Queridos hermanos,
Nos encontramos en esta querida Iglesia argentina, para testimoniar públicamente nuestra acción de gracias a Dios por la vida y el ministerio del Papa Francisco. Provenientes de distintos lugares de la Patria y del mundo, nos reúne la gratitud por el don de la fecunda entrega pastoral del Papa que acaba de fallecer y con quien compartimos no sólo el origen, sino también tantos sueños y esperanzas de una Iglesia “en salida” al encuentro de todos los hombres, especialmente de los más pobres y los alejados.
En la primera lectura, la alegría de la Pascua lleva a los discípulos a vibrar con su testimonio apostólico. Asistidos por el Espíritu Santo, ponen signos de vida nueva entre los enfermos, los afligidos, los descartados. Aquella tristeza por la crucifixión del Hijo de Dios era ahora desbordada por el cumplimiento de las promesas del Señor a través de los signos y prodigios que Él obraba entre ellos. Los guía la honda experiencia de la Pascua y ya nada los detendrá. La expresión del Libro del Apocalipsis da la razón de tanta esperanza: «No temas: yo soy el Primero y el Ultimo, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo.» Estamos en manos del Dios de la Vida y son las mejores manos.
En el Evangelio, los encuentros del Resucitado con la comunidad apostólica nos ofrecen un testimonio vivaz y lleno de detalles sobre la llegada del Señor. En la primera visita, vemos a los discípulos encerrados y con temor. Jesús les comunicará la plenitud de sus dones para obrar su misericordia en su nombre. El segundo encuentro presenta al diálogo del Señor con Tomás que no había estado la primera vez y se había permitido dudar no sólo de su grupo que le había contado la llegada de Jesús, sino del mismo Señor que había querido estar entre ellos. El Papa Francisco nos comenta esta escena conmovedora:
«El Señor sabe cuándo y por qué hace las cosas. A cada uno da el tiempo que Él cree más oportuno. A Tomás le concedió ocho días. «¡Era un testarudo! Pero el Señor quiso precisamente a un testarudo para hacernos entender algo más grande. Tomás, al ver al Señor, no dijo: “Es verdad, el Señor resucitó”. No. Fue más allá, y dijo: “Señor mío y Dios mío”. Es el primero de los discípulos en confesar la divinidad de Cristo tras la resurrección. De esta confesión se comprende cuál era la intención del Señor respecto a Tomás: partiendo de su incredulidad le llevó a afirmar su divinidad. Y Tomás adora al Hijo de Dios. Pero para adorar, para encontrar a Dios, al Hijo de Dios, tuvo que meter el dedo en las llagas, meter la mano en el costado. Este es el camino». ¿Cómo puedo hoy encontrar las llagas de Jesús? Yo no las puedo ver como las vio Tomás. Las llagas de Jesús las encuentro haciendo obras de misericordia. Esas son las llagas de Jesús hoy. No es suficiente constituir una fundación para ayudar a todos, sería sólo un comportamiento filantrópico. En cambio debemos tocar las llagas de Jesús, debemos acariciar las llagas de Jesús. Debemos sanar las llagas de Jesús con ternura.» (L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 28, viernes 12 de julio de 2013)
Las obras de misericordia expresan nuestra atención a las necesidades más urgentes y elementales sufridas por los más pobres; esas llagas que nos piden una respuesta concreta ante el hambre, la sed, la intemperie, la desnudez, la enfermedad, la falta de libertad, el dolor y la ignorancia.
Pero hay verdaderas llagas sociales, de dimensión universal, con graves consecuencias para esta comunidad humana que conformamos. Estamos llamados a ir al encuentro de ellas para transformarlas, poniendo señales de esperanza, como nos pedía el Papa Francisco al convocar el Jubileo: la tragedia de la guerra, la pérdida del deseo de trasmitir la vida, la prisión sin horizonte de vida ni posibilidad de reinserción social, la fragilidad de la atención de salud de los enfermos, las personas con discapacidad o enfermedades de gravedad que limitan su autonomía, la juventud sin futuro ni horizonte ni expectativa alguna, el drama de los refugiados, desplazados y migrantes, la situación de ancianos solos y abandonados, la escandalosa naturalización del número de pobres y la extensión del problema del hambre, como datos a los que nos acostumbramos.
La muerte de Francisco nos invita, de su mano, a tocar las llagas de Cristo y la humanidad, para reconocer y adorar a Dios vivo y verdadero. Como creyentes no nos dejamos abatir ni nos acostumbramos con frases de circunstancia ante tanto dolor. Llenos de esperanza nos lanzamos al encuentro de la vida verdadera, sin romanticismo, para amarla y servirla desde nuestro lugar de discípulos. De esa primacía del servicio y cuidado de la vida nos habló Francisco. Como argentinos nos reconocemos especialmente llamados a interpretar ese mensaje tan potente de vida y esperanza que no dejará de hacer lío, concreción lunfarda de aquel “he venido a traer fuego a la tierra” (Lc. 12,49) de Jesús.
En estos días aquí en Roma, escuché innumerables anécdotas de Francisco conectando gente creando lazos entre personas que antes no se conocían, y se necesitaban. Personas e instituciones, credos y confesiones, que no tenían nada en común y empezaban a sintonizar de un modo maravilloso para resolver problemas de la gente. Imaginaba miles de “Francisco” ahora multiplicado en nuestra Patria, para que prevalezca la cultura del encuentro y del cuidado, para tocar las llagas de Cristo, y adorarlo sirviendo, haciendo concreta la Pascua del Señor, resistiendo la atomización que debilita vidas y corazones, paraliza energías y encierra a la verdadera libertad, esa que nos pide hacernos cargo del dolor y el sufrimiento, que no los banaliza, sino que los toma en serio para afrontarlos y resolverlos.
Acompañados ahora por la oración de Francisco, pidamos a nuestra Madre de Luján, Señora de la Pascua, que nos sostenga en esperanza.
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza y presidente de la CEA
Queridos hermanos: en estas vísperas del II domingo de Pascua, estamos celebrando la Eucaristía pidiendo por el eterno descanso del Papa Francisco. En la mañana del lunes 21, cuando todavía resonaban en nuestro corazón los cantos alegres y esperanzadores del domingo de Pascua, nos enteramos con tristeza de la muerte del Papa. Aunque todos sabíamos que ese momento iba a llegar, porque su salud estaba muy deteriorada, sin embargo, estas noticias siempre nos toman de sorpresa y nos entristeció el corazón. Sin embargo, todavía resonaban las palabras del mensaje del Papa en la celebración de la Vigilia Pascual, en el que nos decía: “…Cristo resucitado… Éles la esperanza que no declina. Él es el amor que nos acompaña y nos sostiene. Él es el futuro de la historia, el destino final hacia el que caminamos, para ser acogidos en esa vida nueva en la que el mismo Señor enjugará todas nuestras lágrimas «y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor» (Ap 21,4)”[1]. Al recordar estas palabras, regresó la alegría de la Pascua a nuestro corazón. La tristeza se convirtió en Esperanza porque Cristo Resucitado venció definitivamente el sufrimiento, el pecado y la muerte.
Al recordar las enseñanzas del Papa Francisco, hechas de gestos y palabras, damos gracias a Dios por el pastoreo de Francisco a lo largo de 12 años de pontificado. Fue un pastor cercano, que nos habló con palabras sencillas, capaces de ser comprendidas por todos; un pastor que nos transmitió el Evangelio con gestos: un abrazo, una sonrisa, una caricia, una mirada atenta y respetuosa. Al decir de un cardenal italiano, Francisco “se acercó a la gente porque quería comunicar a todos el amor de Dios por la humanidad concreta, tal como es, sin filtros y sin hipocresía”[2].
Pero Francisco fue también un pastor que nos legó un importante y fecundo magisterio. Sin pretender ahora hacer referencia a todos sus escritos, deseo mencionar solamente algunos, empezando por su primera Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el documento programático de su pontificado, como él mismo lo expresó. Nos recordaba que la Iglesia es para la misión. Nos invitaba a ser una Iglesia en salida, en busca de todos los hermanos, que no le tiene miedo a “ensuciarse” los pies yendo a las “periferias geográficas y existenciales” para anunciar la alegría del Evangelio. Porque, nos decía el Papa, “si hay algo que deba inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia es que haya tantos hermanos nuestros que vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo…” (EG, 49).
