Sábado 18 de mayo de 2024

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Queridos hermanos.

Con sentimientos compartidos de gratitud y de alabanza estamos transcurriendo este Año Vocacional Diocesano con el lema: “¡Llama, Señor! Tus hijos escuchan". No dejamos de dar gracias a Dios por tanto que hemos recibido en vocaciones que se han concretado o que están en camino de discernimiento y formación; incluso la celebración de los veinte años del establecimiento del Orden de las Vírgenes consagradas en nuestra Diócesis, es un don de Dios. Y continuamos viviéndolo con una gran alegría porque tenemos la certeza de que este acontecimiento está llamado a renovar nuestro entusiasmo y a darnos nueva vitalidad.

Al finalizar las celebraciones del nacimiento del Señor, quiero ofrecerles algunas reflexiones que son continuidad y complemento de mi carta del 26 de febrero último.

Les había propuesto como objetivo “recuperar la cultura vocacional”, lo cual implica:

  • orar y trabajar por la fidelidad a la propia vocación;
  • crear en nuestras familias, en las escuelas católicas, en las comunidades parroquiales, ambientes donde fuese posible escuchar la llamada del Señor;
  • anunciar la vocación y lo vocacional como buena noticia, un evangelio;
  • promover y provocar las vocaciones de especial consagración (cfr. Francisco al Congreso Internacional de Pastoral Vocacional y Vida Consagrada, nov.2017).

Considero que este Año Vocacional debe dejar una huella importante en nuestra vida diocesana; para ello será bueno chequear si se está cumpliendo el objetivo propuesto y, si fuera necesario, ajustar las acciones para conseguirlo; y recordar que “no hay cambios duraderos sin cambios culturales, sin una maduración en la forma de vida y en las convicciones de las sociedades; y no hay cambios culturales sin cambios en las personas" (Laudato Deum nro. 70). Por lo cual este año de gracia tiene que ayudarnos a madurar algunos criterios, a adoptar acciones duraderas y a asumir una nueva forma de vida teniendo como horizonte “el evangelio de la vocación”. Esto, sin lugar a dudas, comienza por la conversión de cada uno de nosotros; principalmente de aquellos que tenemos mayores responsabilidades en nuestra Iglesia diocesana.

Los meses transcurridos de este Año Vocacional fueron ofreciéndonos algunas certezas, de las cuales surgen estas sugerencias e indicaciones para seguir adelante:

1. Somos conscientes de que “las vocaciones son un don de la caridad de Dios” (Benedicto XVI, 49- Jornada de Oración por las Vocaciones), lo cual nos exige pedirlas confiadamente, recibirlas como regalo inmerecido y acogerlas como gracia en nuestras comunidades; por eso les pido que sigamos rezando -incluso después de concluido el año- la oración que les hemos enviado oportunamente. Pero, aun siendo así, las vocaciones de especial consagración deben ser fomentadas laboriosamente - "promoverlas y provocarlas", en palabras del Papa Francisco- por cada comunidad cristiana y, en ella, por todos sus miembros.

2. Es imprescindible fortalecer la pastoral juvenil -en su diversidad etaria- en todas las comunidades de la Diócesis, procurando encontrar caminos adecuados para el anuncio de Jesucristo a las jóvenes generaciones. Es responsabilidad de "toda la Iglesia” cuidar su fe y acompañar su vocación; y debemos pensar en "todos los jóvenes” creciendo en nuestra capacidad de "ofrecerles un lugar”, acogerlos, recibirlos con gusto, intentar interpretar su lenguaje y entender su vida, acompañarlos en el encuentro con Jesús, en el cuidado y maduración de su fe y en la búsqueda vocacional, inspirándonos en la exhortación apostólica "Christus Vivit' del Papa Francisco. Es necesario que los sacerdotes dediquemos tiempo de calidad y lo mejor de nosotros mismos para confesar, escuchar, orientar, estar junto a los jóvenes, acompañar sus procesos de maduración en la fe y discernimiento vocacional. Para esta delicada tarea contamos con material que se ha puesto a nuestra disposición en la última Jornada de Actualización Pastoral de los sacerdotes.

3. Sintámonos motivados a testimoniar gozosamente la radicalidad evangélica por la que hemos optado, y nuestro compromiso por el anuncio del Evangelio de Jesucristo. Tengamos presente la necesidad de establecer un orden de prioridades en nuestras ocupaciones ministeriales de modo que nos quede tiempo para cuidar el don de nuestra vocación -incluso en su dimensión comunitaria- y la fidelidad al mismo (cfr. Pastores Dabo Vobis, 3; mensaje del papa Francisco, nov.2017), y las energías necesarias para la exigente tarea de acompañar a los jóvenes (cfr. Christus Vivit, 244).

4. Los sacerdotes y diáconos, pero también los consagrados y consagradas, los laicos agentes de pastoral y los padres de familia, no podemos desaprovechar las oportunidades que se presenten -más aún, debemos buscarlas y provocarlas- para hacer explícita la propuesta de una especial consagración en el ministerio sacerdotal, en la vida consagrada y en el servicio misionero, teniendo la convicción de que "una propuesta concreta, hecha en el momento oportuno, puede ser decisiva para provocar en los jóvenes una respuesta libre y auténtica” (Pastores Dabo Vobis, 39).

5. Es necesario presentar a las familias -particularmente a las familias jóvenes-, el "evangelio de la vocación”: por un lado, la vocación y lo vocacional como una buena noticia; y por otro, todo su contenido bíblico, catequístico y pastoral; y debemos hacerlo en los diversos ámbitos de catequesis y pastoral familiar.

6. En el año que comienza, debemos redoblar el esfuerzo por conocer, profundizar y hacer conocer, de modo personal y comunitario, la exhortación apostólica "Christus Vivit’, para que sus criterios orienten y animen nuestro trabajo con los jóvenes y el cuidado de las vocaciones, y atraviesen toda nuestra actividad pastoral.

7. Las comunidades que por alguna circunstancia no hayan aprovechado la novena vocacional para las fiestas patronales que ofreció el equipo de Pastoral Juvenil y Vocacional, pueden hacerlo en el curso del año que comienza. Ese material nos servirá, incluso, para organizar celebraciones, jornadas o encuentros en otras circunstancias. Igualmente recordemos que ese organismo diocesano ha puesto a nuestra disposición un valioso material para ser utilizado en diversas ocasiones y que puede encontrarse en https://biolink.website/pastoraljuventudgchu

8. Crearemos un organismo diocesano específico con la misión de promover las vocaciones de especial consagración -particularmente al ministerio sacerdotal y al diaconado permanente- y de acompañar la maduración vocacional de quienes lo soliciten. En ese marco intentaremos recuperar la Obra de las Vocaciones como un espacio de oración y un instrumento para fomentar en nuestras comunidades la preocupación por la promoción vocacional.

9. Estableceremos una semana vocacional anual para mantener viva la memoria de este acontecimiento, y continuar trabajando y profundizando a lo largo del tiempo las metas que nos hemos propuesto para este Año.

10. La comunidad del Seminario diocesano visitará, durante el año que comienza, las parroquias y otros espacios pastorales que lo soliciten para ofrecer el testimonio vocacional y animar la preocupación de las comunidades por las vocaciones.

Seguimos encomendándonos a la intercesión de la Virgen María, "madre y modelo de todas las vocaciones", teniendo la certeza de estar viviendo un tiempo de gracia -don inestimable de Dios para nosotros-, y abrigando la esperanza de cosechar abundantes frutos.

