Sábado 10 de mayo de 2025

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Misa exequial por el Papa Francisco

Homilía en la de monseñor Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza, en la misa exequial por el Papa Francisco (Iglesia catedral Nuestra Señora de Loreto, 21 de abril de 2025)

Queridos hermanos,

En estos días atravesados por la alegría de la Pascua, la noticia del fallecimiento del Papa Francisco nos sorprendió profundamente. Nos dejó sin palabras y con una gran perplejidad, con sentimientos contradictorios. Como creyentes, nos consuela la esperanza del encuentro final con el Padre; pero, como personas que viven la vida ordinaria de cada día, experimentamos tristeza y abatimiento por su partida. Nunca parece suficiente el tiempo de vida de una persona; siempre sentimos que aún tenía algo más para darnos. Por eso, nos quedamos con esa conturbación del ánimo.

Estos últimos días lo veíamos muy afectado en su salud, sufriendo con su respiración, pero con la decidida voluntad de estar presente. En estos días estamos todos atravesados por la alegría de la Pascua, y por eso esta mañana la noticia del fallecimiento del Papa Francisco nos sorprendió profundamente. Nos dejó sin palabras y con una gran perplejidad, una contrariedad en los sentimientos. Como creyentes, por supuesto, nos sostenemos en la esperanza del encuentro final con el Padre; pero, como personas que viven la vida ordinaria de cada día, experimentamos tristeza y abatimiento por su partida. Nunca parece suficiente el tiempo de vida de una persona; siempre sentimos que aún tenía algo más para darnos. Por eso, nos quedamos con esa conturbación del ánimo.

En las últimas imágenes del Papa, lo veíamos visiblemente afectado en su salud, sufriendo con su respiración, pero con la decisión de estar presente entre nosotros. Recuerdo especialmente su visita a la cárcel el Viernes Santo, como un gesto más de ese magisterio de cercanía con las personas que sufren.

Cada vez que nos acercamos al misterio de la vida de un pastor, encontramos las huellas del llamado de Dios en sus gestos y en sus palabras. Los signos y palabras de Francisco nos seguirán inspirando como comunidad eclesial. Quedará para los próximos días la tarea de profundizar en ello.

Quiero recordar en primer lugar, su propuesta de una Iglesia renovada, con una opción misionera capaz de transformarlo todo. Hablaba de una misión activa, vivaz: quería una Iglesia en salida, hospital de campaña, que no teme los rigores del camino, sino a encerrarse en formalismos, rigideces y actitudes que alejan a las personas.

Esa imagen de Iglesia nos llevó también a decisiones pastorales concretas, como con la centralidad del pobre en la mirada. Podemos recordar, al inicio de su pontificado, su visita a Lampedusa para afrontar la tragedia de la migración y las muertes en el mar. También sus numerosos gestos de atención pastoral ante situaciones dramáticas, que nos señalaban claramente los acentos de una Iglesia con mirada evangélica. Su magisterio incluyó un trabajo persistente con los sectores más afectados por la pobreza: la gente en situación de calle, las víctimas de la trata, las minorías oprimidas en países donde eran ignoradas o negadas. Esa centralidad del dolor y del sufrimiento como punto de partida para el encuentro con el hermano ha sido parte esencial de su enseñanza.

Otro aspecto fundamental que quiero destacar es su compromiso con la causa de la paz. Trabajó incansablemente por ella, buscando caminos de diálogo y encuentro, incluso visitando a menudo a minorías afectadas por conflictos bélicos en países lejanos. Lejos de considerar sus viajes como meros actos celebrativos o catequísticos, los convirtió en búsquedas concretas de los invisibilizados, de las víctimas de la guerra para hacer llegar su clamor.

Finalmente, deseo destacar su magisterio sobre el cuidado de la casa común. La encíclica Laudato Si’, de la que en estos días comenzábamos a imaginar la celebración de su décimo aniversario, nos abrió a una nueva mirada sobre el cuidado de la tierra, el agua, el aire y la vida. Insistía en la fraternidad entre los pueblos y en la responsabilidad del ser humano por preservar la creación que Dios nos confió, frente a la codicia, la desmesura de las ambiciones y los intereses económicos.

Este legado de gestos y palabras, de acciones proféticas y mensajes que nos conectaban con el Buen Samaritano que es Jesús, hoy lo ofrecemos a Dios como parte de nuestra acción de gracias. Nuestra oración es por su eterno descanso, pero también por la fidelidad de la Iglesia al Evangelio de Jesús, a la comunión que Él nos pidió y al deseo misionero del Señor de anunciarlo por todo el mundo.

Hoy nos corresponde cuidar, profundizar y multiplicar las enseñanzas de Francisco, para contribuir a conocer mejor la voluntad de Dios para su Iglesia. La percepción tan honda que hoy compartimos, reconociéndonos hermanos y miembros de un único pueblo de Dios, es también parte de su insistencia y de su legado.

Pidamos para él que descanse en paz y que brille para él la luz que no tiene fin.

Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza