos de ella y rechazando el bullismo digital, en el limitado mundo virtual que es necesario saber distinguir el bien del mal.

En esta perspectiva positiva, animó a utilizar los medios de comunicación como medios al servicio del Evangelio, para alcanzar el mayor número posible de personas y hacerles conocer la belleza de la amistad con el Señor.

Para ello se comprometió a organizar la exposición de los principales milagros eucarísticos ocurridos en el mundo, que también utilizó al impartir el catecismo a los niños.

Era muy devoto a la Virgen. Rezaba cada día el Rosario, se consagró varias veces a María para renovar su afecto por ella e implorar su protección.

Por lo tanto, oración y misión: estos son los dos rasgos distintivos de la fe heroica del beato Carlo Acutis, que en el transcurso de su vida breve lo llevó a encomendarse al Señor, en todas las circunstancias, especialmente en los momentos más difíciles.

Con este espíritu vivió la enfermedad que enfrentó con serenidad y lo condujo a la muerte.

Carlo se abandonó entre los brazos de la Providencia y bajo la mirada materna de María repetía: “Quiero ofrecer todos mis sufrimientos al Señor por el Papa y la Iglesia. No quiero ir al purgatorio, quiero ir directo al Cielo”.

Hablaba así, recordemos, un joven de 15 años, revelando una sorprendente madurez cristiana, que nos estimula y nos anima a tomarnos en serio la vida de fe.

Carlo despertaba además una gran admiración por el ardor con el que, en las conversaciones, defendió la santidad de la familia y la sacralidad de la vida contra el aborto y la eutanasia.

El nuevo Beato representa un modelo de fuerza, ajeno a cualquier compromiso, consciente de que para permanecer en el amor de Jesús es necesario vivir concretamente el Evangelio, incluso a costa de ir contracorriente.

Realmente hizo suyas las palabras de Jesús: "Este es mi mandamiento que se amen los unos a los otros como yo los he amado". Esta certeza en su vida lo llevó a tener una gran caridad con el prójimo. Sobretodo hacia los pobres, los ancianos, las personas solas y abandonadas, sin techo, los discapacitados y las personas marginadas. Carlo fue siempre acogedor con los necesitados y cuando iba a la escuela los encontraba en la calle y se detenía a hablar, escuchaba sus problemas y, en la medida de lo posible, los ayudaba.

Carlo nunca se centró en sí mismo, sino que fue capaz de comprender las necesidades y los requerimientos de las personas, en quienes veía el rostro de Cristo. En este sentido, por ejemplo, no dejó de ayudar a sus compañeros de clase, en particular los que estaban en problemas.

Una vida luminosa, por tanto, totalmente entregada a los demás, como el Pan Eucarístico.

Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia hoy se regocija. Porque en este joven beato se cumplen hoy las palabras del Señor: “Yo he elegido a ustedes y los he constituido para que vayan y lleven mucho fruto”. Y Carlo fue y llevó el fruto de la santidad, mostrándola como meta al alcance de todos y no como algo abstracto y reservado para unos pocos.

Su vida es un modelo particularmente para los jóvenes, para no encontrar justificaciones no solo en los éxitos efímeros, sino en los valores perennes que Jesús sugiere en el Evangelio, es decir, para poner a Dios en primer lugar en las grandes y pequeñas circunstancias de la vida, y para servir a los hermanos especialmente los últimos.

La beatificación de Carlo Acutis, hijo de la tierra lombarda y enamorado de la tierra de Asís, es una buena noticia, un anuncio fuerte que un joven de nuestro tiempo, uno como muchos,

ha sido conquistado por Cristo y se ha convertido en un faro luminoso para quienes quieren conocerlo y seguir su ejemplo.

Él testificó que la fe no nos aleja de la vida, sino que nos sumerge profundamente en ella, indicándonos el camino concreto para vivir la alegría del Evangelio. Depende de nosotros seguirlo, atraídos por la fascinante experiencia del Beato Carlo para que nuestra vida pueda brillar de luz y esperanza.

Beato Carlo Acutis, ruega por nosotros.

Card. Agostino Vallini, legado pontificio para las basílicas de San Francisco y Santa María de los Ángeles

Querido Monseñor Mario Cargnello, queridos sacerdotes, querida comunidad religiosa que nos acompañan junto a la comunidad de Cafayate.

