El Papa rezó por los presos e invocó a San José a 7 años del inicio de su papado

  • 19 de marzo, 2020
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta

Hoy, 19 de marzo, solemnidad de San José, en la misa matutina celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta, el Santo Padre elevó una oración especial por las personas que se encuentran recluidas en las cárceles y recordó la importancia de la adoración, invitando a los fieles a la comunión espiritual.

Al cumplirse hoy el séptimo aniversario del inicio de su ministerio petrino, al comienzo de la celebración eucarística, transmitida en vivo y sin asistentes por el coronavirus, el pontífice expresó: “Recemos hoy por los hermanos y hermanas que están en las cárceles: ellos sufren mucho por la incertidumbre de lo que sucederá dentro de la cárcel, y también pensando en sus familias, cómo están, si alguien está enfermo, si falta algo. Estamos cerca de los detenidos que sufren tanto en este momento de incertidumbre y dolor”.

En la homilía, al comentar el Evangelio de hoy, el pontífice expresó que San José, “era un hombre justo, es decir, un hombre de fe, que vivía la fe”.

“José –prosiguió- fue un hombre de fe, y por eso era ‘justo’. No solo porque creía, sino también porque vivía esa fe. Un hombre ‘justo’. Fue elegido para educar a un hombre que era un hombre de verdad, pero que también era Dios: se precisaba un hombre-Dios para educar a un hombre así, pero no lo había. El Señor eligió a un hombre "justo", un hombre de fe. Un hombre capaz de ser un hombre y también capaz de hablar con Dios, de entrar en el misterio de Dios. Y así fue la vida de José. Vivir su profesión, su vida de hombre y entrar en el misterio. Un hombre capaz de hablar con el misterio, de interactuar con el misterio de Dios. No era un soñador. Entró en el misterio. Con la misma naturalidad con la que llevó a cabo su oficio, con esa precisión que tenía en su oficio: fue capaz de ajustar un ángulo milimétrico en la madera, sabía cómo hacerlo; fue capaz de rebajar, de reducir un milímetro la madera, la superficie de una madera. Con esto quiero decir que era preciso. Pero también, capaz de entrar en el misterio, que él no podía controlar”.

“Esa fue la santidad de José: llevar adelante su vida, su oficio, con rectitud, con profesionalidad; y llegado el momento, entrar en el misterio. Cuando el Evangelio nos habla de los sueños de José, nos hace entender esto: él entra en el misterio”.

“Pensando en la Iglesia –continúo Francisco-, hoy, en esta solemnidad de San José, nuestros fieles, nuestros obispos, nuestros sacerdotes, nuestros consagrados y consagradas, los papas, ¿son capaces de entrar en el misterio? ¿O es necesario que se regulen de acuerdo con las prescripciones que los defienden de lo que no pueden controlar? Cuando la Iglesia pierde la posibilidad de entrar en el misterio, pierde la capacidad de adorar. La oración de adoración sólo puede darse cuando uno entra en el misterio de Dios”.

“Pidamos al Señor –concluyó- la gracia de que la Iglesia pueda vivir en lo concreto de la vida cotidiana, y también en lo concreto –entre comillas– del misterio. Si no puede hacerlo, será una Iglesia a medias, será una asociación piadosa, llevada adelante por prescripciones, pero carente de sentido de adoración. Entrar en el misterio no es soñar; entrar en el misterio es, justamente, esto: adorar. Entrar en el misterio es hacer hoy lo que haremos en el futuro, cuando lleguemos ante la presencia de Dios: adorarlo. Que el Señor le conceda a la Iglesia esta gracia”.

Antes de concluir la misa el Papa exhortó a la comunión espiritual en este tiempo difícil, por la pandemia del coronavirus que provocó que en Italia se suspendan las misas con participación de la feligresía, para evitar los contagios.

“A todos los que se encuentran lejos, dijo, y siguen la misa por televisión, los invito a la comunión espiritual:

“A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito, que se abandona en su nada y en tu santa presencia. Te adoro en el sacramento de tu amor, deseo recibirte en la pobre morada que mi corazón te ofrece. Mientras aguardo la felicidad de la comunión sacramental, quiero tenerte en mi espíritu. Ven a mí, oh Jesús mío, que yo vaya hacia Ti. Que tu amor pueda inflamar todo mi ser, para la vida y para la muerte. Creo en Ti, espero en Ti, te amo. Que así sea”.+