Permítanme hacer una referencia, en estos días se están cumpliendo 38 de la presencia de nuestro querido San Juan Pablo II en nuestra Patria. Por segunda vez, un 6 de abril del año 1987 llegaba a la Argentina, recordemos que había estado inicialmente en aquel tiempo del conflicto de Malvinas en 1982, por una generosa actitud de Pastor y de Padre donde tenía programado un viaje al Reino Unido y antes de ello, decide llegar a nuestro país permaneciendo en aquel momento 30 horas en el país.
Mañana, 12 de abril se cumplen 12 años de su partida a Roma. San Juan Pablo II era polaco y al escuchar al Nuncio quien también lo es, es también una presencia de un hermano suyo, un polaco Santo recordando que en esa visita de 1987 visitó 10 provincias y nos dejará 36 mensajes.
Con mucha alegría somos convocados cada año para la celebración de la Misa Crismal. Esta convocatoria nos ofrece una vez más la oportunidad para animar y fortalecer el espíritu de comunión, como también el camino pastoral de nuestra Iglesia diocesana castrense.
Al decir en castrense, “esta celebración Eucarística es un modo privilegiado, - como me compartió en una oportunidad un General del Ejército - para palpar y ver la “conjuntez”, porque están presente los Capellanes de las distintas fuerzas, pero de la misma Diócesis, podríamos decir que aquí es donde se manifiesta más plenamente la Iglesia Castrense”.
Esta Misa es por excelencia la manifestación, la “epifanía” de nuestra comunión. Tenemos la gracia de haber terminado nuestro Encuentro Anual del Clero Castrense pudiendo hoy concelebrar con los sacerdotes de las Distintas Diócesis del país que nos ayudan con su ministerio a servir a nuestras Fuerzas como nos lo recordó el Santo Padre Francisco en la Misa del Jubileo para las Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad en Roma, servicio que:
EL Papa les decía a los militares: “Y en esta tarea, que abarca toda la vida, también están acompañados de los capellanes, una presencia sacerdotal en medio de ustedes. Ellos no prestan su servicio -como a veces ha pasado tristemente en la historia- para bendecir perversas acciones de guerra. No. Ellos están en medio de ustedes como presencia de Cristo, que quiere acompañarlos, ofrecerles escucha y cercanía, animarlos a remar mar adentro y sostenerlos en la misión que llevan adelante cada día. Ellos caminan con ustedes como apoyo moral y espiritual, ayudándoles a desempeñar sus cargos a la luz del Evangelio y al servicio del bien”. (Homilía del Papa Francisco, Roma, 9 de febrero de 2025)
Este año se hace más signo de Comunión con nuestro Papa Francisco en la figura de su Representante aquí en nuestra Patria como es la presencia del Señor Nuncio Apostólico Monseñor Miroslaw Adamczyk. Concelebrando este misterio nos recuerda como ya he compartido en otros años tan vivamente el “Único Sacerdocio de Cristo”.
En esta Eucaristía, adquiriere un significado especial la bendición de los Santos Oleos y la consagración del Santo Crisma, que luego utilizaremos en la administración de los sacramentos a nuestros fieles.
En el Obispado castrense, realidad “personal” y diría “artesanal” el año pasado tuvimos la gracia de Bautizar cerca de 900 entre algunos niños, pero muchos más jóvenes y confirmar cerca de 2000 jóvenes militares, esto es gozo y compromiso. Esto nos renueva en la esperanza y -como sabemos-, la esperanza no defrauda.
El proceso de formación no es sólo la iniciación cristiana, sino también la formación cristiana permanente. Tenemos que, en estos tiempos, ser valientes y creativos. De esta formación va a depender, en gran medida, el futuro y el nivel de nuestras familias y comunidades, y podríamos decir el futuro de nuestra cultura, de nuestros ambientes, de nuestras “Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad”, sin duda de nuestra Patria.
