Mons. Bochatey animó a la fraternidad y la atención de los más frágiles

  • 30 de abril, 2020
  • La Plata (Buenos Aires) (AICA)
El obispo auxiliar de La Plata compartió una reflexión en la revista Agente

El obispo auxiliar de La Plata, monseñor Alberto Bochatey OSA, compartió una reflexión titulada “La pandemia y la fraternidad universal” en la revista Agente, de la Pastoral Social de la arquidiócesis.

“La pandemia del Covid-19 que nos ha sorprendido al inicio del año 2020 no estaba en los planes de nadie y nos apabulló dejándonos literalmente sin reacción, creando inseguridad y en muchos casos temor y pánico”, admitió el obispo.

“Como siempre en estas situaciones la persona reacciona de formas sorprendentes: sale lo mejor de cada uno o lo peor; frente al primer momento de estupor se pone en movimiento con iniciativas creativas o se paraliza; se compromete solidariamente o se encierra en el egoísmo; se adapta positivamente a la nueva realidad o se deprime con angustia; toma coraje y energía o se llena de temor y debilidad. Podríamos seguir con una larga lista de actitudes o sentimientos de toda clase. Sea como sea, se impone una reflexión racional, ética y de fe, al menos para los que la tenemos”, describió.

“Desde la Pontificia Academia para la Vida del Vaticano, hemos publicado una nota sobre la Pandemia y Fraternidad Universal donde, entre otras cosas, decíamos que en medio de nuestra euforia tecnológica y gerencial, nos encontramos social y técnicamente impreparados ante la propagación del contagio del Covid-19: hemos tenido dificultades en reconocer y admitir su impacto. E incluso ahora, estamos luchando fatigosamente para detener su propagación. Pero también observamos una falta de preparación -por no decir resistencia- en el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad física, cultural y política ante el fenómeno, si consideramos la desestabilización existencial que está causando”, señaló. “Esta desestabilización está fuera del alcance de la ciencia y de la técnica. Es ciertamente indiscutible que, además de buscar medicamentos y vacunas, es igualmente urgente adquirir una mayor profundidad de visión, así como una mayor responsabilidad en la contribución reflexiva al significado y los valores del humanismo, en razón de nuestra humanidad compartida en la ‘casa común’”.

En ese sentido, consideró que “la coyuntura excepcional que hoy desafía a la fraternidad de la humana communitas debe transformarse en una oportunidad para que este espíritu de humanismo modele la cultura institucional en el tiempo”.

“Esta traumática situación nos deja en claro que no somos dueños de nuestro propio destino. Y hasta la ciencia muestra sus propios límites. Ya lo sabíamos: sus resultados son siempre parciales, provisionales y revisables pero fantaseábamos creyendo que era todo seguridad indiscutible: ‘Lo dice la ciencia…’. Hemos captado, con nueva claridad, la gradualidad y complejidad que requiere el conocimiento científico, con sus exigencias de metodología y verificación; la precariedad y los límites de nuestro conocimiento”.

“El contagio se extiende muy rápidamente de un país a otro; lo que le sucede a alguien se convierte en algo decisivo para todos. Esta coyuntura hace que lo que sabíamos sea aún más evidente, sin hacernos responsables de ello adecuadamente: para bien o para mal, las consecuencias de nuestras acciones siempre recaen sobre los demás. Nunca hay actos individuales que no tengan consecuencias sociales: esto se aplica a las personas, lo mismo que a las comunidades, sociedades y poblaciones individuales. Las naciones tienen sentido en la interrelación de la comunidad internacional: las ideologías nacionalistas se confirman una vez más inadecuadas y peligrosas”, señaló.

Al respecto, compartió dos perspectivas de pensamiento que “se han convertido en puntos de referencia en lo que respecta a la libertad y los derechos”, y que están siendo cuestionadas:

1)Mi libertad termina donde comienza la del otro: “La fórmula, ya peligrosamente ambigua en sí misma, es inadecuada para la comprensión de la experiencia real. Nuestras libertades siempre se entrelazan y se superponen, es necesario aprender a hacerlas cooperar, en vista del bien común y superar las tendencias, que incluso la epidemia puede alimentar, de ver en el otro una amenaza ‘infecciosa’ de la cual distanciarse y un enemigo del cual protegerse”.

2) Mi vida depende única y exclusivamente de mí: “Esto no es así. Somos parte de la humanidad y la humanidad es parte de nosotros: no hay derecho alguno que no tenga como implicación un deber correspondiente: la coexistencia de lo libre e igual es un tema exquisitamente ético, no técnico”.

“Esta dicotomía deberá encontrar una superación en las decisiones políticas que tendrán ciertamente que tener en cuenta los datos científicos, pero que no pueden reducirse a ese nivel. Permitir que los fenómenos humanos se interpreten sólo sobre la base de categorías de ciencia empírica producirá respuestas a nivel técnico pero no humano o antropológico. Esta lógica tampoco respeta las diferencias entre las culturas, que interpretan la salud, la enfermedad, la muerte y los sistemas de asistencia atribuyendo significados que en su diversidad pueden constituir una riqueza”, explicó.

“Lo que necesitamos en cambio es una alianza entre la ciencia y el humanismo, que deben ser integrados y no separados o, peor aún, contrapuestos. Una emergencia como la de Covid-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad y la ética. Los medios técnicos y clínicos de contención deben integrarse en una vasta y profunda investigación para el bien común, sin discriminación o separación de los vulnerables en función de la edad, ciudadanía, nivel económico u otro”, advirtió.

“Debemos prestar especial atención a los que son más frágiles, sobre todo a los ancianos y discapacitados. Habrá muchas más muertes allí donde no se garantice a las personas una atención sanitaria básica en su vida cotidiana”, destacó.

“La mayor penalización a la que están sometidos los más frágiles, nos insta a prestar mucha atención a la forma en que algunos hablan de la acción de Dios: no podemos interpretar los sufrimientos por los que pasa la humanidad en el crudo esquema que establece una correspondencia entre la ‘majestad herida’ de lo divino y la ‘represalia sagrada’ emprendida por Dios. Escuchar las Escrituras y el cumplimiento de la promesa de Jesús nos muestra que estar del lado de la vida, como Dios nos enseña, se concreta en gestos de humanidad hacia el otro. Cada forma de solicitud, cada expresión de benevolencia es una victoria del Resucitado. Es responsabilidad de los cristianos dar testimonio de Él. Siempre y para todos”, concluyó.+