También fue el pastor que predicó infatigablemente y con mucha valentía la dignidad infinita de todo ser humano. Monseñor Víctor Fernández, con ocasión de los 10 años del pontificado de Francisco escribía en La Nación: “Francisco, que no deja de hablar de un Dios que ama y que espera, de un Cristo que salva y siempre da una nueva oportunidad, por eso mismo se ha convertido en un profeta de la dignidad humana. Quizás este sea el tema central de su mensaje: esa dignidad, más allá de cualquier circunstancia, ya que todo ser humano tiene un valor infinito por el inmenso amor de Dios que lo sostiene...”[3].
Las dos importantísimas encíclicas sociales que nos legó en su pontificado, Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común, la que Dios creó para todos sus hijos, y la encíclica Fratelli Tutti, sobre la fraternidad y amistad social, se fundamentan en la común dignidad del ser humano. Para los que tenemos Fe, la dignidad humana se sustenta en que Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, únicos e irrepetibles. El contenido de todas sus enseñanzas sociales está fundamentado en que todos los seres humanos, todos creados por Dios, tenemos la misma dignidad, que debemos respetar, promover y cuidar especialmente en los hermanos más abandonados y descartados de la sociedad.
Al final, quiero hacer referencia a su última encíclica Dilexit nos. El Papa que en Evangelii Gaudiuminicia su magisterio pidiéndonos anunciar lo más importante, el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, predicando el Evangelio que llena de alegría el corazón, termina su magisterio hablándonos del amor misericordioso del Corazón de Cristo. En este documento nos decía “el Corazón de Cristo, que simboliza su centro personal, desde donde brota su amor por nosotros, es el núcleo viviente del primer anuncio”[4].
Queridos hermanos: repasando someramente el magisterio del Papa difunto, de algo estamos seguros, el Papa Francisco siempre quiso anunciar a Jesucristo, su amor, su misericordia, su Evangelio, mensaje de salvación para todos los seres humanos…
En este domingo II de Pascua, también llamado domingo de la Divina Misericordia, hemos escuchado que Jesús resucitado manda a sus discípulos a la misión y a ser instrumentos de misericordia, perdonando los pecados. Hoy, al Papa que nunca dejó de predicar la misericordia de Dios, diciéndonos que Dios no se cansa de perdonar, lo encomendamos al Corazón bueno y misericordioso de Jesús y al cuidado de la Virgen María, a quien confió su sacerdocio, su episcopado y su misión de pastor universal.
Querido papa Francisco, pastor bueno, DESCANSA EN PAZ.
Mons. Gustavo Gabriel Zurbriggen, obispo de Concordia
Notas:
[1] Cfr. Homilía de la Vigilia Pascual de 2025, Ciudad del Vaticano. Texto del Papa Francisco, leído por el cardenal Giovanni Battista Re.
[2] Cfr. https://www.infobae.com/america/mundo/2025/04/24/el-cardenal-matteo-zuppi-uno-de-los-candidatos-para-ser-papa-despidio-a-francisco-queria-comunicar-el-amor-sin-hipocresia/
[3] Mons. Víctor Fernández, La Nación, 12/3/2023
[4] Cfr. Francisco, Dilexit nos, 32.
Celebramos hoy en el segundo domingo de Pascua, el domingo de la Misericordia. Y rezamos en esta Misa con corazón agradecido por la vida tan fecunda del Papa Francisco. Unimos hoy entonces la figura de Francisco y la misericordia. No es difícil hacerlo porque él permanentemente nos mostró la centralidad de la misericordia de Dios, para con una humanidad que tiene profunda sed de ella. Él nos enseñó con su magisterio hecho de palabras y gestos, que el nombre de Dios es Misericordia.
Francisco eligió un lema al ser nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires y que lo acompañó como Obispo de Roma, reza así: "Miserando atque eligendo", es decir "Lo miró con misericordia, y lo eligió". La escena bíblica que está detrás es la elección que Jesús hace de Mateo como su discípulo. Ante la mirada de misericordia del Señor Jesús, Mateo deja inmediatamente la mesa de recaudación de impuestos, ámbito en el que se daban muchas situaciones de pecado y corrupción, y lo sigue. Mateo empieza a formar parte de esa comunidad de discípulos que comparten con Jesús una intimidad itinerante y misionera (cf. Mt 9, 9-13).
Francisco se declara abiertamente en muchas ocasiones como un pecador perdonado y dignificado por la misericordia de Dios (cf. Lc 15, 11-32). Así se presenta en una cárcel en Santa Cruz de la Sierra-Bolivia, y les dice a las personas privadas de libertad: "¿Quién está ante ustedes?, podrían preguntarse. Me gustaría responderles la pregunta con una certeza de mi vida, con una certeza que me ha marcado para siempre. El que está ante ustedes es un hombre perdonado. Un hombre que fue y es salvado de sus muchos pecados. Y es así como me presento. No tengo mucho más para darles u ofrecerles, pero lo que tengo y lo que amo, sí quiero dárselo, sí quiero compartirlo: es Jesús, Jesucristo, la misericordia del Padre. Él vino a mostrarnos, a hacer visible el amor que Dios tiene por nosotros... Un amor que se acerca y devuelve dignidad. Una dignidad que la podemos perder de muchas maneras y formas. Pero Jesús es un empecinado de esto: dio su vida por esto, para devolvernos la identidad perdida, para revestirnos con toda su fuerza de dignidad"[1]. Aquí afirma con claridad que el mensaje del amor de Jesucristo que nos salva es inseparable del mensaje de la inmensa dignidad de cada ser humano.
Francisco nos invita una y otra vez, a entrar en la dinámica de la confianza en la Misericordia de Dios. Al comienzo de la exhortación la Alegría del Evangelio afirma: "Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia"[2]. Y en la exhortación que le dedica a Santa Teresita sostiene con contundente claridad: "El pecado del mundo es inmenso, pero no es infinito. En cambio, el amor misericordioso del Redentor, este sí es infinito".[3]
Una de las definiciones de Francisco más conmovedoras acerca de la Iglesia, es cuando la define como hospital de campaña: "Veo la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas... Y hay que comenzar por lo más elemental... ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro".[4]
Y es precisamente la parábola del Buen Samaritano la que va a ser el ícono de la carta encíclica Fratelli Tutti (todos hermanos) acerca de la fraternidad y la amistad social. El capítulo II está dedicado a comentar la narración de Jesús y a invitar a que la Iglesia sea una comunidad samaritana que reciba, abrace, se involucre y acompañe a los que están tirados en el camino de la vida. Francisco nos pone frente a una decisión que también es de carácter personal, elegir entre ternura o crueldad: "La narración es sencilla y lineal, pero tiene toda la dinámica de esa lucha interna que se da en la elaboración de nuestra identidad, en toda existencia lanzada al camino para realizar la fraternidad humana. Puestos en camino nos chocamos, indefectiblemente, con el hombre herido. Hoy, y cada vez más, hay heridos. La inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos".[5]
En este domingo de la Misericordia, Jesús le muestra a Tomás sus llagas santas y gloriosas, y nos las muestra a nosotros como signo de su amor, hasta el extremo de dar la vida para que tengamos vida. Como si nos dijera que solo podemos entrar al corazón de Dios si tocamos su costado abierto. Hoy redescubrimos que solo podemos "tocar" a Dios a través de las llagas de Cristo. Y sabemos que Cristo sigue llagado en los niños, las niñas y adolescentes que sufren la indigencia, en los ancianos olvidados, en los enfermos, en los padres de familia que perdieron el trabajo.
Hoy hacemos experiencia de la misericordia de Dios, que no nos descarta, sino que se hace cargo de nosotros. Esa experiencia nos tiene que llevar a nosotros a no descartar a nadie, a no abandonar a nadie y convertirnos en comunidades que sigan los pasos de Jesús misericordioso. Por esta razón elegimos seguir organizando la esperanza, poniendo manos a obras concretas. No son hechos aislados, de una persona aislada, sino una comunidad que abraza el dolor del hermano, de la hermana. Abrirnos al sufrimiento humanizará nuestras comunidades de fe, las hará más evangélicas, más fraternas y por consiguiente, más misioneras.
En la historia de la Iglesia hay mucho pecado y también muchísima santidad. Santidad de las bienaventuranzas, santos de la puerta de al lado como enseñó Francisco[6]. A nosotros nos conmueve el testimonio de muchos hombres y mujeres que han llevado la luz de la misericordia a los lugares de sufrimiento y dolor; que han hecho obras grandes para con los más pequeños, para con los más pobres. Sin embargo lo que más nos impresiona es su exquisita humanidad.
