Mons. Castagna: 'El alcance universal del Evangelio'
- 3 de octubre, 2025
- Corrientes (AICA)
"Es un pecado grave de omisión ocultar o negar la presencia de Cristo - Evangelio del Padre - a un mundo que necesita ser salvado por Él", planteó el arzobispo emérito de Corrientes.

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó que, por mandato de Jesús resucitado, poco antes de su Ascensión, "es necesario recuperar para el Evangelio su capacidad callejera y universal alcance: 'Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos'".
"El lugar de la Palabra está en el corazón del mundo, amado por Dios", sostuvo.
"Si las fuerzas del Maligno se empeñan en alejarla de los hombres, cierran las puertas al rebaño y extravían a quienes buscan a Dios", advirtió.
El arzobispo consideró que "es un pecado grave de omisión ocultar o negar la presencia de Cristo -Evangelio del Padre- a un mundo que necesita ser salvado por Él".
"A todos los pueblos está destinado Cristo, sin que ninguna pauta cultural proponga contradecir ese destino providencial", concluyó.
Texto de la sugerencia
1. Jesús enseña a ser fieles. Los consejos de Jesús a sus discípulos abarcan detalles mínimos. En su formulación no se limita a ser un excepcional expositor de la Palabra, enseña a sus discípulos la fidelidad a los mandatos, que de ella se derivan: "Si tu hermano peca, repréndelo, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: 'Me arrepiento', perdónalo" (Lucas 17, 3-4). Simples palabras que capacitan para al arribo a la Verdad. Sus mandatos contradicen los criterios, y sus consecuencias, en una batalla sostenida sin cuartel. La paz es resultado de la concordia, y ésta se logra en la intimidad de cada corazón y en el empeño por construir una auténtica fraternidad entre las personas y los pueblos. La fraternidad, fruto de la convicción de ser hijos de Dios es irrealizable sin la vivencia efectiva de esa filiación. Cristo es el autor de nuestra familiaridad con Dios y entre nosotros, seres divididos por el odio y un ancestral egoísmo. La tarea de recuperar la cordialidad básica, está alentada y posibilitada por la gracia que personifica el Señor resucitado. En consecuencia, el mandamiento nuevo del amor se hace impracticable sin la presencia de Cristo, único causante de la reconciliación y de la paz entre los hombres y sus pueblos. Aquellos discípulos comprueban la incapacidad -que los agobia- de lograr la paz, con una base endeble de intentos diplomáticos, y menos aún de conflictos armados. Por ello, reconociendo en Cristo la gracia de ser familia, proyección de la Familia Trinitaria, responde a la demanda de quienes conviven con Él en el Colegio Apostólico: "Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe", ante la incapacidad de lograr la paz, con las solas fuerzas debilitadas por el pecado. Aquellos hombres acuden a su Maestro y Señor, autor de la fe, con el fin de iniciar y continuar su aprendizaje. Como siempre, las respuestas de Jesús son directas y exactas: "Si ustedes tuvieran la fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esta morera que está ahí: Arráncate de raíz y plántate en el mar, ella les obedecería" (Lucas 17, 5-6). El Señor siempre desafía la fe de quienes se disponen a seguirlo.
2. La anti historicidad del pecado. El empeño de los Apóstoles, en suscitar la fe por la predicación, está avalado por el mandato del Señor resucitado. No es una mera historia la que Lucas relata, es realidad palpitante, es vida. La fe no se opone a su encarnación en la vida, todo lo contrario; reclama convertirse en la vida de los que creen. Existe un propósito pastoral, formulado técnicamente como "fe y cultura". Cuando la fe afecta la cultura de un pueblo, se produce una dimensión nueva, que lo toma todo hasta las trivialidades cotidianas. Lo que sí descarta es el pecado. Ciertamente, la anti historicidad del pecado se manifiesta erosionando la vida personal y social de los ciudadanos. Jesús se dedicó a enseñar lo necesario, como les enseñó a sus amigos de Betania. Es una lección que nos cuesta aprender pero, que es "lo único necesario". El sendero es la oración, sostenida infatigablemente. Así lo entendieron sus primeros discípulos, y lo manifestaron en sus prácticas y exhortaciones al pueblo. Las recomendaciones apostólicas constituyen los recuerdos de las enseñanzas del Divino Maestro. Aprender a vivir es abordar todos los detalles de la cotidianidad e incorporarlos como si fueran los grandes trazos de una gran obra. La vida, toda ella, es importante aunque se desarrolle en el anonimato. Para Dios no existen desechos -en la vida creada- en cada uno de ellos está palpitando la Creación. Jesús, el Verbo "por quien todas las cosas son creadas", en la pobreza de las expresiones humanas que asume, encuentra la simpleza de las parábolas, manera genial de manifestarse como la Verdad. El mero intelecto no alcanza para comprender lo que Dios sabe y revela a quienes lo aman. Se requiere la confianza en la obra de Dios, a la que debemos adherirnos si pretendemos que su obra perfecta sea también nuestra. La confianza es expresión genuina del amor a Dios, al que arribamos por la fe. La Iglesia, mediante su Liturgia, nos pone en contacto con la Palabra de la fe e inicia -culminándolo luego- un proceso que se identifica con la sabiduría. El cristiano, como creyente atento, se deja afectar por ese proceso, hasta la santidad. Lo logra Jesús, Palabra eterna, con gestos mínimos, por los que se hace conocer de sus amigos y discípulos. Ellos aprenden amándolo, y sometiéndose a la acción del Espíritu Santo, el Amor increado que procede del Padre y del Hijo. No entendemos lo que leemos si no escuchamos de Él lo que leemos. Así la Iglesia proclama la Palabra, y hace de ella la fuente de la santidad y de la gracia.