Hoy es también un día, una misa muy solemne aunque no la hemos podido celebrar el día del Jueves Santo, pero hoy también nos convoca ese Gran Sacerdote y Único Sacerdote que es Nuestro Señor Jesucristo para que los que Él nos eligió para su servicio pastoral y evangelizador renovemos hoy ese gran compromiso que tenemos frente a Jesús y frente también a nuestra comunidad.

Por eso, en primer lugar, agradecer la presencia de Monseñor Mario, también la presencia de los sacerdotes que han podido pasar después de toda esta pandemia, que algunos no han podido venir desde Santa María, tampoco de San José para que pudieran estar con nosotros hoy aquí. Por eso, en primer lugar es una misa sacerdotal, nos dice el rito de la renovación que muchas veces debemos recordar, conmemoramos hoy el día en que Cristo, Nuestro Señor, comunicó su sacerdocio a los apóstoles y a nosotros. Hoy también el día del Jueves Santo es cuando conmemoramos además de la institución de la Eucaristía, en el día de la caridad, la institución del sacerdocio, por eso nos sentimos gozosos y alegres por esa elección que Dios ha hecho de cada uno de nosotros y queremos también unirnos íntimamente a Nuestro Señor Jesucristo, modelo de nuestro sacerdocio. Ojalá que cada uno de nosotros, hermanos, sigamos imitando a este Jesús, el Gran Sacerdote para que, para que renunciando a nosotros mismos y reafirmando nuestros compromisos sagrados seamos impulsados por ese amor de Cristo para servicio de la Iglesia, que el amor de Cristo, que Él nos eligió para que, para el servicio de su Iglesia. Ojalá que cada uno de nosotros sigamos sirviendo también a la Iglesia en nuestra Prelatura de Cafayate con esa alegría, con ese entusiasmo.

Hoy también es un día de alabanza y de agradecimiento por todos los servicios que estamos realizando momento tras momento y también vamos a renovar esa promesa que hicimos, que somos fieles dispensadores de los misterios de Dios por medio de la Sagrada Eucaristía y de las demás acciones litúrgicas.

Nos ha dicho monseñor que hoy también al bendecir y consagrar los santos óleos, el óleo de los enfermos, de los catecúmenos y el santo crisma, que es como la fuente de santidad para que todos los niños cuando nazcan, los ancianos también, cuando vayan a la Patria Celestial lleven siempre esa marca y ese signo del Señor. Y ojalá que cada uno de nosotros sigamos cumpliendo fielmente con el sagrado oficio de enseñar, debemos seguir recordando, enseñando todo lo que hemos aprendido y todo lo que el Señor, cada día, en la oración y en el rezo de la sagrada liturgia nos va mostrando a ejemplo de quien, a ejemplo de Cristo, Cabeza y Pastor, no movidos por el deseo de los bienes terrenos, sino impulsados solamente por el bien de los hermanos. Que esas promesas que hoy vamos a renovar las sintamos en nuestros corazones, ese deseo de servir a nuestros hermanos que tantas veces lo hemos recordado y también hoy pido a toda la comunidad que oren por sus sacerdotes, que el Señor derrame abundantemente sobre ellos sus dones celestiales; sé que oran, pero que sigamos orando para que esos dones celestiales el Señor derrame abundantemente sobre cada uno de nuestros sacerdotes, diáconos y también de nuestros catequistas, que hacen este mes también, celebremos su día y de los ministros de comunión y de todas las personas que de una u otra forma somos también y pertenecemos, como nos ha dicho la lectura, a ese reino de sacerdotes.

Oren también y vamos a orar por nuestro arzobispo para que su ministerio apostólico que se le ha encomendado, nos siga también ayudando, acompañando y protegiendo. Le pidamos a Nuestra Madre, la Virgen del Rosario, que ella también como madre, igual que cuidó ese colegio apostólico, siga cuidando la fraternidad y el amor como hermanos de todos nuestros sacerdotes y le pidamos también, muy especialmente, por nuestras autoridades para que sigan dirigiendo a nuestra prelatura y también sigan sanando a nuestros enfermos. Le damos gracias y alabando, porque hasta ahora el Señor nos ha seguido protegiendo, le pidamos a Él que nos siga ayudando y también que podamos servir con esa ayuda de la Santísima Virgen a todos nuestros hermanos y a todas nuestras comunidades.

R.P. Pablo Hernando Moreno OSA, administrador apostólico de Cafayate