En el día de San Juan Bautista, Mons. Azpiroz Costa llamó a "volver a elegir a Dios"

  • 25 de junio, 2020
  • Bahía Blanca (Buenos Aires) (AICA)
El arzobispo de Bahía Blanca, monseñor Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP, presidió el miércoles 24 de junio en la catedral Nuestra Señora de la Merced, la misa en honor de San Juan Bautista.

El arzobispo de Bahía Blanca, monseñor Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP , presidió el miércoles 24 de junio en la catedral Nuestra Señora de la Merced, la misa en la fiesta de San Juan Bautista.

“San Juan nos regala su presencia en dos fechas: la del nacimiento, y en agosto el martirio, y además por supuesto en el tiempo de Adviento, en la tercera semana donde pareciera centrarse la liturgia en este que anuncia el nacimiento del que va a venir”, recordó.
     
“Quiero partir de la frase con la que casi termina el texto evangélico de hoy: la gente, no sólo el papá o la mamá, como sucede cada vez que tienen un hijo, a veces alguien muy cercano, el abuelo, la abuela, cuando mira una criatura, sobre todo alguien que es mayor, piensa en el futuro y se pregunta como se preguntaba la gente: “¿Qué llegará a ser este niño?”
     
“Además a nadie se le ocultaba que era un niño especial, como decimos: este es un chico especial, sus padres eran ancianos, ella era llamada la estéril. Lo cierto es que cuando llegó el tiempo, ahí está Juan”.

“Y el Evangelio de hoy nos regala una pequeña, no discusión, sino un diálogo acerca del nombre, parecido a lo que ocurre a veces en las casas: ¿Qué nombre le van a poner? Y a veces discuten el papá y la mamá”, señaló. “Aquí hay una pequeña discusión con la gente, ¿Pero cómo Juan? no hay nadie en la familia, el padre se llama Zacarías. Juan significa ‘Dios es favorable, es compasivo’ o también ‘el hombre fiel a Dios’”, destacó.
     
“Zacarías, entonces, después de haber dicho esto, habla, porque se había quedado mudo desde el día en que le fue anunciado que sería padre. Y otra frase dice: ‘La mano del Señor estaba con él y él crecía, se fortalecía en su espíritu’”.

“La elección, la llamada, la vocación de este niño, y la de cualquiera de nosotros, se hace al modo divino, y el modo divino de llamarte, elegirte, darte una vocación, es pronunciar su nombre, pronunciar mi nombre, pronunciar el nombre de aquel que nacería, que se llamó Juan desde el seno materno”.

“Tener un hombre es importante, reconocer que alguien es alguien y no algo. Nosotros incluso solemos decir, cuando alguna cosa nos sobrepasa, ‘esto no tiene nombre’, como si fuera una cosa deleznable. También nuestra historia está llena de tumbas NN, de desaparecidos, de los que quieren ser ocultados, no darle un nombre, o aún en muchos lugares del mundo los indocumentados, que al no tener documento no tienen derechos, no tienen ningún derecho, son descartados”, enumeró.

“No tener nombre, no tener documento, no ser alguien, para el Estado significa no tener ningún privilegio, derecho de voto, de comida, de jubilación, de educación. Qué angustia nos viene cuando vamos a un lugar en el que se supone estamos inscritos: No, su nombre no aparece en la lista. Ser nadie”, lamentó.
     
“Pues desde el vientre de mi madre ya eres alguien, y pronuncié tu nombre, y estarás oculto a la sombra de mi mano”, citó. “Cuando uno piensa en sombra y alguien oculto en las sombras, piensa en algo misterioso con minúscula, y sin embargo en la Biblia no es algo oscuro sino al revés: protección, cuidado, amor”, destacó.

“¿Y quién es Juan el Bautista?” planteó el prelado. “Es curioso, porque en el Evangelio de Juan, de San Juan evangelista, se acercan algunos fariseos en nombre de los sacerdotes de Jerusalén para preguntar: ‘¿Quién eres?’, porque no podían negar que Juan era alguien muy especial, si los que lo vieron nacer ya veían que era alguien especial”
     
“Si nosotros somos algo, lo somos desde Dios”, afirmó el arzobispo, y refiriéndose a Juan, advirtió: “No se hace la víctima, sino que ya comienza a ofrecernos esa personalidad, que ya toca el inicio del Evangelio”. 
     
“San Agustín dirá que él, en su personalidad es el epílogo del Antiguo Testamento y algo así como el prólogo de lo que va a venir, anunciando y señalando ya al que va a venir”. 

“Es muy bello cuando el mismo Juan el Bautista se llama a sí mismo, ‘amigo del esposo’. ‘Yo no soy el Mesías, no soy el profeta, no soy Dios, soy el amigo del esposo, que se alegra cuando ve venir al esposo’”, recordó. “Él no era la luz, sino el que anunciaba la luz. No es el profeta Elías, no es el Mesías, pero el que lo anuncia”, destacó.

Finalmente, recordó la escena del bautismo de Jesús, donde Juan el Bautista decía “Yo fui testigo”, y la voz de Dios decía “Este es mi Hijo, el elegido”. Al respecto, señaló:  “Sorprende ver que la gente que se acercaba a Juan el Bautista le preguntaba: ¿Qué debemos hacer?”.

En ese sentido, trayendo el relato al contexto de la pandemia, “en medio de las dificultades de la vida, en medio de las neblinas que a veces, no la pandemia, sino las circunstancias de la vida, parece que le preguntáramos a nuestros maestros, a los profesores, al cura, a alguien que sabemos que nos quiere: ¿Qué hago? ¿Qué debemos hacer? Y él tenía respuestas para todos, no como un sabelotodo, sino ayudando a cambiar de conducta, a una verdadera conversión, a volver a leer la propia vida, a volver a ligar nuestra vida con Dios, a volver a elegir a Dios, a volver a recapitular, a renovar, a restaurar”.+