Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo

GARCÍA CUERVA, Jorge Ignacio - Homilías - Homilía de monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, en la solemnidad del Corpus Christi (21 de junio de 2025)

El evangelio nos dice que Jesús devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados (Lc 9, 11). Pensemos en aquella gente: personas cansadas del camino de la vida, enfermos, heridos en el corazón por la tristeza y la angustia, frágiles, solos, cargando la culpa de sus pecados; pero, también, con ganas de estar cerca del Señor, de escuchar su Palabra, y de ser curados. Como que, a pesar de tanto sufrimiento, la multitud no baja los brazos, porque pone su esperanza en Jesús; el cimiento de su esperanza es la fidelidad de Dios, que no abandona y que anima siempre a confiar en Él.

El relato del Evangelio continúa diciendo “Al caer la tarde” (Lc 9, 12). Está oscureciendo, parece que también se están yendo las luces de la alegría, del entusiasmo, del compromiso. Con las tinieblas de la noche, avanzan las penumbras del individualismo y del sálvese quien pueda. Por eso los discípulos le piden a Jesús que despida a la multitud para que busque albergue y alimentos.

Un albergue es un lugar para resguardarse o cobijarse; todos necesitamos contención, necesitamos cobijarnos en los brazos de quienes nos quieren; sentirnos contenidos por la familia, por la comunidad, por los amigos. Y a la vez, tantas personas despojadas de un lugar digno para vivir, un lugar físico donde descansar, un techo donde guarecerse del frio y de los riesgos de la calle, por eso hoy los acompañamos con el gesto de las frazadas.

Como aquella multitud, también en este momento hay muchos hermanos con hambre que la están pasando mal, y necesitan alimentos; pero todos también tenemos hambre de Dios. Tenemos hambre de solidaridad capaz de abrir nuestros encierros y soledades. Tenemos hambre de fraternidad para que la indiferencia, el descrédito y la descalificación no llenen nuestras mesas y no tomen el primer puesto en nuestro hogar. Tenemos hambre de esperanza capaz de despertar la ternura y sensibilizar el corazón abriendo caminos de transformación y conversión.

Y lo más hermoso que sucede es que, a pesar de la sugerencia de los discípulos, Jesús no despide a la gente; se hace cargo de nuestras penurias y nos anima a todos a hacernos cargo también de las necesidades de los demás, por eso dice: “Denles de comer ustedes mismos” (Lc 9, 13)

Luego el relato del evangelio, nos cuenta que Jesús los hizo sentar en grupos de cincuenta (cfr Lc 9, 14). Parece que quiere que la gente se organice. Como decía el lema de la colecta nacional de Cáritas la semana pasada: “Sigamos organizando la esperanza”, porque no hay mejor ayuda que la que se organiza. Y entonces, aquella multitud hambrienta y necesitada, mientras se iba sentando en grupos, debe haber encendido la esperanza en sus corazones de que Dios escuchó su clamor, porque como dice León XIV no hay ningún grito que Dios no escucha, incluso cuando no somos conscientes de dirigirnos a Él.[1]

No es un detalle menor la oración que detalla que los discípulos los hicieron sentar a todos (Lc 9, 15). En la mesa de Jesús hay lugar para todos, porque todos nos sentimos frágiles, todos estamos un poco heridos, todos somos pecadores necesitados de su misericordia. En su mesa nos sentamos todos y nos animamos en la esperanza; nos animamos en el encuentro y en la fraternidad. El Papa dice que somos verdaderamente la Iglesia del Resucitado y los discípulos de Pentecostés sólo si entre nosotros no hay ni fronteras ni divisiones, si en la Iglesia sabemos dialogar y acogernos mutuamente integrando nuestras diferencias, si como Iglesia nos convertimos en un espacio acogedor y hospitalario para todos.[2]  Allí celebramos la Eucaristía que es la respuesta de Dios al hambre profundo del corazón humano, al hambre de vida verdadera; en Ella Cristo mismo está realmente en medio de nosotros para nutrirnos, consolarnos y sostenernos. Como a Elías, que aquel ángel lo tocó y le dijo: “Levántate y come porque todavía te queda mucho por caminar” (1 Rey 19, 7). Así él se levantó, comió y fortalecido por ese alimento continuó su camino.

Hoy como Iglesia de Buenos Aires, estamos reunidos en torno a la Mesa del Señor; venimos a alimentarnos de Él que es el Pan de vida; en su mesa compartimos la esperanza; y también nos sostenemos en la esperanza de los amigos, de los hermanos de la vida, con los cuales seguimos peregrinando. Porque la institución eucarística no es un gesto ritual, desligado de la vida, sino que es el signo que expresa lo que tenemos que practicar los cristianos: el amor en la solidaridad y el servicio humilde a los demás.

Al final, el relato del evangelio nos dice que todos comieron hasta saciarse (Lc 9, 17). Por eso hoy te pedimos Señor que en tu mesa nos alimentes con tu Cuerpo y con tu Sangre porque te necesitamos mucho, y que volvamos a descubrir el sabor comunitario de celebrar unidos la misa en nuestras comunidades. Ya que como nos decía el Papa Francisco: La celebración dominical de la eucaristía está en el centro de la vida de la Iglesia. Nosotros cristianos vamos a misa el domingo para encontrar al Señor resucitado, o mejor, para dejarnos encontrar por Él, escuchar su palabra, alimentarnos en su mesa y así convertirnos en Iglesia, es decir, en su Cuerpo místico viviente en el mundo (...) ¿Cómo podemos practicar el Evangelio sin sacar la energía necesaria para hacerlo, un domingo después de otro, en la fuente inagotable de la eucaristía? No vamos a misa para dar algo a Dios, sino para recibir de Él aquello de lo que realmente tenemos necesidad.[3]

Querida Iglesia de Buenos Aires, queridos niños, jóvenes, adultos, queridas familias, laicos, religiosas y religiosos, diáconos, queridos hermanos sacerdotes, quisiera que hoy nos comprometamos, desde la mesa de la Eucaristía, a sostenernos en la esperanza unos a otros, impulsados a ser testigos de Jesús resucitado con mucha alegría; y a la vez, los invito a renovar el compromiso de ser peregrinos de esperanza para tantos hermanos que no dan más, que viven desalentados, sin fuerza y que ya bajaron los brazos. Así lo expresaba poéticamente Pedro Casaldáliga cuando escribía:

Unidos en el pan los muchos granos, iremos aprendiendo a ser la unida Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.

Comiéndote sabremos ser comida.[4]

Por eso, seguirán resonando en nuestros corazones las palabras del Señor que hoy nos vuelve a pedir: Denles de comer ustedes mismos.

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
21 de junio 2025


Notas:
[1] León XIV, Audiencia general, Ciudad del Vaticano 11 de junio 2025.
[2] León XIV, Homilía Solemnidad de Pentecostés, Ciudad del Vaticano 8 de junio 2025.
[3] Francisco, Audiencia general, Ciudad del Vaticano 17 de diciembre 2017.
[4]Casaldáliga, Pedro, Mi cuerpo es comida, en Sonetos neobíblicos, precisamente, Buenos Aires 1996.