Un testigo de la Misericordia de Dios que hoy nos conmueve profundamente es Francisco, y por ello damos gracias por su vida y lo confiamos a la Virgen, a la Madre de la Misericordia.
Mons. Gustavo Carrara, arzobispo de La Plata
27 de abril 2025
Notas:
[1] Francisco. Visita al centro de rehabilitación Santa Cruz-Palmasola. Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). 10 de julio de 2015.
[2] Francisco. Evangelii Gaudium. N° 3.
[3] Francisco. Exhortación Apostólica C'est la confiance, sobre la confianza en el Amor Misericordioso de Dios con motivo del 150° aniversario del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. N° 29.
[4]Antonio Spadaro SJ, Entrevista exclusiva del Director de la Civiltá Cattolica al Papa Francisco: "Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos" 19 de agosto de 2013.
[5] Francisco. Fratelli Tutti. N° 69.
[6] Francisco. Gaudete et exsultate. N° 6-9
Queridos hermanos y hermanas:
1. ¡La paz esté con Ustedes! Con esta expresión Jesús resucitado se presentó a los discípulos que estaban encerrados por temor. ¡La paz esté con Ustedes! Son las palabras que también hoy nos dirige a nosotros Jesús Resucitado en este día para desterrar nuestros miedos y animarnos a seguirlo por el camino de la misericordia. Sí, toda la vida de Jesús fue una expresión de misericordia del Padre cuando devolvió la salud a los enfermos, liberó a los atormentados por algún mal espíritu y dando el perdón a los pecadores incluso a los que lo mataban. Luego envía a los Apóstoles a continuar su misión, esa misión que se origina en su Padre, y que incluye el poder de perdonar los pecados. El fundamento del perdón está en su entrega en la cruz por toda la humanidad, por ello muestra sus manos y su costado para que puedan comprender que el perdón y la reconciliación ya fueron ofrecidos por Él mismo en la Cruz.
Este camino de misericordia heredaron los apóstoles como bien lo refleja el libro de los Hechos: “Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en el pueblo… La multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban sanados.” Este camino de misericordia es una nota propia de la Iglesia de todos los tiempos y también de hoy. Todos nosotros somos necesitados de la misericordia de Dios, que se hace perdón cuando acudimos al sacramento de la reconciliación. “Déjense misericordear por el Señor, que nunca, nunca se cansa de perdonar” nos repetía Francisco muchas veces. También decía déjense amar por el Señor que siempre nos quiere y lo hace con ternura. Cuando el Papa insistía en esto es porque muchas veces ni nosotros nos perdonamos pecados cometidos y muchas veces los seguimos teniendo tan presente como si fueran actuales. Sí, con confianza “Dejémonos misericordear por el Señor”.
Al mismo tiempo el Señor nos invita a ser misericordiosos con los demás, a animarnos a perdonar a los demás ¡siempre! a jugarnos en ayudar a los demás, a ejercitar un trato respetuoso y tierno con los demás ¡siempre! Y si esto nos cuesta pidamos esa gracia con insistencia en nuestras oraciones diarias.
2. En el evangelio nos presenta también la tensión entre creer y no creer: Tomás, que estuvo ausente en la visita del Señor, es invitado a creer por el testimonio de la comunidad que ha visto al Señor Resucitado. Sin embargo, él se resiste a creer si no puede ver. Jesús en su misericordia, se les aparece a todos nuevamente y se dirige a Tomás particularmente. Nos decía el papa Francisco: “Tomás quiere ver y tocar. Y el Señor no se escandaliza de su incredulidad, sino que va a su encuentro: «Trae aquí tu dedo y mira mis manos». No son palabras desafiantes, sino de misericordia. Jesús comprende la dificultad de Tomás, no lo trata con dureza y el apóstol se conmueve interiormente ante tanta bondad. Y es así que de incrédulo se vuelve creyente, y hace esta confesión de fe tan sencilla y hermosa: «¡Señor mío y Dios mío!». Es una linda invocación, que podemos hacer nuestra y repetirla durante el día, sobre todo cuando experimentamos dudas y oscuridad, como Tomás. Porque en Tomás -continúa Francisco- está la historia de todo creyente, de cada uno de nosotros. Hay momentos difíciles… en los que estamos en crisis y necesitamos tocar y ver. Pero, como Tomás, es precisamente en esos momentos cuando redescubrimos el corazón del Señor, su misericordia. Jesús, en estas situaciones, no viene hacia nosotros de modo triunfante y con pruebas abrumadoras, no hace milagros rimbombantes, sino que ofrece cálidos signos de misericordia. Nos consuela con el mismo estilo del Evangelio de hoy: ofreciéndonos sus llagas. No olvidemos esto, ante el pecado, el más escandaloso pecado nuestro o de los demás, está siempre la presencia del Señor que ofrece sus llagas”.
Queridos hermanos y hermanas, así Jesús se dirige a todos nosotros hoy animándonos a creer para ser felices. También a nosotros nos dice: “Felices, ¡Felices los que creen sin haber visto!”.
3. Hoy que conmemoramos el 6to aniversario de la beatificación de mons. Angelelli y sus compañeros mártires, recordamos de cuántas maneras nuestro querido obispo hizo realidad esta página del Evangelio de la misericordia en primer lugar en la búsqueda de fomentar en la Iglesia el espíritu de servicio y la corresponsabilidad de todos en su misión, en el espíritu del Concilio Vaticano II, y lo hizo en una época difícil con fuertes conflictos sociales. La prédica y propuesta pastoral de Mons. Angelelli estaban centradas en Jesucristo, quien nos ha revelado un camino concreto para una vida feliz, con fruto de dar lugar a su amor misericordioso.
Esa felicidad es querida para todos, creyentes y no creyentes. Por eso nuestro obispo fue un promotor del diálogo social, de incluir en el camino pastoral la consulta o el diálogo con quienes buscaban el bien común en la sociedad aún con motivaciones diferentes a la fe.
Su pastoral expresó la misericordia de Dios promoviendo la justicia social, animándonos a ser constructores de un mundo donde los pobres y marginados sean incluidos en la vida social y puedan gozar de lo necesario para vivir, también alentó su participación plena en la vida de las comunidades eclesiales. En este sentido promovió el trabajo cooperativo y los sindicatos para el reconocimiento del trabajo del obrero.
También, Mons. Angelelli alentó incansablemente a vivir la misericordia en el Año Santo que se vivió en 1975. Decía: “El gran objetivo de este año Santo señalado por el Santo Padre es la Reconciliación. Reconciliación con nuestro Padre Dios y Reconciliación con nuestros hermanos. Será un año de un gran examen de conciencia personal y de toda la comunidad diocesana. Lo deberemos hacer dejándonos urgir y cuestionar por el Evangelio y la irrenunciable exigencia de traducirlo en la vida diaria… Es un llamado para que cambiemos de vida. Es un llamado para que aprendamos que la reconciliación y la renovación de una comunidad y de un pueblo solamente se hace si ponemos firmemente las manos en el arado para quitar todo lo que impide una verdadera liberación cristiana… Este Año Santo deberá crear lazos de solidaridad entre las familias de los barrios y de los pueblos. Únanse y no vivan desunidos. Quiten los resentimientos del corazón porque les mata la creatividad y los hace egoístas”.
La beatificación de los mártires que hoy recordamos, fue para nuestro pueblo un motivo de alegría y también un reconocimiento a la generosa entrega de sus vidas. Hoy nos toca beber de esa fuente de vida y enseñanzas que nos han dejado.
Como aquel tiempo necesitó de los mártires, este que vivimos necesita de nuestra generosa entrega:
4. Finalmente quiero resaltar el elocuente mensaje de la vida del beato mártir Wenceslao Pedernera. Él trabajó incasablemente por un mundo más justo, en la formación de un matrimonio y una familia cristiana; en la responsabilidad en sus compromisos sociales y, de modo particular, buscando la justicia en emprendimientos productivos que valorizaran el trabajo realizado por los obreros. Al final de su vida, su búsqueda de justicia se transformó en un derrame generoso de misericordia con los que no lo comprendieron y lo mataron. “Perdonen, perdonen y no odien”, fue su mensaje final cargado de pura misericordia, misericordia que es expresión de esa fe que fue madurando durante su vida.