Invocando una abundante bendición de Dios para todos, reciban mi más cordial y fraterno saludo en el Señor.

San José de Gualeguaychú, en la fiesta del Bautismo del Señor del Año Vocacional 2024.
Mons. Héctor Luis Zordán M.SS.CC., obispo de Gualeguaychú

Querida comunidad diocesana:

En pocas semanas más, comenzaré la visita pastoral a las parroquias de nuestra Diócesis, que les había anunciado en la carta de Pentecostés el año pasado[1]. Les escribo hoy, en este domingo de la fiesta del Bautismo del Señor, para pedirles que acompañen la visita con su oración.

¿Qué es la visita pastoral? Es el encuentro del obispo con las comunidades locales; un momento de fraternidad y comunión, que le permite dialogar más serenamente y en profundidad con miembros de la comunidad y sus responsables pastorales; es un tiempo de discernimiento y de renovación, en el que juntos buscaremos escuchar las llamadas del Espíritu para seguir madurando como comunidades que buscan vivir y anunciar hoy la Buena Noticia.

Mirada de este modo, la visita pastoral es algo más que un simple “paso” del obispo por la parroquia y, ciertamente, algo muy distinto a un “examen” o una “supervisión” de actividades. Es un tiempo de gracia, que fortalece nuestra comunión como Iglesia diocesana y reaviva nuestra común misión de vivir, celebrar y testimoniar el Evangelio entre los hombres y las mujeres de nuestro tiempo. Con razón, entonces, el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos (el documento que guía nuestra acción pastoral) afirma que la visita pastoral es una acción apostólica que el obispo debe cumplir animado por la caridad pastoral y, para las comunidades que la reciben, un acontecimiento de gracia[2].

La visita que comienzo este año tiene un horizonte bien definido, el mismo propuesto en las orientaciones pastorales para el próximo trienio: revitalizar y fortalecer las comunidades parroquiales. Para concretar este propósito estaremos atentos a aquellos mismos tres acentos que les indicaba en la carta de Pentecostés: la centralidad del Evangelio y de su anuncio, la cercanía misericordiosa con los pobres y quienes sufren, y la conversión sinodal de nuestras expresiones comunitarias. Con responsabilidad en la misión de pastor que se me encomienda, voy a ustedes para animarlos, acompañarlos y guiarlos en este camino.

En cada comunidad que visite, permaneceré algunos días para encontrarme, ante todo, con los sacerdotes, los diáconos y los dos organismos parroquiales que participan del discernimiento pastoral (consejos o juntas parroquiales, u otros semejantes) y la gestión de los bienes y recursos comunitarios (consejos de asuntos económicos). En algún momento espero también encontrarme, en particular, con las y los jóvenes de la parroquia, para escuchar sus inquietudes y esperanzas y alentarlos en su camino de fe. Y, naturalmente, un momento central de la visita será la celebración eucarística, en la que tendré ocasión de encontrarnos con todos.

Serán días intensos. Nos sostiene la certeza de que nos acompaña el buen Pastor que prometió estar con nosotros hasta el fin de los tiempos (Mt 28, 20) y nos aseguró que su Espíritu estaría siempre a nuestro lado (Jn 14, 16). Por eso les pido que también ustedes me acompañen con su oración en esta tarea que emprendo con alegría y con confianza:

Ven, Espíritu Santo,
anima el camino de nuestra Iglesia diocesana,
acompaña la visita pastoral del Padre Obispo Maxi
y reaviva con tus dones a nuestras comunidades.

A la escucha de tus llamadas y con tu gracia,
queremos ser comunidades vivas, abiertas, en camino:
comunidades que celebran y anuncian la alegría del Evangelio,
que están cerca de los pobres y de quienes sufren,
que buscan crecer en comunión y participación
para la misión que nos confías.

¡Ven, Espíritu Santo!
Muéstranos el camino,
guía nuestros pasos,
alienta nuestra esperanza.

Reciban mi saludo fraterno y mi bendición.

Padre obispos Maxi Margni, obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda, 7 de enero de 2024, fiesta del Bautismo del Señor.


Notas:
[1]Orientaciones pastorales para nuestra Iglesia en camino, 28 de mayo de 2023, disponible en: https://avellanedalanus.org.ar/orientaciones-pastorales-pentecostes-2023/

[2] Congr. para los obispos, Directorio para el ministerio pastoral de los obispos «Apostolorum succesores», 22 de febrero de 2004, 220.

“Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos
(Mt 28,19)

Amanece el año nuevo
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz año nuevo y feliz día de San Nicolás! La alegría invade nuestro corazón al celebrar a nuestro querido Santo moreno, “Tatita San Nicolás”. Y en este día tan especial, agradecemos al Buen Dios que nos reúne en un solo lugar, celebrando una misma fe. Nos unimos a todas las personas que nos siguen a través de Canal 9, y los demás medios de comunicación. También tenemos presente en el corazón a tantos riojanos y riojanas que han emigrado, y que se unen a nosotros desde sus nuevos lugares de residencia. A nuestro Santo bendito entregamos nuestras intenciones y plegarias, buscando su intercesión ante Jesús Divino Niño Alcalde, y confiamos que serán escuchadas.

La Iglesia en Camino Sinodal
Finalizamos un año intenso, en el que hemos procurado fortalecer decididamente la dimensión sinodal de la Iglesia. La Primera Sesión del Sínodo, en la que tuve la gracia de participar, marcó una nueva etapa en el camino. Ahora, leyendo y considerando lo allí elaborado[1], se invita a cada comunidad a profundizar en la siguiente pregunta: ¿cómo ser una Iglesia sinodal y misionera? Esa es la pregunta orientadora para este tiempo: ¿cómo ser una Iglesia sinodal en misión?

El objetivo es identificar el camino a seguir y los instrumentos a adoptar en los diferentes contextos y circunstancias, para promover la originalidad de cada bautizado y de cada comunidad en la misión única de anunciar al Señor Resucitado y su Evangelio al mundo de hoy. Se trata de trabajar las formas concretas del compromiso misionero al que estamos llamados, y de descubrir el mejor modo de asumir la corresponsabilidad en la misión que tenemos cada uno como miembros del Pueblo de Dios. Se trata también de ver de modo concreto ¿Qué ministerios y órganos de participación pueden renovarse o introducirse para asumir mejor esta corresponsabilidad?

90 Años de vida diocesana  - “Fe, esperanza y misión”
El desafío del camino sinodal lo viviremos más intensamente este año en el que celebraremos el aniversario 90 de la creación de nuestra Diócesis. El 20 de abril de 1934, el Papa Pio XI crea la Diócesis de La Rioja, separándola de la Diócesis de Córdoba. Por este motivo, en medio de estas celebraciones tan importantes para todos nosotros, nos convocamos desde hoy, a vivir un Año Jubilar Diocesano, que se extenderá hasta el domingo 24 de noviembre, Fiesta de Cristo Rey. El Lema que nos acompañará es: 90 años de fe, esperanza y misión”.

