Caridad, pero también justicia hacia los migrantes y refugiados, pidió el Papa

  • 29 de septiembre, 2019
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado

El Santo Padre Francisco celebró, en la mañana de hoy, domingo 29 de septiembre, en la Plaza de San Pedro la misa en ocasión de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. “Pidamos la gracia de llorar” por “el pecado” de la indiferencia, rezó el Papa.

“No se trata sólo de migrantes”, sino también “de todos los habitantes de las periferias existenciales que son víctimas de la cultura del descarte”. Y con ellos no hay sólo necesidad de ejercitar “la caridad”, sino también “reflexionar sobre las injusticias” producidas por un mundo “cada día más elitista y cruel con los excluidos, son algunas de las reflexiones que el papa Francisco hizo durante su homilía.

En la misa participan muchos obispos, entre los cuales el cardenal Gualtiero Bassetti, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, que al final expresó su gracias al Papa y reafirmó el compromiso de la Iglesia italiana hacia los pobres y los migrantes.

Toda la celebración fue un himno a la multiplicidad de etnias y culturas simbolizadas por los colores, por los vestidos, por los cantos expresados por un coro multiétnico- compuesto por filipinos, africanos, ceilandeses, indios, latinoamericanos e italianos- que con sus ritmos hicieron danzar a muchos fieles. Hasta el incienso usado en la celebración provenía de un campo de Bokolmanyo, en Etiopía, donde viven 40 mil refugiados.

En la homilía, Francisco recordó que en la Sagrada Escritura, “la preocupación amorosa hacia los menos privilegiados y presentada como un trazo distintivo del Dios de Israel y es también pedido, como un deber moral a todos los que quieren pertenecer a su pueblo”.

Citando luego su Mensaje para la 105a Jornada del Migrante y del Refugiado, del título “No se trata sólo de migrantes”, destacó: “no se trata sólo de forasteros, se trata de todos los habitantes de las periferias existenciales que, junto a los migrantes y a los refugiados, son víctimas de la cultura del descarte. El Señor nos pide poner en práctica la caridad hacia ellos, nos pide restaurar su humanidad, junto a la nuestra, sin excluir a nadie, sin dejar afuera a ninguno. Pero, contemporáneamente al ejercicio de la caridad, el Señor nos pide reflexionar sobre las injusticias que generan la exclusión, en particular sobre los privilegios de pocos que, para ser conservados, van en detrimento de muchos”.

El pontífice se refirió al empobrecimiento de los recursos naturales y humanos en los países en vías de desarrollo, en favor de “pocos mercados privilegiados”, como también el comercio de armas que generan guerras sólo en “algunas regiones del mundo”, mientras que los países que venden armas “no quieren hacerse cargo de los refugiados producidos por tales conflictos”.

El mundo y también nosotros cristianos, arriesgamos ser iguales al rico que se narra en el Evangelio de hoy, que no se da cuenta de la presencia del mendigo Lázaro que está en su puerta.

“Demasiada preocupación en comprarse ropa elegante y en organizar banquetes opulentos, el rico de la parábola no ve los sufrimientos de Lázaro. Y también nosotros, demasiados ocupados en el preservar nuestro bienestar, arriesgamos no darnos cuenta del hermano ni de la hermana en dificultad. Pero como cristianos no podemos ser indiferentes frente al drama de las viejas y nuevas pobrezas, de las soledades más oscuras, del desprecio y de la discriminación de quien no pertenece a ‘nuestro’ grupo. No podemos permanecer insensibles, con el corazón anestesiado, frente a la miseria de tantos inocentes. No podemos no llorar. No podemos no reaccionar”. “¡Pidamos al Señor la gracia de llorar! ¡Pidamos al Señor llorar por esto que es un pecado!”, exhortó.

El mandamiento es amar a Dios y amar al prójimo. ¡No se pueden separar! Y amar al prójimo como a sí mismos quiere decir también comprometerse seriamente en construir un mundo más justo, donde todos tengamos acceso a los bienes de la tierra, donde todos tengan la posibilidad de realizarse como personas y como familias, donde a todos sea garantizado los derechos fundamentales y la dignidad”.

“Este santo mandamiento -concluyó- Dios lo dio a su pueblo y lo selló con la sangre de su hijo Jesús, para que sea fuente de bendición para toda la humanidad. Para que juntos podamos comprometernos en la construcción de la familia humana según el proyecto originario, revelado en Jesucristo: todos hermanos, hijos de un único Padre. Hoy necesitamos también de una Madre: confiamos al amor materno de María, Virgen del Camino, los migrantes y los refugiados, junto a los habitantes de las periferias del mundo y a aquellos que se hacen sus compañeros de viaje”

Antes de recitar el Ángelus, al final de la misa, el Papa agradeció a los participantes y pidió oraciones por Camerún, donde mañana se realizará un encuentro de diálogo nacional para superar una “difícil crisis que desde hace años aflige al país”, dominado por más de 37 años por el presidente Paul Biya.


Una escultura en la Plaza de San Pedro
Después de la oración mariana, Francisco inauguró una escultura de Timothy Schmaltz que tiene por tema un versículo de la Carta a los Hebreos: “No olviden la hospitalidad; algunos practicándola, sin saberlo han acogido ángeles” (13,2).

“Tal escultura -explicó el pontífice- en bronce y arcilla, representa a un grupo de migrantes de varias culturas y diversos períodos históricos. Quise esta obra artística aquí en la plaza de San Pedro, para que nos recuerde a todos el desafío evangélico de la acogida”. +