Que el testimonio de nuestros beatos Mártires Enrique, Carlos, Gabriel y Wenceslao nos ayuden a vivir con misericordia la misión que el Señor hoy nos encomienda y a ser fervientes misioneros, testigos de esa misericordia siendo especialmente cercanos y sensibles a quienes están más necesitados de ella. Así sea.
Mons. Dante Braida, obispo de La Rioja
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la Iglesia se inclina en respetuoso silencio. Y el mundo entero guarda un momento de recogimiento, porque ha partido hacia la casa del Padre un hombre que caminó entre nosotros con el corazón de Cristo: el Papa Francisco.
Nos reúne esta Eucaristía en las Vísperas del Domingo de la Misericordia en donde todo nos habla, que la muerte no tiene la última palabra, sino que Cristo Resucitado, nos asegura que la vida eterna es nuestro destino y que nuestro Dios es un Padre rico en Misericordia.
Creo que en todos nosotros permanece inolvidable, el último domingo de Pascua, la imagen del Santo Padre, marcado por el sufrimiento, asomándose al balcón de la Basílica de San Pedro y dando la bendición “Urbi et orbi” y luego paseando por la Plaza en el Papamóvil saludando (despidiéndose) de su pueblo.
Y esta imagen nos lleva a otra muy fuerte, cuando un 13 de marzo de 2013 la fumata blanca nos anunciaba que teníamos un nuevo sucesor de Pedro y aparecía la figura tímida del Cardenal Bergoglio, ahora Francisco, confirmándonos cómo Cristo está junto a nosotros, caminando la historia como lo hizo con los discípulos de Emaús. Y enseguida la alegría espontanea de la gente en las calles, los templos que se hacían ecos de plegarias de miles y miles de argentinos, de paranaenses que colmaron la catedral y nos llevaba a decir “tú eres Pedro”…
Escogió el nombre del poverello de Asís y lo vivió hasta el final: con zapatos gastadas, con palabras simples, con gestos que decían más que cualquier discurso. Nos enseñó que la autoridad verdadera nace de la humildad, y que el Evangelio no se grita desde los lugares de poder, sino que se susurra desde la calle, desde el hospital, desde el barrio pobre, desde la cárcel, desde la cruz.
Fue la voz de los que no tienen voz. Habló por los migrantes que cruzan desiertos y mares, por los descartados del sistema, por los niños hambrientos, por los ancianos que son los descartados de este mundo, por la casa común en peligro. No lo hizo a desde lejos, sino como quien se sienta en el suelo junto a ellos, y los llama hermanos.
No se cansó de pedir por la paz, reunir a los líderes de las naciones en conflicto, besar sus pies clamando por la paz.
Denunció la idolatría del dinero, la cultura del descarte, la indiferencia ante el dolor humano. La defensa de la vida, su enfático rechazo al aborto, muchos de estos temas estuvieron presentes en sus cuatro Encíclicas y también en sus siete Exhortaciones apostólicas y en sus numerosos viajes.
Nos recordó que la Iglesia no puede ser cómoda cuando hay pueblos que sufren. Que la fe no es refugio, sino impulso para salir, tocar heridas, ser hospital de campaña y transformar el mundo con la fuerza del amor.
A los miembros de la Iglesia nos recordó reiteradamente que Dios es misericordia, que el nombre de Dios es “Misericordia”.
No tuvo miedo de decirnos a nosotros que prefiere “una Iglesia accidentada por salir, a una Iglesia enferma, por encerrarse”; no tuvo miedo de decirnos, que quería “una Iglesia pobre y para los pobres”, e instituyó la Jornada de los Pobres; no tuvo miedo de decirnos a los pastores que debemos ser “pastores con olor a oveja”; y que quiere una Iglesia en salida hacia las periferias existenciales y geográficas. Una Iglesia sinodal con participación de todos, en comunión para la misión.
Se ha comentado en estos días mucho una comparación entre los últimos pontífices: “San Juan Pablo II fue el Papa de la imagen, del misionero, el Papa Benedicto XVI fue el Papa de la sabiduría; qué nos dejó una maravillosa obra de doctrina; y Francisco, el Papa de los gestos que hablaba con una elocuencia enorme; y sí que en verdad nos regaló tantos signos: lavando los pies a los presos, comiendo con los pobres, tocando a enfermos graves, rezando en los muros de Tierra Santa. Sobre todo tres grandes signos, su visita a Lampedusa, su oración solitaria en la majestuosa Plaza San Pedo en plena Pandemia, y su visita reiterada a venerar a la imagen de Salus Populi Romani antes y al regresar de cada viaje, enseñándonos su tierna devoción a María. Hoy reposan sus restos a sus pies.
Los signos que hizo el Papa Francisco durante su pontificado nos dicen a todos que: “Sí se puede vivir el Evangelio, sí se pueden poner en práctica las enseñanzas más exigentes de Jesús, como nos propone en Mt 25, Las Bienaventuranza-
Sería interminable abarcar sus enseñanzas predicada con la palbra y con la vida. Pero no se puede obviar su incansable preocupación por la unidad de la Iglesia y con las otras confesiones en su compromiso ecuménico y el diálogo interreligioso. Su preocupación por el lugar de la mujer dentro de la Iglesia y la denuncia sobre las nuevas esclavitudes.
Su primera exhortación apostólica Evangelii gaudium fue programática en donde se nos invita a trasmitir la alegría del Evangelio que nace del encuentro con Cristo y que nos impulsa a la misión para anunciar el Keryma a todos los pueblos.
Construir puentes y no muros” es una exhortación que repitió muchas veces y su servicio a la fe como sucesor del Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre en todas sus dimensiones.
Culura del encuentro, otro gran deseo que expreso reiteradamente porque el todo es mayor que la parte y la unidad prevalece sobre el conflicto.
Lamentablemente los argentinos le dimos poco lugar a las enseñanza del Papa en nuestra vida socila y politica. Otra oportunidad perdida
Termino con las palbras que hoy pronunció el cardenal Re En Roma ¨En unión espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí para rezar por el Papa Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor.
El Papa Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: “No se olviden de rezar por mí”. Y querido Papa Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el pasado domingo desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el Pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza¨.
Su silla está vacía, pero su ejemplo llena la historia. Su pontificado no termina, comienza ahora a fecundar la memoria y la esperanza de esta Iglesia que tanto amó.
Y a nosotros, que quedamos en camino, danos la valentía de continuar lo que él inició: Una Iglesia humilde, de hermanos, y en salida.
Descansa en paz, Papa Francisco.
Y desde el cielo, no dejes de empujar a esta barca que tanto ayudaste a navegar.
Amén.
Mons. Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná
Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.
En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado. Entonces les dijo: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”.
Marcos 16, 9-15
El evangelio de hoy nos dice que los que habían acompañado a Jesús estaban afligidos y lloraban (Mc 16, 10) Como nosotros hoy, lloramos porque no queremos que la muerte gane, lloramos porque se murió el padre de todos, lloramos porque ya sentimos en el corazón su ausencia física, lloramos porque nos sentimos huérfanos, lloramos porque no terminamos de comprender ni de dimensionar su liderazgo mundial, lloramos porque ya lo extrañamos mucho.
Y no queremos que nos pase lo que cantaba Carlos Gardel en uno de sus tangos:
Las lágrimas taimadas, se niegan a brotar,
Y no tengo el consuelo, de poder llorar[1]
Recordemos palabras del Papa cuando nos decía: Al mundo de hoy le falta llorar. Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar. Solamente ciertas realidades de la vida se ven con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo aprendí a llorar? ¿Yo aprendí a llorar cuando veo un niño con hambre, un niño drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño abusado, un niño usado por una sociedad como esclavo? ¿O mi llanto es el llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más? Sean valientes. No tengan miedo a llorar.[2]
Por eso hoy lloramos a Francisco, lo hacemos desde lo más profundo del corazón, sin vergüenza, porque también el dolor nos une como pueblo; que nuestras lágrimas rieguen nuestra Patria, para hacerla fecunda en reconciliación y hermandad.