En primer lugar, queremos hacer memoria agradecida de estos 90 años, revalorizando nuestra historia. La fe cristiana se viene sembrando en esta tierra desde hace más de 400 años. Al ir creciendo la obra evangelizadora, se vio la necesidad de una nueva organización que permitiera una mejor atención de este territorio. Así surgió esta nueva jurisdicción eclesial hace noventa años. En el presente la diócesis está integrada por treinta y dos parroquias y cientos de comunidades más pequeñas, cada una con su valioso camino de fe, también por numerosos movimientos eclesiales y pastorales específicas. Por eso proponemos que cada comunidad pueda escribir su historia valorizando los momentos más significativos, las personas que fueron forjando su caminar, las devociones propias y las circunstancias sociales que la han marcado. Valorizar la historia de cada lugar o grupo será un modo de reconocer nuestras raíces para asumir la vida y la misión de la Iglesia en el tiempo presente y caminar con esperanza hacia adelante. Como escribió y cantó el padre Julian Zini, con gran sentido popular y pastoral: “Que linda la gente que tiene memoria, seguro que tiene esperanza también”[2].

Al mismo tiempo, queremos vivir este Año Jubilar, disponiéndonos a la misión procurando llegar a las personas más alejadas y necesitadas, a las periferias geográficas o existenciales de nuestras comunidades. Cada bautizado es miembro de la Iglesia y responsable de llevar adelante su misión. Por eso invitamos a cada comunidad a discernir, en oración y diálogo, cuáles son los lugares menos atendidos pastoralmente, cuáles son las realidades existenciales que necesitan una cercanía concreta y una escucha atenta de parte de la Iglesia. A su vez, los invito a discernir juntos cómo organizarnos en misión para responder a las demandas concretas que vayamos descubriendo en el camino. Es vital para la Iglesia vivir en permanente salida misionera. Nos dice el Papa Francisco: “La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera… Esa alegría es signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto. Siempre tiene la dinámica del éxodo y el don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá”[3].

Muchas serán las celebraciones que nos convocarán durante este Año Jubilar, tanto en la Ciudad como en el interior. Pero hoy, quiero invitar a toda la Diócesis para el día domingo 7 de julio, en las Fiestas de Invierno de nuestro querido San Nicolás, donde todos como peregrinos nos reunamos para dar gracias por el don de ser una Iglesia que camina con sus santos, que celebra la vida hasta su máxima entrega. ¡San Nicolás y nuestros Beatos Mártires nos guíen en el camino!

Diversas comisiones de trabajo comenzarán a animar diferentes celebraciones y actividades para el transcurso de este especial año.

Junto a la celebración de los 90 años de vida diocesana, iniciaremos un trienio para preparar el cincuentenario del martirio de nuestros Beatos Mártires Riojanos. Ellos son el fruto maduro de un Tinkunaco vivido hasta las últimas consecuencias: “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15, 13).

Los invito a disponernos del mejor modo para vivir este tiempo de gracia y agradecimiento, tiempo de crecimiento espiritual y humano.

Jornada Mundial por la Paz
Por otra parte hoy vivimos la Jornada Mundial de la Paz cuyo lema es «Inteligencia artificial y paz». Quisiera hacer una breve mención al mensaje del papa Francisco por este motivo.

Él comienza haciendo referencia a la inteligencia humana, don de Dios Creador al hombre creado a su imagen y semejanza; y a la ciencia y la tecnología como expresión de esta cualidad humana. Ahora bien, -dice- “los notables progresos de las nuevas tecnologías de la información, especialmente en la esfera digital presentan entusiasmantes oportunidades y graves riesgos, con serias implicaciones para la búsqueda de la justicia y de la armonía entre los pueblos. Por consiguiente, es necesario plantearse algunas preguntas urgentes. ¿Cuáles serán las consecuencias, a mediano y a largo plazo, de las nuevas tecnologías digitales? ¿Y qué impacto tendrán sobre la vida de los individuos y de la sociedad, sobre la estabilidad internacional y sobre la paz?”

Luego, Francisco, se concentra en la Inteligencia Artificial y afirma que: “no podemos presumir a priori que su desarrollo aporte una contribución benéfica al futuro de la humanidad y a la paz entre los pueblos. Tal resultado positivo sólo será posible si somos capaces de actuar de forma responsable y de respetar los valores humanos fundamentales como «la inclusión, la transparencia, la seguridad, la equidad, la privacidad y la responsabilidad”.

Para lograr orientar al bien común estas nuevas tecnologías digitales, dice, no alcanzan la conducta ética y responsable del desarrollador, sino que será necesario crear organismos que analicen las cuestiones éticas emergentes y tutelen los derechos de los usuarios. Y esto porque siempre es posible ceder a la tentación del egoísmo, del interés personal, del afán de lucro y de la sed de poder. Ante esta posibilidad el Papa afirma que “la dignidad intrínseca de cada persona y la fraternidad que nos vincula como miembros de una única familia humana, deben estar en la base del desarrollo de las nuevas tecnologías y servir como criterios indiscutibles para valorarlas antes de su uso, de modo que el progreso digital pueda realizarse en el respeto de la justicia y contribuir a la causa de la paz. Los desarrollos tecnológicos que no llevan a una mejora de la calidad de vida de toda la humanidad, sino que, por el contrario, agravan las desigualdades y los conflictos, no podrán ser considerados un verdadero progreso”.

Después de enumerar algunos temas candentes para la ética y los desafíos que la inteligencia artificial presenta para la educación y el desarrollo del derecho internacional, finaliza su mensaje con una invitación al compromiso por parte de todos. Dice: “Espero que esta reflexión anime a hacer que los progresos en el desarrollo de formas de inteligencia artificial contribuyan, en última instancia, a la causa de la fraternidad humana y de la paz. No es responsabilidad de unos pocos, sino de toda la familia humana”.

Los desafíos actuales de la vida social
Finalmente quiero hacer referencia a las dificultades sociales y económicas que, en nuestra querida Patria se acrecientan, lo que afecta naturalmente a nuestra provincia. La crisis se agudiza, y podemos caer en el desaliento en un año que se presenta con mucha incertidumbre. Es fundamental discernir el momento presente para descubrir qué pasos nos corresponde dar para afrontarlo con esperanza. Por eso, más que nunca, estamos llamados a un diálogo abierto, participativo y profundo; estamos llamados a estar unidos y a poner lo mejor de cada uno para salir adelante. A su vez, es necesario cuidar el rol de cada una de las instituciones del sistema democrático, y valorizar todos los espacios de participación ciudadana, ya que ellos nos permiten realizar una reflexión situada en nuestro contexto y buscar horizontes nuevos para una mejor calidad de vida de todo nuestro pueblo. Nuestra participación en la vida social siempre aporta algo nuevo y único que ayuda al bien de todos. Nadie tiene que quedar a fuera, al margen del desarrollo genuino del País. Nadie.

Decíamos hace unos días con la Comisión Episcopal de Pastoral Social: “Necesitamos trabajar la unidad entre los argentinos sin desconocer que -como dijo el Papa Francisco- la verdadera libertad se expresa plenamente en la caridad porque, no hay libertad sin amor y sin oportunidades para todos.

Asistimos a un escenario de fractura social, que pareciera impedir discernir que nadie se salva solo, que la auténtica libertad solo es posible con equidad, integración, con disminución de la profunda desigualdad social que nos atraviesa, con fraternidad que tenga el eje central en la sensibilidad social. Sólo así podremos también construir la paz social, en este momento de nuestra historia. Por eso, la visión cierta de la libertad es aquella de una comunidad que se realiza incluyendo y no descartando”[4].