Somos conscientes de los tiempos que vivimos. La Formación cristiana y el Anuncio de la fe requiere de nosotros actitudes nuevas en los métodos y en el ardor evangelizador, este comienza sin duda por nuestra Pasión Evangélica, por nuestro testimonio personal. No podemos callar y dejar de anunciar las palabras que verdaderamente dan vida. Debemos recuperar el impulso kerigmático de la fe y con seriedad trasmitir esas verdades que comprometen toda la existencia.
Compartí en otra oportunidad y quiero refrescarlo y subrayarlo porque estamos frente a un mundo que presenta signos, incluso, adversos a la fe. Muchos cristianos están anestesiados en su condición de bautizados, y muchas veces viven y aceptan criterios muy lejos de la fe cristiana. Tenemos urgencia de ver y palpar como los cristianos pueden con valentía y decisión dar testimonio de lo que creen, sin vergüenza y con convicción. Constatamos no pocas veces, que no encontramos testigos valientes y decididos para anunciar y compartir la fe. O ella solo es periférica y superficial que no toca de raíz toda la existencia. Habrá mundo nuevo, regimientos, brigadas, escuadrones, escuelas, Ministerios y Gobiernos nuevos, si hay de verdad hombres y mujeres nuevos atraídas por el Divino y Bendito rostro de Jesús, ya que su mirada nos transforma y consuela.
En nuestra Iglesia Particular castrense, es este un gran desafío, pero a la vez apasionante, y vuelvo a preguntarme, debemos todos preguntarnos ¿cómo predicar el Evangelio a los jóvenes y adultos de hoy? ¿Cómo ayudar a profundizar la fe y a la vez como acompañar a los jóvenes y adultos que se nos confían para ser testigos auténticos y valientes del Evangelio en sus realidades?
El texto del Evangelio de San Lucas que leemos hoy, Jesús comenta el texto de Isaías, manifestando que Él era el enviado para anunciar la buena noticia a los pobres, esto es a todos: los marginados, los no tenidos en cuenta, los que están al borde del camino…para todos Jesús mostró un trato especial, a nadie excluyó de su amor y de su salvación… Nosotros cristianos, como Jesús, -teniendo sus mismos sentimientos, estamos llamados también, con nuestras palabras y acciones, a anunciar la liberación y el año del Gracia que el Señor regala con su Presencia, hoy especialmente debemos tomar conciencia de esta realidad jubilar de la Esperanza.
Este desafío es difícil asumirlo, pero posible y necesario. Ante la cercanía con los que más sufren -y por tanto más pobres de nuestra Diócesis-, se tergiversan las acciones y la ideología que siempre ciega, y buscan y quieren quitar del horizonte el Evangelio del perdón y del amor.
Tengo la gracia, cada tanto de encontrarme con mujeres que tienen sus maridos presos, he hablado con ellas y con sus esposos y hemos compartido no pocas veces cómo hay actitudes verdaderamente de venganza y no de justicia. Pero también con verdad, hemos compartido que algunos se han apartado de lo moralmente posible.
Jesús no hizo ninguna distinción al relatar en el Juicio de las naciones, leemos en Mateo 25,31-45 en “Tuve hambre, tuve sed, era emigrante, estaba desnudo, estuve enfermo, estaba encarcelado (estoy) preso y vinieron a verme. Aunque con dolor sabemos que, hermanos nuestros, en otros tiempos – por tanto, con otra conciencia y con otras miradas-, no han actuado conforme al Evangelio. Nunca los fines u objetivos justifican los medios intrínsecamente perversos. También esto, es un dolor que en nuestra historia tenemos que asumir.
Lo nuestro es un claro “ministerio de la presencia”, la presencia, a veces silenciosa, habla de Dios. La presencia a veces oscurecida o no tenida en cuenta que nos habla de “aparente fracaso”, pero sabemos que no lo es, sabemos también del tanto bien que hace y nos hace. La presencia, nuestra presencia en nuestros lugares de servicio y trabajo, es primer signo de amor.