Volviendo al evangelio, vemos que Jesús se le apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había expulsado siete demonios. (Mc 16, 9) Aquella mujer... imaginemos su vida antes de encontrarse con Jesús; una mujer marginada, enferma, excluida, dejada de lado. Cuánto dolor habrá experimentado esa mujer en su vida. Sin embargo, el evangelio nos deja entrever que Jesús la amaba mucho, y por eso la curó y será ella la primera a quien se le aparezca al resucitar (Cfr Mc 16, 9)
Francisco, como buen padre, fue padre de todos, pero especialmente se ocupó de los más frágiles, tuvo predilección por los últimos, por los marginados, por los enfermos, por los descartables de esta sociedad; un corazón de pastor al modo del corazón de Jesús, siempre disponible para la escucha y el perdón, invitándonos también a nosotros a comprometernos con los que sufren. Por eso nos decía: No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos.[3]
Y volviendo al texto del evangelio, nos relata que María Magdalena había sido víctima de siete demonios a los que Jesús expulsó (Cfr Mc 16, 9)
Justamente Francisco a lo largo de su pontificado, desenmascaró proféticamente a varios demonios que hacen sufrir mucho a la humanidad; por ejemplo:
El demonio de la guerra, y nos decía: Como hombre de fe creo que la paz es el sueño de Dios para la humanidad. Sin embargo, constato lastimosamente que por culpa de la guerra este sueño maravilloso se está convirtiendo en una pesadilla. Es verdad, desde el punto de vista económico, la guerra atrae más que la paz, en cuanto favorece la ganancia siempre de unos pocos y en detrimento del bienestar de enteras poblaciones. El dinero ganado con la venta de armas es dinero manchado con sangre inocente. Hace falta más valor para renunciar a una ganancia fácil y preservar la paz que para vender armas, cada vez más sofisticadas y poderosas. Hace falta más valor para buscar la paz que para hacer la guerra. Hace falta más valor para promover el encuentro que para provocar el enfrentamiento; para sentarse en una mesa de negociaciones que para continuar con las hostilidades.[4]
El demonio de la exclusión, de la cultura del descarte y la indiferencia, porque se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Los excluidos no son solo explotados sino también desechables y sobrantes. En el fondo ya no se considera a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas.[5]
El demonio de la fragmentación y el desencuentro, siempre el Papa alertaba sobre la ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos verbales hasta destrozar la buena fama del otro, con lo que llamó el terrorismo de las redes, pero que expresa un sentimiento más profundo de rechazo al hermano, viéndonos como enemigos a los que tenemos que derrotar.
El demonio del siempre se hizo así al que el Papa llamó el veneno de la Iglesia, porque la costumbre nos seduce y nos dice que no tiene sentido tratar de cambiar algo, que siempre ha sido así. A causa de ese acostumbrarnos ya no nos enfrentamos al mal y permitimos que las cosas sean lo que son, o lo que algunos han decidido que sean.[6]
Y ante tanto demonio dando vuelta por el mundo, el testimonio de Francisco fue un faro que iluminaba la oscuridad, una voz profética que resonaba ante tanto silencio cómplice, un referente mundial frente a tanto desconcierto, un animador de sueños y esperanzas en un mundo desalentado y con miedo al futuro, un testigo de la misericordia y el perdón en la tormenta de las descalificaciones y el odio.
E igual que a los discípulos del evangelio, a nosotros también nos cuesta creer (Cfr Mc 16, 11.13.14); nos costó creer cuando lo vimos salir vestido de blanco en el balcón de la basílica de San Pedro; nos costó creer cuando empezamos a tomar conciencia de lo que significaba un Papa argentino; nos costó creer cuando lo vimos reunido con los líderes más importantes del mundo y al mismo tiempo, abrazando y dedicando tiempo a los más pobres, a los presos, a los enfermos. Nos costó creer que a pesar de los años que tenía, animara a los jóvenes a hacer lío, a soñar en grande, a no tener vuelos rastreros, a transformar el mundo; nos costó creer que con todas las dificultades físicas que tenía quisiera seguir visitando países muy alejados y muy pobres, clamando por la paz y la justicia.
Sin embargo, a pesar de su incredulidad y obstinación, Jesús envía a sus discípulos a anunciar la Buena Noticia a toda la creación (Cfr Mc 16, 15); y hoy también, el Señor nos envía a nosotros, y nos dice:
Vayan... seamos la Iglesia en salida que siempre nos propuso Francisco, una Iglesia inquieta, que se moviliza, que no se queda arrinconada, seamos cristianos en camino, que no viven su fe encerrados en cuatro paredes. El cardenal Bergoglio, unos días antes de ser elegido Papa, les decía a los cardenales reunidos en Roma: Evangelizar supone en la Iglesia la audacia de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.[7] ¡Vaya si Francisco vivió lo que dijo ese día!
Anuncien... con la palabra profética, pero también con el testimonio de vida, como lo hizo Francisco, con gestos, con coherencia, porque como nos decía, la Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida.[8]
La Buena Noticia. La Buena Noticia de la misericordia, de un Dios que no se cansa de perdonarnos, de un Dios que nos ama con locura, que abraza nuestra fragilidad, que nos da siempre otra oportunidad y que nos pide que entre nosotros nos tratemos igual, recordando siempre que todos somos pecadores, perdonados y salvados por Jesús.
La Buena Noticia de que la Iglesia es un hospital de campaña que recibe a todos, a todos, a todos, a todos, porque la Iglesia no es una aduana, sino la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.
La Buena Noticia de la alegría, que tiene que ser la respiración del cristiano, esa alegría que Francisco nos pidió que tengamos siempre a pesar de los problemas, la alegría profunda del corazón, de sabernos acompañados por Jesús resucitado en todo momento de la vida; la alegría del Evangelio que no es euforia fácil ni decir que está todo bien; esa alegría que es para todo el pueblo, y que no puede excluir a nadie. Por eso, ¡no nos dejemos robar la alegría!
La Buena Noticia de la fraternidad, en un mundo violento, donde parece primar el odio y la descalificación constante, en donde los ideologismos empañan cualquier posibilidad de encuentro; en una sociedad donde, como decimos vulgarmente, garpa hablar mal de los demás, insultar y agredir, queremos volver a insistir con anunciar la fraternidad, uno de los ejes principales del pensamiento del Papa Francisco. Recordemos cuando nos decía: Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos.[9]
Y antes de terminar, les propongo mirar el frontispicio de la catedral donde Jorge Bergoglio fue arzobispo desde 1998, (es la parte de arriba de las columnas). Allí está representado el episodio bíblico del encuentro del patriarca Jacob con su hijo José. Buenos Aires venía a reconciliarse con la Confederación Argentina en fraterno pacto de unión rubricado en San José de Flores, en 1859. Esta escena fue elegida con la intención de perpetuar a través del arte, la reconciliación nacional alcanzada.
Hoy quisiera que volvamos allí nuestra mirada e imaginemos el abrazo que nos debemos los argentinos, el abrazo que negamos al que piensa distinto, o al que tiene otras costumbres o modo de vivir, el abrazo que no compartimos con los que sufren, incluso los abrazos que no nos pudimos dar durante la pandemia.
Las últimas palabras del Papa en su testamento, conocido el lunes pasado, son: El sufrimiento que se ha hecho presente en la última parte de mi vida lo ofrecí al Señor por la paz en el mundo y la fraternidad entre los pueblos.[10]
Por eso, como pueblo queremos darle a Francisco un gran abrazo y decirle: gracias, perdón y te queremos mucho. Pero también sabemos, como dije, que nos debemos muchos abrazos entre nosotros; por eso hagámosle el mejor de los regalos al Papa, el padre de todos, comprometiéndonos a hacer un pacto de concretar como Iglesia y sociedad su magisterio, y así, definitivamente vivir la tan anhelada fraternidad entre los argentinos.
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
26 de abril de 2025
Notas:
[1] Gardel, Carlos y Le Pera, Alfredo, Sus ojos se cerraron, Buenos Aires 1935.
[2] Francisco, Discurso a los jóvenes, Manila enero 2015.
[3] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium 48, Ciudad del Vaticano 2013.
[4] Francisco, Discurso al Consejo de seguridad de las Naciones Unidas, Ciudad del Vaticano junio 2023.
[5] Cfr Francisco, Mensaje para el día internacional de las personas con discapacidad, Ciudad del Vaticano diciembre 2020.
[6] Cfr Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exultate 137, Ciudad del Vaticano 2018.
[7] Francisco, Exposición en la penúltima Congregación general del Colegio Cardenalicio, Ciudad del Vaticano 2013.
[8] Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exultate 138, Ciudad del Vaticano 2018.
[9] Francisco, encíclica Fratelli Tutti 8, Ciudad del Vaticano 2020.