Queridos hermanos y hermanas, que la crisis actual no nos encuentre indiferentes, sino atentos y comprometidos dispuestos a construir una sociedad mejor con más justicia social y caridad, procurando que los costos y sacrificios no lo paguen los más pobres. Animándonos a una participación social activa vivamos con confianza y esperanza esta hora de nuestra historia.

Cristo es nuestra Paz duradera
Querida familia riojana. Estas fiestas de San Nicolás y del Divino Niño Alcalde nos convocaron para ser constructores activos de la paz. Hoy más que nunca debemos renovar nuestra confianza en el Dios de la vida y caminar decididamente a una participación activa y comprometida en la vida de la iglesia y de la sociedad. Que la celebración del Jubileo de los 90 años de nuestra Diócesis nos aliente a una búsqueda más profunda de Dios, a caminar juntos con apertura misionera y a asumir esta hora de nuestra historia con la entrega generosa que vivieron nuestros Beatos Mártires Riojanos.

¡Feliz día de San Nicolás!, y que el Divino Niño Jesús Alcalde ilumine el año que comenzamos y nos conceda todo lo que nuestro corazón y nuestra sociedad necesita.

¡Que el Tinkunaco sea todos los días!
¡Mucho ánimo, bendiciones y paz para nuestra bendita tierra riojana! Así sea.

Mons. Dante G. Braida, obispo de La Rioja


Notas:
[1] Informe de Síntesis de la primera sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad. 28 de octubre de 2023.
[2] Zini, Julián. Memoria y Esperanza, canción.
[3] Evangelii Gaudium 21.
[4] Comisión Episcopal de Pastoral Social. Mensaje de Navidad. 21/12/2023.

Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, de María y de José.

Y podríamos quedarnos con la idea de que en esa familia solamente están ellos tres y nos puede resultar una mirada un poco intimista.

Y creo que las lecturas de hoy nos animan a abrir este concepto de familia. Por supuesto que la Sagrada Familia son María, José y el Niño, sin lugar a dudas. Pero creo que también nos hace bien ampliar la mirada y poder pensar un poco más allá.

De hecho, el Evangelio de hoy les da protagonismo a dos personas mayores, a dos personas que seguramente tendrían por lo menos uno de ellos más de 80 años y Simeón seguramente también, Ana y Simeón.

Dos personas de la familia grande del pueblo judío, hombres y mujeres de fe. Y hoy en el Evangelio tienen un lugar particular, un lugar especial.

Algunas características que tienen Simeón y Ana y que me gustaría que podamos nosotros atender.

En primer lugar, dice que Simeón está en el templo y que está esperando, esperando poder conocer al Mesías.

Creo que es algo interesante poder destacar hoy la esperanza de Simeón.

En un mundo en el que muchos ya bajan los brazos, en un mundo en el que algunos dicen nada va a cambiar, en un mundo en el que hay mucho desaliento y desesperanza, hoy aparece Simeón, que con su carga de años igual nos regala esperanza.

Por otro lado, nos dice el Evangelio de hoy que fue conducido por el Espíritu de Dios. A pesar de los años, Simeón parece que tiene la humildad de dejarse conducir. No es de estos hombres mayores, sábelo todos, que creen que ya nadie tiene nada para enseñarles, sino que, al contrario. Por un lado, tiene la esperanza de mirar el futuro creyendo que algo bueno puede pasar y de hecho podrá conocer al Salvador. Pero, por otro lado, la humildad de dejarse conducir por el Espíritu.

Dos características que quisiera que hoy tomáramos de Simeón. La esperanza y la humildad.

Y de Ana. Ana dicen que tenía 84 años, que se había casado en su juventud y había quedado viuda al poco tiempo.

Nos podríamos imaginar a una mujer quejosa, apesadumbrada, mala onda, como decimos hoy, porque sufrió mucho en su vida, porque quizá no pudo llevar adelante el sueño de familia que tenía.

Sin embargo, nos encontramos con una mujer con alegría. Nos encontramos con una mujer que tiene ganas de servir en el templo, dice allí con ayunos y oraciones. Una mujer que da gracias a Dios por conocer a Jesús.

Y entonces, de Ana me gustaría que pudiésemos resaltar hoy, por un lado, su alegría, por otro lado, su servicio y sus ganas de dar gracias.

A pesar de que la vida no fue fácil con Ana, Ana da gracias. A pesar de que la vida no fue fácil con Ana y quedó viuda muy joven, Ana tiene alegría. A pesar de que la vida no fue fácil con ella, no se victimiza, sino al contrario, quiere servir a los demás y no estar ella en el centro.

¿Por qué quería resaltar estas características de estas personas grandes hoy en el Día de la Sagrada Familia? Porque creo que son dones que, así como Simeón y Ana seguramente con su testimonio de vida animaron a la Sagrada Familia de Jesús, hoy quisiera pedirle con ustedes que el testimonio de Simeón y Ana también nos ayuden a nuestras familias, que también contagien a nuestras familias estas características.

¿Qué familia no necesita hoy en la Argentina esperanza, más que nunca? Estamos golpeados, abatidos y necesitamos esperanza. Nuestras familias necesitan esperanza a pesar de todo.

Y creo que entonces podemos pedirle por favor para las familias argentinas que nos concedan el don de la esperanza.

Por otro lado, pensaba también que podíamos pedirle a Dios las características que dijimos de la alegría.

¿Cuántas veces nuestras familias se dejan abatir por el desencanto, por la tristeza? ¿Cuántas veces nuestras familias quedan hundidas en los conflictos y necesitamos alegría?

Poderle pedir también a Dios que nos regale el don del servicio, que en nuestras familias podamos servirnos unos a los otros, descubriendo que ninguno de nosotros es más importante, sino que somos parte de la misma comunidad, la pequeña comunidad, la iglesia doméstica que es la familia.

El servicio de tantas madres, el servicio de tantos padres, el servicio que también puede prestar cada uno ayudando en casa, lavando los platos, secando o guardando, como me tocaba a mí con mis hermanos, cuando decíamos, a mí me toca lavar, a vos te toca secar, a vos te toca guardar.

Servir un pequeño gesto cotidiano que a veces hemos perdido.

También pensaba el dar gracias, como lo hace Ana. Ana da gracias y cuando Ana da gracias está reconociendo que Dios ha obrado en su vida.

Entiendo que nuestras familias pasan por muchas situaciones difíciles, pero también está bueno poder mirar la parte del vaso llena y entonces dar gracias por los dones recibidos.

Hoy, estos dos ancianos, estos dos abuelos, estos dos viejitos, dicho con cariño, le contagian esperanza, alegría a la Sagrada Familia de Jesús. Quisiera pedirle que también nos contagien a las familias argentinas y a todas las familias del mundo estos dones que tanto necesitamos.

Por otro lado, acentuar la figura hoy de Ana y de Simeón nos permite a todos volver a darle importancia a nuestros abuelos, que no son descartables, nuestros abuelos que son nuestras raíces, nuestros abuelos que tienen mucho para enseñarnos, como hoy Simeón y Ana.

Termino con un texto del Papa Francisco de una exhortación apostólica que se llama Vive Cristo, Christus Vivit, de marzo del 2019.