3. Dios no es un asalariado. Jesús hace de las parábolas su lenguaje preferido. Lo entienden mejor los pobres que los ricos. Y si los ricos quieren entenderlo necesitarán hacerse pobres. La pobreza, de la que el Señor es modelo, es la humildad. El servidor de la parábola es un ser humilde que ama hasta el servicio. No reclama otra recompensa que el amor de su Señor. Es justo que el asalariado reclame su paga, pero, Dios no es un asalariado, en Cristo se hace servidor por amor. Por ello, quienes lo imitan, y son elogiados a causa de su servicio, responden con humildad: "Así también ustedes, cuando hayan hecho lo que se les mande, digan: "Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber" (Lucas 17, 10). El deber del servidor es el amor. Un amor perfecto, semejante al de Cristo: "Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado" (Juan 15, 12). Podemos parafrasear el texto, a la luz de la parábola, de esta manera: "Sírvanse los unos a los otros, como yo los he servido". Ciertamente, el amor es servicio humilde o no es amor. Así lo han practicado los Apóstoles y los santos. Hace una semana celebramos la memoria de San Vicente de Paúl, un ejemplo admirable del amor-servicio, semejante al de Cristo. Cristo es el Servidor humilde, generador del amor fraterno en la sociedad. Los cristianos, al constituir el Cuerpo Místico de Cristo, redimen a sus hermanos, mediante el don de su vida santa, inmolada en la cruz cotidiana. Por amor se hace el más humilde de los servidores, incluso de aquellos que se empecinan en la ingratitud. Aquellos primeros discípulos y discípulas, entienden que sus vidas creyentes, se hallan definitivamente vinculadas con la Cruz de su Señor. Al entenderlo se capacitan para la misión evangelizadora que les corresponde. Incluye un ejercicio continuo de la fe, asistida y alimentada por la gracia de la Palabra y de los Sacramentos. Cuando se descuida esa alimentación la vida cristiana decae lastimosamente, hasta ser reducida a formas cultuales inexpresivas, condenadas a desaparecer. La planificación pastoral, que promueve la Iglesia, está orientada a reavivar la fe, mediante la práctica sacramental. Los "catolicismos no prácticos" que definen a innumerables bautizados resultan ser consecuencia de un cierto raquitismo, fácilmente observable en pueblos alineados entre los que predomina la explicita profesión católica. Es hora de subsanar tal irregularidad, con el empleo de los medios que hoy parecen herrumbrados y arrinconados en muchas sacristías de nuestros templos.
4. El alcance universal del Evangelio. Por mandato de Jesús resucitado, próximo a la Ascensión, es necesario recuperar, para el Evangelio, su capacidad callejera y universal alcance: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos?" (Mateo 28, 18-19). El lugar de la Palabra está en el corazón del mundo, amado por Dios. Si las fuerzas del Maligno se empeñan en alejarla de los hombres, cierran las puertas al Rebaño y extravían a quienes buscan a Dios. Es un grave pecado de omisión ocultar o negar la presencia de Cristo -Evangelio del Padre- a un mundo que necesita ser salvado por Él. A todos los pueblos está destinado Cristo, sin que ninguna pauta cultural proponga contradecir ese destino providencial.+