[10] Francisco, Testamento, Ciudad del Vaticano junio 2022
En esta majestuosa plaza de San Pedro, en la que el Papa Francisco ha celebrado tantas veces la Eucaristía y presidido grandes encuentros a lo largo de estos 12 años, estamos reunidos en oración en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe, que nos ase gura que la existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Padre, en una vida de felicidad que no conocerá el ocaso.
En nombre del Colegio de Cardenales agradezco cordialmente a todos por su presencia. Con gran intensidad de sentimiento dirijo un respetuoso saludo y un profundo agradecimiento a los Jefes de Estado, Jefes de Gobierno y Delegaciones oficiales venidas de numerosos países para expresar afecto, veneración y estima hacia el Papa que nos ha dejado.
La masiva manifestación de afecto y participación que hemos visto en estos días, después de su paso de esta tierra a la eternidad, nos muestra cuánto ha tocado mentes y corazones el intenso pontificado del Papa Francisco.
Su última imagen, que permanecerá en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado domingo, solemnidad de Pascua, cuando el Papa Francisco, a pesar de los graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la Basílica de San Pedro y luego bajó a esta plaza para saludar desde el papamóvil descubierto a toda la gran multitud reunida para la Misa de Pascua.
Con nuestra oración queremos ahora confiar el alma del amado Pontífice a Dios, para que le conceda la felicidad eterna en el horizonte luminoso y glorioso de su inmenso amor.
Nos ilumina y guía la página del Evangelio, en la cual resonó la misma voz de Cristo que interpelaba al primero de los Apóstoles: “Pedro, ¿me amas más que estos?”. Y la respuesta de Pedro fue inmediata y sincera: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Y Jesús le confió la gran misión: “Apacienta mis ovejas” (cf. Jn 21,16-17). Será esta la tarea constante de Pedro y de sus
sucesores, un servicio de amor a imagen de Cristo, Señor y Maestro, que «no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc10,45).
A pesar de su fragilidad y sufrimiento final, el Papa Francisco eligió recorrer este camino de entrega hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las huellas de su Señor, el buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar por ellas su propia vida. Y lo hizo con fuerza y serenidad, cercano a su rebaño, la Iglesia de Dios, recordando la frase de Jesús citada por el Apóstol Pablo: «La felicidad está más en dar que en recibir» (Hch 20,35)
Cuando el Cardenal Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, fue elegido por el Cónclave para suceder al Papa Benedicto XVI, llevaba sobre sus hombros años de vida religiosa en la Compañía de Jesús y, sobre todo, estaba enriquecido por la experiencia de 21 años de ministerio pastoral en la Arquidiócesis de Buenos Aires, primero como Auxiliar, luego como Coadjutor y después, especialmente, como Arzobispo.
La decisión de tomar por nombre Francisco pareció de inmediato una elección programática y de estilo con la que quiso proyectar su Pontificado, buscando inspirarse en el espíritu de san Francisco de Asís.
Conservó su temperamento y su forma de guía pastoral, y dio de inmediato la impronta de su fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto directo con las personas y con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos, con especial atención hacia las personas en dificultad, entregándose sin medida, en particular por los últimos de la tierra, los marginados. Fue un Papa en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos. Además, fue un Papa atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia.
Con el vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y metáforas, siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo, ofreciendo una respuesta a la luz de la fe y animando a vivir como cristianos los desafíos y contradicciones de estos años de cambio, que él solía calificar como “cambio de época”.
Tenía gran espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las personas alejadas de la Iglesia.
Lleno de calidez humana y profundamente sensible a los dramas actuales, el Papa Francisco realmente compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las esperanzas de nuestro tiempo de globalización, buscando consolar y alentar con un mensaje capaz de llegar al corazón de las personas de forma directa e inmediata.
Su carisma de acogida y escucha, unido a un modo de actuar propio de la sensibilidad de hoy, tocó los corazones, tratando de despertar las fuerzas morales y espirituales.
El primado de la evangelización fue la guía de su Pontificado, difundiendo con una clara impronta misionera la alegría del Evangelio, que fue el título de su primera Exhortación apostólica Evangelii gaudium. Una alegría que llena de confianza y esperanza el corazón de todos los que se confían a Dios.
El hilo conductor de su misión fue también la convicción de que la Iglesia es una casa para todos; una casa de puertas siempre abiertas. Recurrió varias veces a la imagen de la Iglesia como “hospital de campaña” después de una batalla con muchos heridos; una Iglesia determinada y deseosa de hacerse cargo de los problemas de las personas y los grandes males que desgarran el mundo contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse ante cada persona, más allá de todo credo o condición, sanando sus heridas.
Innumerables son sus gestos y exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados. También fue constante su insistencia en actuar a favor de los pobres.
Es significativo que el primer viaje del Papa Francisco fuera a Lampedusa, isla símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar. En la misma línea fue también el viaje a Lesbos, junto con el Patriarca Ecuménico y el Arzobispo de Atenas, así como la celebración de una Misa en la frontera entre México y Estados Unidos, con ocasión de su viaje a México.
De sus 47 agotadores Viajes Apostólicos quedará especialmente en la historia el de Irak en 2021, realizado desafiando todo riesgo. Esa difícil Visita Apostólica fue un bálsamo sobre las heridas abiertas de la población iraquí, que tanto había sufrido por la obra inhumana del ISIS. Fue también un viaje importante para el diálogo interreligioso, otra dimensión relevante de su labor pastoral. Con la Visita Apostólica de 2024 a cuatro países de Asia-Oceanía, el Papa alcanzó “la periferia más periférica del mundo”.
El Papa Francisco siempre puso en el centro el Evangelio de la misericordia, resaltando constantemente que Dios no se cansa de perdonarnos: Él perdona siempre, cualquiera sea la situación de quien pide perdón y vuelve al buen camino.
Quiso el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, destacando que la misericordia es “es el corazón del Evangelio”.
Misericordia y alegría del Evangelio son dos conceptos clave del Papa Francisco. En contraste con lo que definió como “la cultura del descarte”, habló de la cultura del encuentro y de la solidaridad. El tema de la fraternidad atravesó todo su Pontificado con tonos vibrantes. En la Carta encíclica Fratelli tutti quiso hacer renacer una aspiración mundial a la
fraternidad, porque todos somos hijos del mismo Padre que está en los cielos. Con fuerza recordó a menudo que todos pertenecemos a la misma familia humana.
En 2019, durante su viaje a los Emiratos Árabes Unidos, el Papa Francisco firmó un documento sobre la “Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común”, recordando la común paternidad de Dios.
Dirigiéndose a los hombres y mujeres de todo el mundo, con la Carta encíclica Laudato si’ llamó la atención sobre los deberes y la corresponsabilidad respecto a la casa común. “Nadie se salva solo”.
Frente al estallido de tantas guerras en estos años, con horrores inhumanos e innumerables muertos y destrucciones, el Papa Francisco elevó incesantemente su voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar soluciones posibles, porque la guerra –decía- no es más que muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas. La guerra siempre deja al mundo peor de cómo era en precedencia: es para todos una derrota dolorosa y trágica.
“Construir puentes y no muros” es una exhortación que repitió muchas veces y su servicio a la fe como sucesor del Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre en todas sus dimensiones.
En unión espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí numerosos para rezar por el Papa Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor.
El Papa Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: “No se olviden de rezar por mí”.
Querido Papa Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el pasado domingo desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el Pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza.
Card. Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio
Se nos murió el padre de todos, el padre de toda la humanidad, que insistió una y mil veces con que en la Iglesia debía haber lugar para todos. Y repetía con los jóvenes en Portugal, en la última Jornada Mundial de la Juventud: «Para todos, para todos, para todos».
Nos costaba, y nos cuesta todavía, entender qué significaba ese «para todos», pero quizá hoy podamos descubrir que un padre se preocupa de todos sus hijos. Un padre quiere que en casa haya lugar para todos, especialmente para los más frágiles, especialmente para los más necesitados, especialmente para los más discriminados.
Por eso también se nos murió, se nos fue el Papa de los pobres, de los marginados, de los que nadie quiere o. en todo caso, los que muchos excluyen. Ayer su última audiencia fue con el vicepresidente de Estados Unidos y él compartía una vez más su enorme preocupación por los migrantes.
Un hombre que fue coherente desde el primero hasta el último día. El padre de todos, el padre de la misericordia. Nos enseñó una y mil veces que Dios nos ama con locura, que entrega la vida por amor a nosotros y que desde su misericordia nos quiere hermanos. Y por eso el Papa decía que si Dios fue tan misericordioso con nosotros, nosotros no podemos dejar de serlo con los demás. Y nos insistió con la cultura del encuentro, nos insistió con tender puentes, nos insistió con que podamos vivir la fraternidad universal.
