Mons. Buenanueva: La llamada de Dios nos habita

  • 6 de mayo, 2020
  • San Francisco
En el marco de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

En una nueva entrega de sus reflexiones semanales en el periódico “La Voz de San Justo”, el obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, dedicó su columna a la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. En ese marco, se refirió a “San Agustín, llamado y provocado por Dios”.

“Según el diccionario, la palabra ‘vocación’ indica la acción de llamar. Alguien llama a alguien. Pues sólo las personas poseen palabras que interpelan, llaman y provocan”, afirmó.

“Vocación no es cualquier llamada. Es aquella que, por más que uno se empeñe, no se puede acallar. Es una voz que suena y resuena, una y otra vez”, detalló. “Se puede desoír. Se puede huir de ella. Se puede tapar con muchos ruidos. Pero, siempre estará ahí, abriéndose espacio, inquietando e incomodando”.

“Es, además, una llamada que intima. La de la vocación es una voz siempre en imperativo. La vocación apunta a la propia conciencia y, sobre todo, a la libertad. Es su provocación más fuerte y escandalosa. Puede incluso vivirse como violenta”, advirtió. “Es, sin embargo, un imperativo que nos salva en la misma medida en que cedemos a su pretensión de absoluto”, consideró.

“Aquí, cedo la palabra a un maestro de vida que sabe, como pocos, lo que significa sentir esa Voz que llama y todo lo trastoca, empezando por la propia vida, sus proyectos e ilusiones”, aseguró, y expresó: “¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti".

“Es la sentida confesión de San Agustín. Obviamente, habla de ese Dios que siempre había estado ahí, en su vida, en lo más hondo de su alma, Luz que permite toda luz. Aquel que nunca dejó de buscarlo, incluso cuando sus caminos fueron más oscuros y tortuosos”, indicó.

“Verdad que no engaña, Belleza que subyuga y Bien sumo y perfecto. El Dios buscado y encontrado en todo fragmento de verdad, de belleza y de bondad que, no obstante todo, son el secreto más precioso de este mundo nuestro, por momentos, tan injusto y deforme”, sostuvo.

“El Dios que finalmente lo alcanzó cuando le desveló su Rostro en la humanidad de su Hijo Jesucristo. Y, de esta manera, se mostró como el Dios humilde del pesebre y de la cruz. Y, así, conquistó su corazón y convenció su inteligencia”.

“Esa llamada nos habita. Es lo que somos. En escucharla y seguirla se juega nuestra vida”, concluyó.+