Sábado 10 de mayo de 2025

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La Alegría que nos unge

Homilía de monseñor Ramón Alfredo Dus, arzobispo de Resistencia, durante la Misa Crismal (Iglesia catedral, 16 de abril de 2025)

1. La indulgencia, en efecto, permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios (Cf. SNC 23). “Misericordia” es intercambiable con “indulgencia”: expresa la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites. El sacramento de la Penitencia asegura que Dios quita nuestros pecados. “Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que lo temen; cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados» (Sal 103). La Reconciliación sacramental es un paso decisivo, esencial e irrenunciable para nuestro camino de fe. En ella el Señor destruya nuestros pecados, sana nuestros corazones, nos levanta y nos abraza; Dios muestra su rostro tierno y compasivo. Conocer a Dios es dejarnos reconciliar con Él (cf. 2 Co 5,20), experimentar su perdón.

Hoy redescubrimos la belleza del sacramento de la sanación y la alegría, la belleza del perdón de los pecados.

2. Sin embargo, como sabemos por experiencia personal, el pecado “deja huella”, lleva consigo unas consecuencias; no sólo exteriores e interiores, en cuanto «todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, reparar sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio».

En nuestra humanidad débil y atraída por el mal, permanecen los “efectos residuales del pecado”. Estos son removidos por la indulgencia, siempre por la gracia de Cristo, el cual, como escribió san Pablo VI, es «nuestra “indulgencia”». ¿Cómo nos apropiamos de esta gracia?

El año santo nos ayuda a hacer efectiva la práctica de la indulgencia jubilar. Esa experiencia colma de perdón no puede sino abrir el corazón y la mente a perdonar. Perdonar no cambia el pasado, no puede modificar lo que ya sucedió; y, sin embargo, el perdón puede permitir que cambie el futuro y se viva de una manera diferente, sin rencor, sin ira ni venganza.

El futuro iluminado por el perdón hace posible que el pasado se lea con otros ojos, más serenos, aunque estén aún surcados por las lágrimas.

3. La reparación de los pecados… por los propios pecados o por los demás como obra de misericordia, es posible en virtud de la comunión de los santos, de la comunión de gracia…(Pero no es una suerte de hacer primar los sacrificios…). ¿Cuál es el sentido y el espíritu?

Santa Teresita lo resume así: «Mis deseos de martirio (de sufrir) no son nada, no son ellos los que me dan la confianza ilimitada que siento en mi corazón. A decir verdad, las riquezas espirituales hacen injusto al hombre cuando se apoya en ellas con complacencia, creyendo que son algo grande. […] Lo que le agrada a Jesús es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia… Este es mi único tesoro […] si deseas sentir alegría o atractivo por el sufrimiento, es tu propio consuelo lo que buscas […]. Comprende que, para amar a Jesús, para ser su víctima de amor (una ofrenda de amor), cuanto más débil se es, sin deseos ni virtudes, más cerca se está de las operaciones de ese Amor consumidor y transformante. […] 

La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor» (DN 138). Todo en la confianza: la confianza como la mejor ofrenda, agradable al Corazón de Cristo.

…«Cuando veo a (la mujer pecadora en la casa del fariseo) adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación.

Querido hermano, desde que se me ha concedido a mí también comprender el amor del corazón de Jesús, le confieso que él –Jesús- ha desterrado todo temor de mi corazón. El recuerdo de mis faltas me humilla y me lleva a no apoyarme nunca en mi propia fuerza, que no es más que debilidad; pero, sobre todo, ese recuerdo me habla de misericordia y de amor» (DN 136).

4. Esta verdad sobre la misericordia y la indulgencia es para nosotros aquí. Para sacerdotes y fieles. Ser anunciadores y misioneros de esta misericordia es una gracia para cada ungido del Señor.

Por eso PP Francisco decía a los sacerdotes en EG 44… Sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades. A todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas.

A este ministerio de la misericordia, de la reconciliación, del perdón, nos invita a la generosidad apostólica, que va ejercida en comunión en el Espíritu que nos ha ungido…

(PP Francisco: Misa crismal 2023) El Espíritu desea crear armonía, especialmente a través de aquellos en quienes ha derramado su unción. Crear armonía entre nosotros no es sólo un método adecuado para que la coordinación eclesial funcione mejor, no es bailar el minué, no es una cuestión de estrategia o cortesía, sino una exigencia interna de la vida en el Espíritu.

Se peca contra el Espíritu, que es comunión, cuando nos convertimos, aunque sea por ligereza, en instrumentos de división, por ejemplo —y volvemos al mismo tema— con las murmuraciones. Cuando somos instrumentos de división pecamos contra el Espíritu. Y le hacemos el juego al enemigo, que no sale a la luz y ama los rumores y las insinuaciones, que fomenta los partidos y las cordadas, alimenta la nostalgia del pasado, la desconfianza, el pesimismo, el miedo. Recordemos que el Espíritu, “el nosotros de Dios”, prefiere la forma comunitaria: es decir, la disponibilidad respecto a las propias necesidades, la obediencia respecto a los propios gustos, la humildad respecto a las propias pretensiones.

La armonía no es una virtud entre otras, es mucho más. Sin la virtud de la concordia consta, que las demás virtudes no son virtudes» (Gregorio magno). Ayudémonos a custodiar la armonía, custodiar la armonía -esta es la tarea-, empezando no por los demás, sino por uno mismo. Recordemos que ser agrios y quejumbrosos, además de no producir nada bueno, corrompe el anuncio, porque contra-testimonia a Dios, que es comunión y armonía. Y esto desagrada mucho y sobre todo al Espíritu Santo, a quien el apóstol Pablo nos exhorta a no entristecer (cf. Ef 4,30).

5. Ungidos para la alegría
(Crismal 2014) La alegría que nos ungees la alegría de ser sacerdotes, servidor, diácono…

Una alegría que es incorruptible. La recomendación de Pablo a Timoteo sigue siendo actual: Te recuerdo que atices el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos (cf. 2 Tm 1,6).

Una alegría que es misionera. Es la alegría del sacerdote en íntima relación con el santo pueblo fiel de Dios. Es una “Alegría custodiada” por el rebaño. Pero es custodiada también por tres hermanas que la rodean la cuidan, la defienden: la hermana pobreza, la hermana fidelidad y la hermana obediencia.

La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la pobreza. Con la libertad ante las cosas y las personas; con el desapego de los bienes y con el amor por una vida sobria.

La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la fidelidad. No principalmente en el sentido de que seamos todos “inmaculados” (ojalá con la gracia lo seamos) ya que somos pecadores, pero sí en el sentido de renovada fidelidad a la única Esposa, a la Iglesia. Aquí es clave la fecundidad y la fidelidad da siempre alegría.

La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la obediencia. A la voluntad de Dios… agradecido de la obediencia…

Obedecer a ese Espíritu que hoy nos habla de armonía en la misericordia, a servir a nuestro pueblo y dignificarlo ofreciéndole un ministerio de Gracia que fortalezca su esperanza.

María Inmaculada y san José nos hagan custodios de la Presencia de Jesús en nuestra Iglesia Arquidiocesana.

Mons. Ramón Alfredo Dus, arzobispo de Resistencia
Misa Crismal, 16 de abril de 2025 - Año Santo