Se la dirige a los jóvenes, pero al final tiene un texto hermoso, poético, en el que quiere también darles lugar a los ancianos. Que también en nuestras familias tengan un lugar nuestros abuelos. Dice Francisco: “queridos jóvenes, seré feliz viéndolos correr más rápido que los lentos y temerosos. Corran atraídos por ese rostro tan amado que adoramos en la Sagrada Eucaristía y reconocemos en la carne del hermano sufriente. El Espíritu Santo los empuje en esa carrera hacia adelante. La Iglesia necesita su entusiasmo, sus intuiciones, su fe. Nos hacen falta. Y cuando lleguen donde nosotros no hemos llegado, tengan paciencia para esperarnos”.

Tengamos paciencia para esperar a nuestros abuelos, que tienen mucha sabiduría para compartir, como hoy Simeón y Ana compartieron con la Sagrada Familia de Jesús. Amén.

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires

“Cristo, entre ustedes, la esperanza de la gloria”
(Colosenses 1, 27)

Muy queridos hermanos y hermanas:

Desde el Monasterio Santa Clara de Asís (Puán) deseo saludarlos con ocasión del Tiempo de Navidad y compartir con ustedes una reflexión inspirada en expresiones, frases y pensamientos del Beato Cardenal Eduardo Francisco Pironio, profeta de la Esperanza. La cita paulina del título de esta reflexión, ha sido su lema episcopal. Inspirado en sus palabras y gestos… que tanto bien me han hecho, también se las presento como un filial homenaje a la espera del encuentro definitivo…

El mismo día de la ceremonia de beatificación en Luján, sábado 16 de diciembre, por la noche varias localidades de nuestra arquidiócesis –especialmente Bahía Blanca, Punta Alta y zonas aledañas- fueron duramente golpeadas por severas tormentas con vientos de gran velocidad y lluvias que provocaron la muerte de varios hermanos y hermanas, numerosos heridos, grandes destrozos con una muy grande cantidad de árboles, torres y postes de luz, techos caídos o muy dañados, incluso en templos, capillas, centros comunitarios, etc., por no mencionar cortes generalizados de energía eléctrica, pérdidas materiales y un sinnúmero de consecuencias… [Nota: Otras tormentas muy fuertes han azotado el amplio territorio de nuestra arquidiócesis en los días posteriores… provocando severos daños].

El jueves 21 de diciembre celebramos la Santa Misa en la Catedral Nuestra Señora de la Merced rogando por los fallecidos, los heridos y hospitalizados, los que han sufrido las consecuencias de las inclemencias del tiempo. También, porque ese es el sentido de toda Eucaristía, hemos dado gracias a Dios por la bondad de muchos hermanos y hermanas que han acudido de muchas y diversas maneras para intentar paliar tanto dolor (Instituciones civiles, eclesiales, movimientos, voluntarios, autoridades y gente de a pie) de modo más o menos organizado o espontáneo, siempre solidario y fraterno, porque -gracias a Dios- el sufrimiento del prójimo no deja de golpear la puerta de nuestros corazones.

Tanto los gozos y alegrías como las tristezas y angustias, nos invitan -al mismo tiempo- a recordar y esperar; acudir, acompañar y permanecer; ¡ser fieles! ¡perseverar!

La Fe es en cierto modo la memoria del creyente que recuerda el paso de Dios por la vida personal y comunitaria. La Esperanza nos tensiona hacia el futuro, asegurando que dicha Fe tenga una dirección y no se encierre en una nostalgia -más o menos dulzona- de los buenos tiempos idos. La Caridad, es el Amor de amistad con el que Dios nos ama e invita a amarlo y a amar a los demás ¡especialmente en los tiempos difíciles! De esta manera, la Fe, la Esperanza cobran vida y nos meten de lleno en el “hoy”, ¡el presente, tal como éste se presenta! (permítanme el juego de palabras).

Estamos celebrando el Tiempo de Navidad contemplando a Dios que ha visitado y redimido a su pueblo. Isaías, cuando profetiza en tiempos de dolor y desaliento, nos exhorta: “Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, digan a los que están desalentados: «¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos»” (35, 3-4).

¡Sí! ¡Dios visita a su Pueblo, también en estos tiempos difíciles! No podemos ni debemos limitar los males que padecemos a las inclemencias meteorológicas y sus consecuencias de muerte y dolor. Somos también testigos de muchos males que son causados por el mismo ser humano: la carrera armamentista y sus efectos inmediatos: más guerras, conflictos, enfrentamientos, persecuciones, pobreza, migraciones forzadas, hambre, etc. A esto sigue el mal que todo esto provoca en el corazón con sus secuelas de rencor, revancha y resentimiento.

Entonces buscamos responsables, “algo” o “alguien” que nos explique el porqué de tanto mal; que nos ofrezca una palabra, una respuesta. Desde el fondo del corazón surgen lamentos y quejas: ¡Esto no puede seguir así! ¡Hay que detenerlo!… ¡Que alguien haga algo y detenga toda esta locura! También se presenta otra posibilidad: la resignación, el silencio (bancársela, aguantar, resistir, aprender a manejar el dolor, etc.).

En la Sagrada Escritura, no encontramos quizás una “explicación” acabada del dolor (el por qué o para qué, etc.) tal como lo querríamos: a modo de una fórmula clara y distinta que nos lo explique o que simplemente funcione como un bálsamo mágico que haga desaparecer ese sentimiento. En definitiva, seguimos buscando quizás las causas o causantes del mal. Ensayamos respuestas morales y posibles acusaciones (o defensas): “Lo que pasa es que…”; “se debería… hacer o no hacer tal cosa…”; “¿Dónde está Dios?”, etc. Pero ¿acaso esto calma o mitiga el sufrimiento?

Es verdad que el Señor –en su Palabra- nos ofrece aquí o allá algunas pistas para comprender o asumir el mal o dolor físico, moral, psicológico, espiritual… ¡Pero no nos resulta fácil poder encontrar siempre el consuelo que esperamos o buscamos!

Impresiona en el episodio de la zarza ardiente, cuando –desde ella- el Señor se manifiesta a Moisés y le dice: “Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel (…). El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y he visto cómo son oprimidos por los egipcios” (Éxodo 3, 7-9).

Podemos encontrar también en el libro de Job (tan duramente golpeado por el sufrimiento) reflexiones profundas acerca de los motivos, causas y consecuencias del dolor. ¡Pero Dios mismo desautoriza a quienes, como buenos y típicos “sabelotodo”, explican los porqués de dicho mal sufrido y la culpa por merecer dicho castigo!

El Libro de los Salmos pone en los labios del corazón que suplica todas estas preguntas mezcladas con gritos, lágrimas, silencios, rabias, consuelo, compañía, ayuda, tristeza, luz.

De todas formas, hay algunas certezas que nos animan a seguir andando nomás. En muchas ocasiones y circunstancias, el Señor –ante el sufrimiento- llama a sus elegidos (sacerdotes, profetas, reyes, hombres y mujeres) para manifestar y acompañar a su pueblo, consolándolo en el dolor. En esos casos, también encontramos frases que más o menos se repiten en toda llamada (vocación) que Él suscita para el bien y consuelo de su pueblo:

Ve, yo te mando (porque si hay vocación: hay un llamado de su parte y no una mera ocurrencia personal más o menos buena o solidaria).

No tengas miedo (porque el desafío de consolar el dolor es muy grande, superior a nuestras fuerzas y nos da miedo).

Yo estoy contigo (porque Él no se aparta de los que sufren y de los que intentan ser consuelo en el dolor).