El Papa fue nuestro padre, el padre de todos, el padre de los pobres, el padre de la misericordia, el padre de la alegría. Hoy Jesús en el Evangelio le dice a las mujeres, «alégrense». Y fue el mensaje de Francisco desde el primer día de su pontificado, vivir la alegría del Evangelio. Nos insistió tanto con que los cristianos no podíamos tener «cara de vinagre», decía él, que no podíamos ser cristianos quejosos y apesadumbrados sino que teníamos que dejarnos invadir, llenar por la alegría pascual.
Y justamente se nos va en la octava de Pascua. Justamente se nos va el día que los cristianos celebramos la Resurrección del Señor. Que contradictorio parece estar hoy nuestro corazón. Por un lado celebramos la Pascua y queremos vivir la alegría pascual, porque sabemos que la muerte ha sido vencida para siempre con la Resurrección del Señor. Pero al mismo tiempo el dolor del corazón es grande porque, como dije, se nos fue nuestro padre. También un poco el padre nuestro, el padre de los argentinos, al que no siempre comprendimos pero que profundamente amamos.
Le damos gracias a Dios por su vida, le damos gracias a Dios por su legado y me animo a decir, en esta primera Eucaristía, que celebramos por él que ahora todos nosotros tenemos que ser un poco Francisco. Todos nosotros tenemos que también ahora tomar conciencia de que en la Iglesia tiene que haber lugar para todos y no olvidarnos esto, no discriminar ni dejar a nadie afuera.
Ahora todos nosotros tendremos que ser un poquito Francisco y siempre estar atentos a nuestros hermanos más pobres, a los marginados, a los que nadie quiere, a ese rostro sufriente de Cristo en los crucificados de hoy.
También todos nosotros ahora tendremos que ser un poquito Francisco y poder también ser más misericordiosos entre nosotros. Creo que el mejor homenaje que le podemos hacer los argentinos a Francisco es unirnos. El mejor homenaje que le podemos hacer es tender puentes, es dialogar, es dejar de enfrentarnos todo el tiempo. Porque si es el padre, qué mayor dolor para un padre que ver a sus hijos divididos. Que se vaya Francisco al cielo con la tranquilidad de que sus hijos van a tratar de vivir esa unidad nacional tan pendiente entre nosotros.
Como dije, ahora todos somos un poquito Francisco también en ser testigos de alegría. En un mundo con tanta tristeza, tanta desesperanza, en este Jubileo de la Esperanza, que nosotros todos podamos también ser testigos de la alegría. Porque hoy más que nunca, en esta Pascua, tenemos la certeza de que la muerte no tiene la última palabra. Tenemos la certeza de que el Papa Francisco descansa definitivamente en el seno de Dios, tenemos la certeza de que más allá del dolor que hoy tengamos en el corazón, del corazón Francisco no se va más. Y del corazón de nuestro pueblo argentino tampoco, porque el amor es más fuerte y ni la muerte pudo sacarlo ni lo sacará de nuestras vidas.
Siempre digo que las únicas personas que hoy mueren son las que olvidamos, Francisco está vivo entre nosotros, su legado está vivo. Se nos fue nuestro padre, pero lo amamos tanto que del corazón no se va más y en las entrañas de nuestro pueblo seguirá siempre presente. Amén.
Mons. Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
Queridos hermanos,
En estos días atravesados por la alegría de la Pascua, la noticia del fallecimiento del Papa Francisco nos sorprendió profundamente. Nos dejó sin palabras y con una gran perplejidad, con sentimientos contradictorios. Como creyentes, nos consuela la esperanza del encuentro final con el Padre; pero, como personas que viven la vida ordinaria de cada día, experimentamos tristeza y abatimiento por su partida. Nunca parece suficiente el tiempo de vida de una persona; siempre sentimos que aún tenía algo más para darnos. Por eso, nos quedamos con esa conturbación del ánimo.
Estos últimos días lo veíamos muy afectado en su salud, sufriendo con su respiración, pero con la decidida voluntad de estar presente. En estos días estamos todos atravesados por la alegría de la Pascua, y por eso esta mañana la noticia del fallecimiento del Papa Francisco nos sorprendió profundamente. Nos dejó sin palabras y con una gran perplejidad, una contrariedad en los sentimientos. Como creyentes, por supuesto, nos sostenemos en la esperanza del encuentro final con el Padre; pero, como personas que viven la vida ordinaria de cada día, experimentamos tristeza y abatimiento por su partida. Nunca parece suficiente el tiempo de vida de una persona; siempre sentimos que aún tenía algo más para darnos. Por eso, nos quedamos con esa conturbación del ánimo.
En las últimas imágenes del Papa, lo veíamos visiblemente afectado en su salud, sufriendo con su respiración, pero con la decisión de estar presente entre nosotros. Recuerdo especialmente su visita a la cárcel el Viernes Santo, como un gesto más de ese magisterio de cercanía con las personas que sufren.
Cada vez que nos acercamos al misterio de la vida de un pastor, encontramos las huellas del llamado de Dios en sus gestos y en sus palabras. Los signos y palabras de Francisco nos seguirán inspirando como comunidad eclesial. Quedará para los próximos días la tarea de profundizar en ello.
Quiero recordar en primer lugar, su propuesta de una Iglesia renovada, con una opción misionera capaz de transformarlo todo. Hablaba de una misión activa, vivaz: quería una Iglesia en salida, hospital de campaña, que no teme los rigores del camino, sino a encerrarse en formalismos, rigideces y actitudes que alejan a las personas.
Esa imagen de Iglesia nos llevó también a decisiones pastorales concretas, como con la centralidad del pobre en la mirada. Podemos recordar, al inicio de su pontificado, su visita a Lampedusa para afrontar la tragedia de la migración y las muertes en el mar. También sus numerosos gestos de atención pastoral ante situaciones dramáticas, que nos señalaban claramente los acentos de una Iglesia con mirada evangélica. Su magisterio incluyó un trabajo persistente con los sectores más afectados por la pobreza: la gente en situación de calle, las víctimas de la trata, las minorías oprimidas en países donde eran ignoradas o negadas. Esa centralidad del dolor y del sufrimiento como punto de partida para el encuentro con el hermano ha sido parte esencial de su enseñanza.
Otro aspecto fundamental que quiero destacar es su compromiso con la causa de la paz. Trabajó incansablemente por ella, buscando caminos de diálogo y encuentro, incluso visitando a menudo a minorías afectadas por conflictos bélicos en países lejanos. Lejos de considerar sus viajes como meros actos celebrativos o catequísticos, los convirtió en búsquedas concretas de los invisibilizados, de las víctimas de la guerra para hacer llegar su clamor.
Finalmente, deseo destacar su magisterio sobre el cuidado de la casa común. La encíclica Laudato Si’, de la que en estos días comenzábamos a imaginar la celebración de su décimo aniversario, nos abrió a una nueva mirada sobre el cuidado de la tierra, el agua, el aire y la vida. Insistía en la fraternidad entre los pueblos y en la responsabilidad del ser humano por preservar la creación que Dios nos confió, frente a la codicia, la desmesura de las ambiciones y los intereses económicos.
Este legado de gestos y palabras, de acciones proféticas y mensajes que nos conectaban con el Buen Samaritano que es Jesús, hoy lo ofrecemos a Dios como parte de nuestra acción de gracias. Nuestra oración es por su eterno descanso, pero también por la fidelidad de la Iglesia al Evangelio de Jesús, a la comunión que Él nos pidió y al deseo misionero del Señor de anunciarlo por todo el mundo.
Hoy nos corresponde cuidar, profundizar y multiplicar las enseñanzas de Francisco, para contribuir a conocer mejor la voluntad de Dios para su Iglesia. La percepción tan honda que hoy compartimos, reconociéndonos hermanos y miembros de un único pueblo de Dios, es también parte de su insistencia y de su legado.
Pidamos para él que descanse en paz y que brille para él la luz que no tiene fin.
Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza
Queridos fieles todos, saludo cordialmente al señor Intendente que nos acompaña también en esta Eucaristía, y demás autoridades que se han hecho presentes. Pascua, paso de la muerte a la vida. Qué designio tan misterioso pero tan significativo que el Señor ha querido que el Papa Francisco haga su Pascua en el día, en este gran día que son estos ocho días que celebramos la gran Pascua, la muerte y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Decimos en el prefacio de la Misa de los Difuntos que si bien la certeza de la muerte nos entristece, nos consuela la esperanza de la feliz resurrección. Y es esta la luz que ilumina nuestra existencia, es esta la luz que ilumina la existencia del mundo entero. Porque si todo terminara con la muerte y la muerte fuera la última palabra de la historia, la última palabra de la vida de cada ser humano, la vida sería un absurdo.
Vale la pena amar, vale la pena trabajar, vale la pena sufrir, vale la pena esforzarse por la justicia, por la paz, vale la pena intentar cada día construir una familia en el amor, en la unidad, en la fidelidad, vale la pena trabajar por los más necesitados, por el bien común, vale la pena todo esfuerzo y sacrificio por la justicia y la paz porque todo esfuerzo humano, todo desvelo humano, todo amor que se ha sembrado en el camino de la vida no quedará sin recompensa.
El Papa Francisco su vida entera nos muestra justamente así un discípulo del Señor que lo sirvió a Él y sirvió a la Iglesia y como Pontífice sirvió a toda la humanidad trascendiendo las fronteras de la misma Iglesia y de la misma fe católica. Por eso, junto con la tristeza de su muerte, también nos embarga esta esperanza como él mismo nos invitó a que todo este año, año santo, año jubilar, viviéramos como peregrinos de esperanza y el Papa ha llegado a la meta y su desaparición física no es una desaparición en el espíritu, en la Comunión de los Santos él está tan presente y más presente todavía porque ahora su oración, su intercesión por nosotros y por todo el mundo sigue siendo y todavía con más poder y con más eficacia.
Aunque no lo veamos, pero es así, su presencia está en esta gran Comunión de los Santos que formamos la Iglesia completa. Realmente estos días, este día mejor dicho, recordaba cuando fue nombrado Papa. Yo estaba visitando una parroquia en un pueblo y ahí alrededor de las dos de la tarde sale anunciada la gran sorpresa de un Papa argentino y el sacerdote de la parroquia fue a tocar las campanas de gloria y una feligresa, era tiempo de cuaresma, el tiempo penitencial y me dice, Padre, Pentecostés en cuaresma, es decir, una irrupción del Espíritu, que un hombre venido del sur, del fin del mundo, un hombre de las periferias del mundo, no del centro del mundo, era puesto por los cardenales, ciertamente inspirados por el Espíritu Santo, en el centro del mundo, en Roma, para que desde allí, con esa experiencia de las iglesias de América Latina y de la iglesia argentina, un argentino estuviera allí siendo el Vicario de Cristo, el pastor universal, y eso realmente fue un hecho que muestra una iglesia que es capaz de salir aún de largas tradiciones, como la que venían siempre, que los Papas eran europeos desde hacía siglos, que ahora entonces un hombre del sur, del fin del mundo, estuviera allí y con ese acento porteño y con ese acento argentino, estuviera allí, porque cuando nosotros predicamos, cuando nosotros comunicamos el Evangelio, siempre lo comunicamos pasando a través de nuestra propia humanidad, de la historia de nuestra familia, de la historia de nuestro pueblo, de las costumbres y de modos de vivir y los modos culturales, expresamos la fe.
Y así fue como, de algún modo, el Papa Francisco llevó la fe con ese acento argentino a todo el mundo. Así que fue una gran gracia, ¿no? Y podemos decir, mirándolo desde el punto de vista meramente natural, que es el hombre de la Argentina más importante que la Argentina ha dado y que seguramente quizás por muchísimos años dará. Y por eso, en ese sentido, hemos sido privilegiados, privilegiados de tener un Papa argentino.
Pero yo quisiera ahondar un poquito en esa figura de pastor, en esa figura de un hombre sencillo que tenía como virtud esa cercanía con la gente y que nos invitaba a todos nosotros a ser pastores con olor a oveja, es decir, pastores que estuvieran metidos con la gente. Nos invitó a la iglesia a ser una iglesia en salida, en salida misionera, no a quedarnos adentro de las sacristías o de los templos, sino a salir e ir a las periferias. Y a él le gustaba decir dos clases de periferias.
Las periferias geográficas, es decir, llevar el Evangelio hasta los confines, hasta los confines del barrio, hasta los confines de la ciudad, hasta los confines del país, hasta los confines del mundo. Y las periferias existenciales, es decir, aquellas personas que están cerca nuestro pero que están lejos del Señor o que todavía no lo conocen y nos invitaba a nosotros a ser testigos del Evangelio. El Papa Francisco, otra nota que siempre caracterizó su vida y también los nombres de sus documentos fue la alegría.
El Papa nos invitaba siempre a la alegría, como hoy el Señor le dice a las mujeres, alégrense, alégrense. Sí, la vida del cristiano si no es alegre no puede convencer a nadie de que Jesús ha resucitado. Y entonces el primer documento que el Papa emitió fue Evangelii Gaudium, el gozo del Evangelio, el gozo, la alegría de llevar el Evangelio.
Después cuando se dedicó a un documento a la familia lo llamó Amoris Laetitia, es decir, la Laetitia, la alegría del amor. Y cuando nos invitaba a la santidad usando una expresión también de la Escritura, Gaudete et exsultate, gocen y exulten. Siempre invitándonos a esa actitud fundamental de vida que hemos de tener los cristianos como nota característica de nuestra existencia.
El Papa también ha sido el gran defensor de los pobres, de los marginados, de los migrantes, de los que sufren toda clase de injusticias. En este sentido también ha sido una de sus notas que lo ha hecho sobre todo con gestos, también con palabras, pero con gestos, gestos como el primero que realizó. ¿Dónde fue la primera salida que el Papa hizo? A Lampedusa, a aquella isla de Italia donde llegan esos cientos y miles de africanos embarcadas en condiciones inhumanas.
Allí quiso estar el Papa para mostrarnos, para indicarnos en dónde tenemos que poner nuestra atención y cómo tenemos que tener en cuenta siempre aquellos que son los últimos, aquellos que son los más postergados. El Papa también se preocupó por el cuidado de la creación. También sacó un hermoso documento, Laudato si', donde él quería unir dos gritos, el grito de la tierra y el grito de los pobres, porque el descuido de la naturaleza también traía el descuido de los pobres, porque los pobres son los que más padecen las situaciones del cambio climático y de todo este cambio que está ocurriendo en la tierra.
Entonces, el Papa iba haciendo como punta siempre en muchos temas, animando a los gobiernos, animando a los países a tomar cartas en el asunto en estos temas. Y otro gran, que fue un gran año también, el Papa nos invitó a un año de la misericordia. Y justamente dice que tiene que ser la viga maestra de la Iglesia, la misericordia, que esta es la palabra que expresa la entraña más profunda de Dios.
Sean misericordiosos, nos decía Jesús, como el Padre es misericordioso. Si nosotros recibimos la misericordia de Dios, tenemos que ser misericordiosos entre nosotros. Y esto el Papa lo soñaba, lo soñaba que todo en la Iglesia sea siempre gestos de misericordia imitando a Dios.
Y como la necesitamos, esa misericordia y ese perdón, aún también en nuestra sociedad. Por eso hoy cuando escuchaba al arzobispo de Buenos Aires, que decía cuál es el mejor homenaje que nosotros podemos hacer al Papa Francisco, pues reconciliarnos, tenernos piedad entre nosotros, tenernos misericordia entre nosotros los argentinos, reconciliarnos y estar unidos. Ese será el mejor homenaje de los hijos a un padre, para los creyentes, el Papa un padre, pero también que ha abrazado a toda la humanidad.
Por eso damos gracias profundamente al Señor por estos años del Ministerio del Papa Francisco. Y lo encomendamos a la Santísima Virgen. Fíjense que el Papa, que también detalle, normalmente los Papas cuando mueren son sepultados en la Basílica de San Pedro.
El Papa pidió ser sepultado en Santa María la Mayor, es decir, en la Iglesia de la Virgen, porque él ha sido gran devoto. Y ahora que salió su testamento, que justamente es breve y hace alusión a su devoción a la Virgen. Por eso encomendamos su alma a la tierna protección e intercesión de la Santísima Virgen María para que Dios le dé el premio, la recompensa de haber sido un buen pastor fiel que entregó su vida al Señor, que entregó su vida a la Iglesia y que entregó su vida a la humanidad.
Amén.
Mons. Eduardo Martín, arzobispo de Rosario