Queridos hermanos sacerdotes, Dios y la Iglesia nos han confiado a los hombres y mujeres de las Fuerzas , ellos tienen la misión de preservar o restablecer la paz, una paz que se construya con el respeto a la dignidad humana, la libertad, la justicia y la verdad, ellos están para defender nuestra Constitución y las leyes, ellos son permanentes servidores del bien común, que sólo se da cuando a todos los ciudadanos se les reconocen y se les garantizan plenamente sus derechos, favoreciendo y defendiendo la democracia participativa, únicamente posible “ en un Estado de derecho y sobre la base de a recta concepción de la persona humana, como nos ha recordado San Juan Pablo II. En estos particulares tiempos renovamos nuestro servicio de acompañar, iluminar y servir a los que nos sirven y cuidan.
Participamos hoy de un signo muy fuerte, las promesas que un día hicimos ante nuestro Obispo y ante el pueblo santo de Dios. Queridos sacerdotes, gracias por sus vidas y su ministerio, damos sinceras gracias a Dios.
Por lo tanto, queremos unirnos más estrechamente a Jesús, renunciando a nosotros mismos, queremos cumplir nuestro ministerio movidos por el amor a Jesús y renovando la alegría que tuvimos al ser llamados al seguimiento que se concretó el día de nuestra Ordenación.
Queremos ser fieles administradores de los misterios de Dios, en la celebración diaria de la Santa Misa y en la celebración de los sacramentos, particularmente el de la Confesión, Penitencia o Reconciliación, tan necesaria e importante para el crecimiento espiritual de los discípulos de Jesús. Es en la Confesión donde podemos a modo artesanal en nuestra Diócesis personal, ayudar a crecer y tallar vidas cristianas en serio, ayudadas por la gracia de Dios.
Queremos también, renovar el sagrado deber de enseñar, siguiendo a Cristo Cabeza y Pastor.
Estos compromisos que renovamos tienen su raíz y fundamento en la certeza del Amor de Dios, que nos mira amándonos y ofrece siempre su amor y su perdón dándonos la posibilidad de recomenzar. Para esto, confiamos en la oración de ustedes, nuestro Pueblo. Porque nos sabemos frágiles, pecadores, a veces cansados o desilusionados, a veces contagiados por el desánimo de hermanos nuestros lejos del gozo de la fe. Pero hoy como a Pedro, podemos, por Gracia de Dios, decirle a Jesús. Señor, “Tú sabes que te quiero”, y a la vez tú sabes que necesitamos tu auxilio y fortaleza.
Renovamos el ministerio recibido teniendo presente la exhortación de Pablo a Timoteo: “te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido” (2 Tim. 1, 6). Este don es el que da sentido a nuestras vidas. Es por esto por lo que debemos vivir cada momento de esta celebración con especial gratitud.
Hoy y siempre debemos recordar la grandeza del don que hemos recibido. Es esta una ocasión propicia y reparadora para volver a darle al Señor Jesús un «sí» pleno e incondicional, a Él que sin mérito de nuestra parte nos eligió y nos llamó, cuando Cristo por medio del Obispo nos impuso sus manos y nos consagró a su misión, constituyéndonos sacerdotes para siempre, mediadores entre Dios y los hombres. Que nuestros Santos Patronos Juan de Capistrano y José Gabriel del Rosario Brochero, nos estimulen y fortalezcan para entregar sin miedo nuestra vida en la batalla del mundo para que Cristo Reine en todos.
Gracias por la presencia de todos, presencia de las Religiosas, Vida Consagrada, Vírgenes Consagradas, el Diáconado nueva presencia entre nosotros.
Pidamos a María, La Purísima Madre de Dios, en las distintas Advocaciones que nuestra Diócesis la recuerda y celebra, Nuestra Señora de Luján, Nuestra Señora de la Merced, Nuestra Señora de Stella Maris, Nuestra Señora de Loreto y Nuestra Señora del Buen Viaje, que nos siga sosteniendo y acompañando y que el ejemplo de su Si nos estimule en la fidelidad de lo cotidiano. Que Así sea.
Mons. Santiago Olvera, obispo castrense