Es verdad, quizás no encontremos en la Palabra – Libro del Pueblo de Dios- un discurso acerca del sufrimiento o del dolor y sus causas. ¡Tampoco en el Evangelio encontramos un pasaje que nos responda tal cual nosotros quisiéramos a dicha pregunta!

Jesús mismo, carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre, hueso de nuestros huesos -desde su misma infancia como lo leemos en estos días de la Octava de Navidad- ha sufrido como nosotros, porque nosotros sufrimos y porque nosotros también hacemos sufrir. Desde esas primeras páginas del Evangelio también llegamos a comprender también que Jesús muere ¡porque nosotros morimos y porque nosotros somos capaces de matar!… ¡Cristo no vino a “explicar” el dolor, pero sí ha querido llenarlo de su presencia!

La Esperanza -tan cercana al corazón de las cuatro semanas del Tiempo de Adviento e invocada en los deseos más profundos de “las Fiestas”- ha de comprenderse de una manera diferente de la simple “espera” o de la mera “expectativa”.

La espera se refiere a algo que el ser humano puede alcanzar fácilmente y por sus propias fuerzas (el que inicia un viaje y espera llegar a su término; que el colectivo, ómnibus o tren… pasen de una vez por todas, etc.).

La expectativa se refiere a un bien futuro y difícil, que no podemos alcanzar sin ayuda ajena. Por ejemplo, los candidatos a los más diversos cargos públicos, muchos de ellos difíciles de obtener y fruto de muy reñidos procesos eleccionarios, permanecen en una ansiosa y a veces angustiosa “expectación” del resultado, que no depende de ellos sino de los sufragios de los electores.

La Esperanza cristiana –que queremos comprender más profundamente en estos tiempos difíciles- se refiere a un bien altísimo que no podemos alcanzar por nuestras propias fuerzas, sino sólo con la ayuda y la gracia de Dios. El objeto de la vida cristiana es la bienaventuranza o felicidad eterna –bien arduo y difícil, pero posible alcanzar, no por nuestras fuerzas puramente humanas o naturales, pero sí con el auxilio omnipotente de Dios que nos ofrece siempre su bondad y misericordia infinitas. Solamente Él puede ofrecernos: un “para siempre”: la Salvación, la Vida eterna, el Cielo, la Bienaventuranza…

No hace falta repetirlo, pero sí meditarlo mucho, rumiarlo en el corazón: vivimos tiempos difíciles. A cada uno de nosotros nos corresponde con toda libertad y realismo, yendo más allá de la crónica histórica o periodística, explicar por qué hacemos referencia o hablamos de “tiempos difíciles”.

A las inclemencias del tiempo locales, nacionales, universales (muchas provocadas por cambios climáticos causados también por el actuar del ser humano), sumamos cuestiones de diversa índole: políticas, sociales, económicas, etc. Deberíamos quizás adentrarnos en temas complejos y tortuosos que no pretendo ni podría -aquí y ahora- analizar…

Leemos en el Profeta Jeremías: “Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo: ¿quién puede entenderlo?” (17, 9). Sondeando el corazón humano –el tuyo, el mío, el nuestro- surge, inevitable, la pregunta que el mismo profeta se hace y repito: “¿Quién puede entenderlo?”. El Señor no tarda en responder: “Yo sondeo el corazón… para dar a cada uno según su conducta, según el fruto de sus acciones” (Jeremías 17, 10).

“La Esperanza que va más allá del final”
En este camino -propio de un tiempo tortuoso y difícil- nos anima la Esperanza. ¡La Esperanza va que va más allá del final! (título de uno de los más bellos poemas de Karol Wojty?a – San Juan Pablo II, que puede encontrarse en las redes más usadas).

Dios no nos envía a abrir nuestras manos y corazones a los necesitados, acudiendo al llamado en pos de una solidaridad afectiva y efectiva; ni nos pide que recemos por ellos para que lo “difícil” sea “fácil” … ¡Sino para que los tiempos difíciles sean tiempos de salvación, de gracia y de amistad social!

Quien vive la esperanza viaja en un clima de confianza y abandono pudiendo decir con el salmista: “Señor tú eres mi fuerza, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador, mi Dios, el peñasco en que me refugio, mi fuerza salvadora, mi baluarte” (Salmo 18, 3). “Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no temerá; aunque estalle una guerra contra mí, no perderé la confianza” (Salmo 27, 3).

¿No es exageradamente entusiasta este salmista? ¿Es posible que a él le hayan salido siempre bien todas las cosas? No, no le salieron bien siempre. Sabe –y lo dice- que los malos son muchas veces afortunados y los buenos oprimidos. Incluso, también en los salmos encontramos preguntas acuciantes, dolorosas: “¡Despierta, Señor! ¿Por qué duermes? ¡Levántate, no nos rechaces para siempre!” (Salmo 44, 24). Sin embargo, este orante conservó la esperanza, firme e inquebrantable. A él y a todos los que esperan, se puede aplicar lo que dijo San Pablo acerca de Abraham: “Creyó esperando contra toda esperanza” (Romanos 4, 14).

Es posible que –por tantos y tan diversos motivos- cada uno de nosotros, nuestras familias o comunidades hayan dado lugar en su corazón al desaliento y la tristeza, la desilusión y la amargura.

Además de lo que cada uno supiera, pudiera o quisiera describir personalmente, también se respira –es verdad- cierto desaliento colectivo, comunitario, social. Constatar aquello que está a nuestro alcance “poder hacer” (ayudar, transformar, colaborar) ¡parece poco, insuficiente o quizás también estéril! Pareciera incluso que muchas instancias o estructuras temporales (sociales, políticas, económicas, etc.) son impenetrables a nuestro mensaje; vemos que –usando una imagen de San Agustín- “la ciudad del hombre se construye al margen de la ciudad de Dios”. ¡Todo esto y tantas otras cosas que no viene al caso enumerar, pueden arrastrarnos al negativismo! Sintiéndonos así, es muy probable que nos abrume o asalte la desesperanza.

Para seguir andando es importante detenernos y asumir estos tiempos difíciles para poder comprender, “cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad” de la Esperanza, virtud teologal que infunde Dios mismo en nuestros corazones para que seamos colmados de su plenitud (cf. Efesios 3, 18-19). Permítanme señalar algunas notas de la Esperanza para estos momentos en los cuales podemos confundirnos…

 “Esperando contra toda esperanza” (Romanos 4, 18)

La Esperanza, no es insensibilidad, indiferencia o irrealismo:
-La esperanza no es “insensible”; no suprime o cancela la sensibilidad frente al mal y el dolor ajeno (enfermedad, separación, muerte). Incluso podríamos decir que la esperanza nos invita a una mayor sensibilidad (sintiendo como propias las necesidades de los demás también).

-Tampoco podemos confundir la esperanza con la “indiferencia”. La indiferencia es una especie de negación y de vacío. La esperanza en cambio es una riqueza interior y por ello invita a una valoración positiva del mundo y del ser humano.

-La esperanza tampoco es “irrealismo”. Eso es desnaturalizar la esperanza. Es también falta de realismo y no auténtica esperanza creer todo anda bien, que todas nuestras instituciones, comunidades marchan bien, o que todos los creyentes son eficientes y santos (o que todos nos aprecian sin filtro).

