Sábado 10 de mayo de 2025

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Francisco nos mostró las llagas del Resucitado

Homilía de monseñor Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, en la Iglesia Argentina de Roma (Segundo Domingo de Pascua, 27 de abril de 2025)

Queridos hermanos,

Nos encontramos en esta querida Iglesia argentina, para testimoniar públicamente nuestra acción de gracias a Dios por la vida y el ministerio del Papa Francisco. Provenientes de distintos lugares de la Patria y del mundo, nos reúne la gratitud por el don de la fecunda entrega pastoral del Papa que acaba de fallecer y con quien compartimos no sólo el origen, sino también tantos sueños y esperanzas de una Iglesia “en salida” al encuentro de todos los hombres, especialmente de los más pobres y los alejados.

En la primera lectura, la alegría de la Pascua lleva a los discípulos a vibrar con su testimonio apostólico. Asistidos por el Espíritu Santo, ponen signos de vida nueva entre los enfermos, los afligidos, los descartados. Aquella tristeza por la crucifixión del Hijo de Dios era ahora desbordada por el cumplimiento de las promesas del Señor a través de los signos y prodigios que Él obraba entre ellos. Los guía la honda experiencia de la Pascua y ya nada los detendrá. La expresión del Libro del Apocalipsis da la razón de tanta esperanza: «No temas: yo soy el Primero y el Ultimo, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo.» Estamos en manos del Dios de la Vida y son las mejores manos.

En el Evangelio, los encuentros del Resucitado con la comunidad apostólica nos ofrecen un testimonio vivaz y lleno de detalles sobre la llegada del Señor. En la primera visita, vemos a los discípulos encerrados y con temor. Jesús les comunicará la plenitud de sus dones para obrar su misericordia en su nombre. El segundo encuentro presenta al diálogo del Señor con Tomás que no había estado la primera vez y se había permitido dudar no sólo de su grupo que le había contado la llegada de Jesús, sino del mismo Señor que había querido estar entre ellos. El Papa Francisco nos comenta esta escena conmovedora:

«El Señor sabe cuándo y por qué hace las cosas. A cada uno da el tiempo que Él cree más oportuno. A Tomás le concedió ocho días. «¡Era un testarudo! Pero el Señor quiso precisamente a un testarudo para hacernos entender algo más grande. Tomás, al ver al Señor, no dijo: “Es verdad, el Señor resucitó”. No. Fue más allá, y dijo: “Señor mío y Dios mío”. Es el primero de los discípulos en confesar la divinidad de Cristo tras la resurrección. De esta confesión se comprende cuál era la intención del Señor respecto a Tomás: partiendo de su incredulidad le llevó a afirmar su divinidad. Y Tomás adora al Hijo de Dios. Pero para adorar, para encontrar a Dios, al Hijo de Dios, tuvo que meter el dedo en las llagas, meter la mano en el costado. Este es el camino». ¿Cómo puedo hoy encontrar las llagas de Jesús? Yo no las puedo ver como las vio Tomás. Las llagas de Jesús las encuentro haciendo obras de misericordia. Esas son las llagas de Jesús hoy. No es suficiente constituir una fundación para ayudar a todos, sería sólo un comportamiento filantrópico. En cambio debemos tocar las llagas de Jesús, debemos acariciar las llagas de Jesús. Debemos sanar las llagas de Jesús con ternura.» (L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 28, viernes 12 de julio de 2013)

Las obras de misericordia expresan nuestra atención a las necesidades más urgentes y elementales sufridas por los más pobres; esas llagas que nos piden una respuesta concreta ante el hambre, la sed, la intemperie, la desnudez, la enfermedad, la falta de libertad, el dolor y la ignorancia. 

Pero hay verdaderas llagas sociales, de dimensión universal, con graves consecuencias para esta comunidad humana que conformamos. Estamos llamados a ir al encuentro de ellas para transformarlas, poniendo señales de esperanza, como nos pedía el Papa Francisco al convocar el Jubileo: la tragedia de la guerra, la pérdida del deseo de trasmitir la vida, la prisión sin horizonte de vida ni posibilidad de reinserción social, la fragilidad de la atención de salud de los enfermos, las personas con discapacidad o enfermedades de gravedad que limitan su autonomía, la juventud sin futuro ni horizonte ni expectativa alguna, el drama de los refugiados, desplazados y migrantes, la situación de ancianos solos y abandonados, la escandalosa naturalización del número de pobres y la extensión del problema del hambre, como datos a los que nos acostumbramos.

La muerte de Francisco nos invita, de su mano, a tocar las llagas de Cristo y la humanidad, para reconocer y adorar a Dios vivo y verdadero. Como creyentes no nos dejamos abatir ni nos acostumbramos con frases de circunstancia ante tanto dolor. Llenos de esperanza nos lanzamos al encuentro de la vida verdadera, sin romanticismo, para amarla y servirla desde nuestro lugar de discípulos. De esa primacía del servicio y cuidado de la vida nos habló Francisco. Como argentinos nos reconocemos especialmente llamados a interpretar ese mensaje tan potente de vida y esperanza que no dejará de hacer lío, concreción lunfarda de aquel “he venido a traer fuego a la tierra” (Lc. 12,49) de Jesús.

En estos días aquí en Roma, escuché innumerables anécdotas de Francisco conectando gente creando lazos entre personas que antes no se conocían, y se necesitaban. Personas e instituciones, credos y confesiones, que no tenían nada en común y empezaban a sintonizar de un modo maravilloso para resolver problemas de la gente. Imaginaba miles de “Francisco” ahora multiplicado en nuestra Patria, para que prevalezca la cultura del encuentro y del cuidado, para tocar las llagas de Cristo, y adorarlo sirviendo, haciendo concreta la Pascua del Señor, resistiendo la atomización que debilita vidas y corazones, paraliza energías y encierra a la verdadera libertad, esa que nos pide hacernos cargo del dolor y el sufrimiento, que no los banaliza, sino que los toma en serio para afrontarlos y resolverlos.

Acompañados ahora por la oración de Francisco, pidamos a nuestra Madre de Luján, Señora de la Pascua, que nos sostenga en esperanza.

Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza y presidente de la CEA