Martes 1 de julio de 2025

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"¡Que se sienten en grupos de cincuenta personas!" (Lc 9, 14).

Homilía de monseñor Ernesto Giobando SJ, obispo de Mar del Plata, en la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (22 de junio de 2025)

En el Evangelio que acabamos de escuchar en esta solemne Misa del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, los discípulos sugieren a Jesús que despida a la multitud porque estaban en un lugar solitario y la gente estaba cansada y hambrienta. El Señor les dice: “Denles ustedes de comer”, a lo cual ellos responden que no tienen más que cinco panes y dos pescados, muy poco para esa multitud de cinco mil hombres.

En este diálogo estamos también nosotros, es muy poco lo que tenemos, si bien podemos hacer una campaña solidaria, una colecta, siempre es poco ante tantas necesidades, pero de todas formas es algo: cinco panes y dos pescados, eso es lo que tenemos para presentárselos a Jesús.

Somos nosotros quienes tenemos que dar de comer a la multitud, y ante tantas necesidades nos sentimos muy cortos de bienes y de ayuda concreta, pero está Jesús y eso cambia todo, delante de Jesús no podemos hacer cálculos ni presentar excusas.

El es nuestro Señor, Jesús es nuestro Dios. Un Dios que se hace hombre y que comprende nuestras necesidades materiales y a las cuales nos involucra: “denles ustedes de comer”, y nuestras necesidades espirituales: el perdón, la pobreza de corazón, la paz, la fraternidad, el calor de una familia y de una comunidad, el amor, la amistad, y para ello Él nos da su Pan, el Pan de la Comunión, el Pan de la Eucaristía: “Señor, danos siempre de este Pan”.

Aquí estamos como Iglesia que peregrina en Mar del Plata, tenemos muy poco que ofrecer ante tantas necesidades de una multitud, tenemos solamente cinco panes y dos pescados. Así están muchas familias en nuestra ciudad, con muy poco, casi nada. Siguiendo las indicaciones de Jesús nos queremos sentar en pequeños grupos de cincuenta, para vernos las caras, reconocernos como hermanos y hermanas, saber un poco más de nuestras historias, ver las necesidades concretas, acercarnos al vecino, al joven, a ese anciano que vive solo y compartir el pan multiplicado que nos da el Señor.

Precisamente el milagro está en compartir, recibo un poco, te doy ese pan, recibís un poco, lo compartís... el milagro es la compartida, es decir: el pan partido y compartido. El milagro de la multiplicación no es sólo la cantidad de panes y pescados multiplicados por el poder del Señor, ni los doce canastos que se juntaron con las sobras, sino que cinco mil hombres, empezando por los discípulos, se animaron a compartir. Solamente tenían cinco panes y dos pescados, pero ese poco en las manos de Jesús, después de alzar los ojos al Cielo y pronunciar sobre ellos la bendición y partirlos y dárselos a los discípulos para que los repartieran entre la gente, ese poco que es nuestra ofrenda en la Eucaristía: un poco de pan y de vino, ese poco se multiplica, por la acción de la gracia divina sacramental y se hace Comunión.

Precisamente estamos celebrando la Comunión, Corpus es Comunión, es la fiesta de la Comunión. Aquí estamos porque queremos compartir nuestra fe en Jesús Eucaristía, misterio de amor y de unidad que se renueva en cada Misa que celebramos. Aquí estamos y caminamos juntos en este Año Santo como “Peregrinos de la Esperanza”.

Un Año Jubilar en que vivimos como Iglesia la partida del Papa Francisco y la llegada del Papa León. La Iglesia tiene como signo de comunión la Eucaristía y al Pastor universal, al Papa. Así como cada diócesis tiene al Obispo, como signo y garante de la comunión y de la unidad, que no falte la Eucaristía en cada comunidad y que el Pueblo de Dios esté unido: sacerdotes, consagradas, consagrados y laicos, en donde no haya ninguna división: ¡un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un Papa, un Obispo, una Diócesis! “En el único Cristo somos uno” es el lema del escudo del Papa León XIV que pronto estará en la entrada de nuestra Catedral.

En un mundo donde hay tantas guerras y muertes, tantas agresiones y enfrentamientos, tantos odios e insultos, como Obispo de esta diócesis les invito a que nos sentemos en grupos de cincuenta, es decir pequeños grupos, pequeñas comunidades, y juntos sepamos “compartir” y “dialogar” en torno a la Palabra y a la Eucaristía. Compartir también el pan en tantas mesas escaso, el pan del trabajo, el pan de las oportunidades, el pan de las buenas palabras y acciones que achican las tan profundas diferencias y desigualdades. Duele que en la tierra bendita del pan haya tanta gente excluida y tan altos porcentajes de desnutrición, pero hay que intentar hacer algo, no nos podemos quedar solamente con el lamento o con el diagnóstico, busquemos juntos las soluciones.

Nos tenemos que sentar en grupos pequeños para repensar la Iglesia, esa Iglesia que quería Francisco y esa Iglesia que sueña el Papa León: una Iglesia cercana a las necesidades de la gente, abierta al diálogo, alejada de la descalificación y de los insultos que dividen. Una Iglesia joven para los jóvenes y para los adultos de juventud acumulada. Una Iglesia en la que los niños y adolescentes sean los preferidos de Jesús (en el Evangelio de san Juan es un niño el que arrima los cinco panes y los dos pescados que seguramente su mamá le puso en la mochila para ir a escuchar a Jesús). Una Iglesia doméstica presente en cada hogar cristiano. Una Iglesia pobre para los pobres, rica en generosidad, millonaria en sonrisas y signos de esperanza, que no cuestan mucho esfuerzo.

Una Iglesia pecadora, sí, pero también reconciliada. Una Iglesia samaritana, que no pasa de largo ante el dolor del que está tirado al borde del camino y que recibió tanto maltrato. Una Iglesia que anuncia que Jesús está vivo, que quiere llegar a las últimas casitas de nuestros barrios, pero también entrar en los edificios y en los barrios cerrados, en las Universidades y también en los hospitales y geriátricos.

Nadie puede quedar afuera. Tenemos que formar grupos de cincuenta y que pase por nuestras manos el Pan de Vida, el Pan de la Comunión. Grupos de cincuenta en los cuales encontremos nuestro lugar y plena participación, una Iglesia sinodal y misionera que lleve la esperanza a tantos que se les va apagando la ilusión y las ganas de vivir.

Nos dice el Papa León:

‘Espero que cada diócesis pueda promover caminos de educación a la no violencia, iniciativas de mediación en los conflictos locales, proyectos de acogida que transformen el miedo al otro en oportunidad de encuentro. Cada comunidad debe convertirse en una ‘‘casa de paz”, donde se aprenda a desactivar la hostilidad a través del diálogo, donde se practique la justicia y se valore el perdón” (Discurso a la Conferencia Episcopal Italiana, Roma, 17 de junio de 2025).

Luego de la Santa Misa nos dispondremos para iniciar nuestra procesión de Corpus, recorriendo las calles de nuestra ciudad, guiados por Jesús, dándole nuestra respuesta de fe: “Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Que así sea, Amén.

Mons. Ernesto Giobando SJ, obispo de Mar del Plata