La Esperanza es “tensión hacia el futuro”, porque es una virtud activa, e implica lucha; busca un bien futuro, posible, aunque arduo y difícil. Es vivir en y hacia un futuro que ya está inicialmente presente. Pero claro, es esencial a la esperanza un cierto grado de incertidumbre, supone una aventura, un riesgo. La esperanza es virtud de conquista, positiva e implica una expectativa, aunque no se identifica con ella.

La esperanza exige la fortaleza, para superar las dificultades, asumir la cruz con alegría, conservar la paz y contagiarla ¡No hay esperanza de lo fácil o evidente! Además, la fortaleza no implica “poderío” o “agresividad” sino más bien firmeza, constancia, perseverancia y por ello un compromiso activo, audaz, creador.

A la vez la esperanza es liberación interior y por ello va de la mano de la pobreza. Es desprendimiento de bienes temporales. Porque podemos pecar contra la esperanza de dos maneras: instalarnos en el tiempo perdiendo la perspectiva de eternidad o evadirnos del tiempo con una resignación pasiva y perezosa llorando los tiempos idos o soñando que pase la tormenta. Si vivimos adheridos a las cosas, personas y –claro- a uno mismo, pecamos contra la esperanza. Pero, al contrario, si negamos los valores temporales de la amistad, la belleza, la salud, también se peca contra la esperanza porque estos son los medios normales para conseguir ese difícil bien propio de esta virtud.

La esperanza es posesión inicial, germinal. Sí, porque lo que esperamos no lo poseemos todavía, no tenemos la plena posesión del bien que deseamos, pero tenemos sus primicias. Si no fuera así no podríamos esperar ni desear. No podría haber movimiento, ni tensión, ni apetencia si el bien no se nos hubiera ya dado o mostrado de algún modo. La esperanza teologal se refiere a la posesión plena de Dios en la gloria, pero se basa en la posesión de Dios por la gracia. La gracia es la vida eterna comenzada. Como dice Santo Tomás de Aquino: es la semilla que contiene virtualmente todo el árbol.

La esperanza es el gozo anticipado de la vida eterna, en toda su dimensión y en todas sus etapas. Es verlo a Dios como Él se ve, amarlo como Él se ama, gozarlo como Él se goza. Esto ocurrirá en el cielo, pero lo participamos de algún modo en la tierra por la gracia (que es el despliegue de la amistad con Dios) y las virtudes. Esperar la vida eterna no es sólo esperar el cielo, sino esperar en el tiempo, ahora, la santidad en todas sus etapas y sus manifestaciones.

Si la esperanza es el gozo anticipado de la vida eterna ¡la vida eterna es el gozo definitivo de lo esperado! ¿Qué es lo que esperamos?: La Felicidad, que no es otra cosa que la posesión de un bien intuido por la FE; perseguido por la ESPERANZA; alcanzado por el AMOR ¡para siempre!

Tal vez podamos confundir la esperanza y la confianza. Pero en realidad, la confianza, es el motivo y el sostén de la esperanza. Son muchas las dificultades que nos pueden asaltar, pero lo que nos sostiene es la promesa y fidelidad divina. Dios se nos ha manifestado y nos ha invitado a su intimidad, confiados en su Palabra, esperamos en Él.

Tal vez en este camino hacia a Dios experimentamos el desaliento, la frustración, nos sentimos solos y –por ello- no vemos fructificar nuestros esfuerzos. Esto nos puede pasar, muchas veces, porque olvidamos la dimensión social de nuestra esperanza: somos un pueblo, una familia, un cuerpo que espera. Nunca estamos o caminamos solos, somos un pueblo, una comunidad que marcha a la eternidad.

La esperanza también nos abre a su dimensión social. Esto implica que el Señor nos llama a esperar con los demás y para los demás.

Esperamos con los demás porque somos parte de la Iglesia, somos un cuerpo en marcha hacia la Patria del cielo. Puede flaquear nuestra esperanza, podemos perder entusiasmo o vigor, pero nos sentimos alentados por los demás, los hermanos y hermanas que caminan junto con nosotros – ¡sinodalmente! – porque esperamos con nuestros hermanos y hermanas la glorificación final del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Esperamos para los demás. Esto es lo que impulsa la misión, la evangelización y le concede su finalidad: ¡Que todos se salven! Esta esperanza se funda en la caridad, pues el amor de caridad hacia todos como el de Cristo, no puede desear nada menos para los demás que lo que deseamos y esperamos nosotros.

 “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense” (Filipenses 4, 4)

Por último, es importante recordar que la esperanza está íntimamente conectada con la alegría. Es así porque la verdadera alegría procede de la esperanza y quien vive en la tristeza fácilmente cae en desesperación. También quien vive la falsa alegría de una suerte de selfie espiritual buscándose nada más que a sí mismo, también caerá muy fácilmente en la presunción.

La Esperanza engendra gozo y el gozo alimenta la Esperanza. Aún en los tiempos difíciles ¡somos testigos alegres de la esperanza! San Pablo nos alienta: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense” (Filipenses 4, 4). El Señor es la Luz y salvación que nos atrae; es aquel que colma nuestro corazón; es quien impulsa nuestras palabras y obras.

Sólo podremos ser testigos de alegría y esperanza en la medida de nuestra liberación interior, de nuestra purificación, de sanar nuestro corazón, restaurar nuestro camino de santidad y nuestra mirada firme centrada en el Señor.

Las Fiestas de este Tiempo de Navidad sean un impulso para nuestro deseo firme y sincero de poner nuestra vida en las manos de Dios, apartando todo lo que nos aleja de Él y confiando solo en su poder y su palabra.

Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca. No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús (Filipenses 4, 4-7).

El Apocalipsis y con él, la Biblia, concluye con un bellísimo “diálogo” entre el Señor que vendrá:

El que garantiza estas cosas afirma: “¡Sí, volveré pronto!”
… y el hagiógrafo (“Juan”, quien escribe) quien nos presta su voz para que podamos seguir andando alegres en la Esperanza atravesando estos tiempos difíciles, en el anhelo de la salvación definitiva:

“¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!”
Me sumo a esta súplica saludándolos también como lo hace el final del Apocalipsis: Que la gracia del Señor Jesús permanezca con todos. Amén (22, 20-21).

El Señor les conceda un Año 2024 lleno de cosas buenas, verdaderas y bellas ¡cosas de Dios!

Nos proteja y cuide Nuestra Señora y Madre de la Merced a las puertas del 90º aniversario de la creación de nuestra Diócesis de Bahía Blanca.

¡Beato Eduardo Francisco Pironio, profeta de la Esperanza, ruega por nosotros!

Monasterio Santa Clara de Asís (Puán) 28 de diciembre de 2023 (Fiesta de los Santos Inocentes).

Mons. Fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP, arzobispo de Bahía Blanca

El Evangelio de hoy comienza con la figura del emperador Augusto diciendo que a través de un decreto ordenó que se realizara un censo en todo el mundo.

Augusto, emperador de Roma, quería saber cuántos eran sus súbditos.

El imperio romano se había extendido por gran parte de Europa, del norte de África, de Medio Oriente, y entonces quería saber cuántos eran sus súbditos, con cuánta gente contaba él en su imperio.

De algún modo el emperador quiere tener control e información absolutamente de todo, y para eso necesita de los datos del censo.

Nos podemos imaginar la figura del emperador, un hombre que gobierna, un hombre que tiene seguridad sobre sí mismo, y un hombre que claramente toma decisiones.

