Al inaugurar el Sínodo el Papa pidió estar abiertos a la novedad del Espíritu Santo

  • 7 de octubre, 2019
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
Misa solemne que dio inicó al Sínodo de Amazonia

En una misa solemne, celebrada en la basílica de San Pedro, el papa Francisco inauguró hoy, domingo 6 de octubre, el Sínodo de Amazonia, una región donde “muchos hermanos y hermanas cargan cruces pesadas y aguardan la consolación liberadora del Evangelio, la caricia de amor de la Iglesia”, dijo el Papa.

Estuvieron presentes en la Eucaristía, los 184 padres sinodales y de todos los demás participantes de la Asamblea especial del Sínodo que, a partir de hoy y hasta el 27 de octubre, afrontará el tema “Amazonia: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”. En la celebración también participaron los flamantes cardenales.

En la homilía, Francisco se refirió a varios puntos: “hacer Sínodo”, “caminar juntos” y a la necesidad de no seguir el latiguillo del “siempre se ha hecho de esta manera”. Por el contrario, llamó a estar abiertos a la “novedad” que trae el Espíritu Santo.

“Somos obispos -dijo- porque hemos recibido un don de Dios. No hemos firmado un acuerdo, no nos han entregado un contrato de trabajo “en propia mano”, sino la imposición de manos sobre la cabeza, para ser también nosotros manos que se alzan para interceder y se extienden hacia los hermanos. Hemos recibido un don para ser dones. Un don no se compra, no se cambia y no se vende: se recibe y se regala. Si nos aprovechamos de él, si nos ponemos nosotros en el centro y no el don, dejamos de ser pastores y nos convertimos en funcionarios: hacemos del don una función y desaparece la gratuidad, así terminamos sirviéndonos de la Iglesia para servirnos a nosotros mismos. Nuestra vida, sin embargo, por el don recibido, es para servir”, “sintámonos convocados aquí para servir, poniendo en el centro el don de Dios”.

“El don que hemos recibido es un fuego, es un amor ardiente a Dios y a los hermanos. El fuego no se alimenta por sí solo, muere si no se mantiene vivo, se apaga si las cenizas lo cubren. Si todo permanece como está, si nuestros días están marcados por el “siempre se ha hecho así”, el don desaparece, sofocado por las cenizas de los temores y por la preocupación de defender el status quo. Francisco recordó la exhortación Vebum Domini de Benedicto XVI, y señaló que “la Iglesia no puede limitarse en modo alguno a una pastoral de “mantenimiento” para los que ya conocen el Evangelio de Cristo. El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial”. Jesús no ha venido a traer la brisa de la tarde, sino el fuego sobre la tierra”, señaló.

“El fuego que reaviva el don es el Espíritu Santo, dador de los dones. Por eso, dice san Pablo: “Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de prudencia. No es un espíritu cobarde, sino de prudencia: Pablo contrapone la prudencia a la cobardía. ¿Qué es entonces esta prudencia del Espíritu? Como enseña el Catecismo, la prudencia no se confunde ni con la timidez o el temor, sino que es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. La prudencia no es indecisión, no es una actitud defensiva. Es la virtud del pastor, que, para servir con sabiduría, sabe discernir, sensible a la novedad del Espíritu. Entonces, reavivar el don en el fuego del Espíritu es lo contrario a dejar que las cosas sigan su curso sin hacer nada. Y ser fieles a la novedad del Espíritu es una gracia que debemos pedir en la oración. Que Él, que hace nuevas todas las cosas, nos dé su prudencia audaz, inspire nuestro Sínodo para renovar los caminos de la Iglesia en Amazonia, de modo que no se apague el fuego de la misión”.

“El fuego de Dios, como en el episodio de la zarza ardiente, arde pero no se consume. Es fuego de amor que ilumina, calienta y da vida, no fuego que se extiende y devora. Cuando los pueblos y las culturas se devoran sin amor y sin respeto, no es el fuego de Dios, sino del mundo. Y, sin embargo, cuántas veces el don de Dios no ha sido ofrecido sino impuesto, cuántas veces ha habido colonización en vez de evangelización. Dios nos guarde de la avidez de los nuevos colonialismos. El fuego aplicado por los intereses que destruyen, como el que recientemente ha devastado la Amazonia, no es el del Evangelio. El fuego de Dios es calor que atrae y reúne en unidad. Se alimenta con el compartir, no con los beneficios. El fuego devorador, en cambio, se extiende cuando se quieren sacar adelante solo las propias ideas, hacer el propio grupo, quemar lo diferente para uniformar todos y todo”.

“Reavivar el don; acoger la prudencia audaz del Espíritu, fieles a su novedad; san Pablo dirige una última exhortación: “No te avergüences del testimonio; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios”. Pide testimoniar el Evangelio, sufrir por el Evangelio, en una palabra, vivir por el Evangelio. El anuncio del Evangelio es el primer criterio para la vida de la Iglesia.

“Anunciar el Evangelio es vivir el ofrecimiento, es testimoniar hasta el final, es hacerse todo para todos, es amar hasta el martirio”, concluyó el Santo Padre. +