Mientras tanto, hacia el final del Evangelio se nos habla de los pastores. Los pastores son hombres frágiles, son hombres de trabajo rudo en las afueras de la ciudad, son hombres que no son bien vistos por el común del pueblo, porque en general tenían fama de mentirosos, dado que se juntaban por las noches y se contaban historias entre ellos para mantenerse despiertos mientras cuidaban las ovejas. Hombres que al trabajar de noche y en las afueras de la ciudad no participaban de los ritos propios de la religión judía y por lo tanto eran tratados como impuros, como indignos.

No tenían lugar porque su lugar era finalmente el campo en el que vivían con las ovejas. Su aspecto, su olor, su modo de vida hablaba de gente marginada, discriminada.

¿Y por qué quiero hoy resaltar este contraste entre el emperador Augusto, seguro de sí mismo, emperador, con todo el gobierno, y por otro lado los pastores, hombres frágiles y discriminados de los que no sabemos ni siquiera su nombre? Porque creo que en el fondo Augusto y los pastores nos pueden mostrar a nosotros con qué actitud nos acercamos al pesebre, con qué actitud y con qué corazón recibimos la buena noticia del nacimiento de Jesús.

No sé si Augusto se habrá enterado del nacimiento del Señor. Hizo el censo, quizá tuvo resultados de cuánta gente vivía en el imperio romano, pero a pesar de tener toda esa información, a pesar de tener todo el poder y todo el gobierno, se perdió de la mejor y la gran y única noticia. “Les ha nacido un Salvador que es el Mesías, el Señor”.

Mientras tanto, los pastores, con su fragilidad, con el rechazo que recibían de la población de la época, con las críticas que seguramente había sobre ellos, son los primeros que reciben el anuncio que el Señor les ha nacido.

¡Qué curioso, qué increíble!

El que se la sabe todas, se perdió la mejor noticia. Los que no saben nada, se encontraron con el Señor en el pesebre.

Si nosotros nos parecemos a Augusto, si nos creemos seguros de nosotros mismos, si creemos que tenemos todas las respuestas, si creemos que somos dueños de nuestra vida, que tenemos todo bajo control, si de alguna manera nos sentimos totalmente seguros en la diaria, en la familia, si tenemos respuesta, como dije, para todo, si nos creemos un poco los dueños de la verdad, si no nos dejamos interpelar por la buena noticia del nacimiento de Jesús, nos vamos a perder de la mejor noticia y nos pareceremos a Augusto.

En cambio, si en estos días de Navidad mostramos el corazón con toda su fragilidad, si en estos días de Navidad nos animamos a ser como los pastores y nos ponemos delante del pesebre con toda nuestra pobreza, si le pedimos al Señor con fuerza que ilumine nuestras oscuridades, si hacemos de nuestro corazón un pesebre, pero un pesebre de verdad, entonces recibiremos también la alegría del nacimiento de Jesús.

Siempre digo que el pesebre que armamos en casa es muy lindo, es muy prolijo, pero el pesebre de verdad, estoy seguro que no era así. El pesebre de verdad era un pesebre de animales, con mal olor, no era un lugar digno para que nazca un niño, y mucho menos el Hijo de Dios. Sin embargo, Él quiso nacer en ese lugar oscuro, en ese lugar de animales. En ese lugar con mal olor.

Por eso, no tengamos vergüenza y en Navidad mostrémosle al Señor la parte de nuestra vida, la parte de nuestro corazón, que se parezca a un pesebre. No nos escondamos delante de la ternura del niño. Mostrémosle la vida, pero mostrémosle la vida como es, con nuestros fracasos, nuestras frustraciones, con nuestros miedos, con nuestras depresiones, con nuestras broncas, con nuestros pecados.

Démosle lugar a Jesús en la parte de nuestra vida y de nuestro corazón que se parezca de verdad a un pesebre. No nos presentemos delante de Él con la seguridad de Augusto. Mostrémonos con la fragilidad de los pastores.

La segunda lectura nos dice que la gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado.

¿Qué quiere decir que la gracia de Dios se ha manifestado? Quiere decir que hoy Dios nace gratis. Dios nace en el pesebre gratis.

En estos días que habremos estado gastando un montón de plata por las fiestas, los que pudieron. En estos días en que habremos estado preocupados en comprar algún regalo o nos habremos estado quejando de la inflación y de lo que valen las cosas, aparece Dios que nace gratis.

¿Qué quiere decir gratis? Quiere decir que nos ama tanto que no pone ningún requisito a cambio.

Lo propio del amor es la gratuidad. Y Dios nos ama gratuitamente. Nos ama como somos.

Por eso no tenemos que tener vergüenza de Él y en Navidad nos tenemos que mostrar cómo somos. No con la seguridad del Emperador, sino con la debilidad, la fragilidad y la honestidad de los pastores. No perdamos la oportunidad. El Señor desde el pesebre nos dice que nos ama.

En el llanto del bebé nos hace despertar de la indiferencia y darnos cuenta que hay muchos hermanos que necesitan de la alegría de la Navidad. Pero también en la sonrisa del bebé nos está diciendo: “te amo, no te escondas de mí”. En la sonrisa del bebé nos está diciendo: “quiero compartir toda la vida con vos”. En la sonrisa del bebé nos dice: “quiero nacer en el pesebre de tu corazón. No te muestres perfecto delante mío. No tengas miedo. Soy Dios que, desde el niño, desde el pesebre, te digo una y mil veces que te amo y te quiero ver feliz”.

Por eso, como los Pastores, nos acercamos hoy y lo descubrimos en la ternura del niño.

Hay un pequeño relato, por algunos ya conocido. Dice que todos los Pastores fueron al pesebre y dijeron: “hay que llevarles regalos a Jesús”. Y entonces iban en las manos, algunos con una oveja, con un cordero, y llevaban alguna cosa que tenían en su casa o alguna cosa de ropa. Y había un Pastorcito que no tenía nada y se iba muy preocupado en el camino diciendo: “tengo las manos vacías, ¿qué le podré llevar al niño?”.

Cuando llegaron, José y María estaban teniendo al niño en brazos. Y claro, cuando empezaron a llegar los Pastores y después los Reyes Magos y todos llegaban con muchos regalos, José, que tenía al niño en ese momento, miró y encontró a este Pastorcito que estaba con las manos vacías. Entonces le dijo: “por favor, teneme al niño Jesús un ratito mientras nosotros recibimos los regalos”.

Y ahí, ese Pastorcito de manos vacías acunó entre sus propias manos y en su pecho al niño Jesús.

Les propongo entonces igual, vayamos con el corazón abierto y con las manos vacías al pesebre. Estoy seguro que María y José nos van a poner al niño en nuestros brazos.

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires

Ustedes saben que cuando nombran a alguien cardenal se busca un lugar donde le hagan una recepción que suele ser una catedral, y yo dije: “no, voy a ir a mi pueblo” y quise venir acá; hacer un acto sencillo en el lugar donde Dios me regaló la vida y donde me dio tantas cosas lindas.

Un hombre, cuando pasan los años y a medida que más viejo se pone, más valora las cosas que recibió allí donde creció. No las valora quizás en su momento, no les da importancia, a veces sueña con ir a otros lugares, y piensa “mirá dónde me metió Dios, por qué no habré nacido en otros lugares”, y en ese soñar se imaginan distintas cosas.

Y algunos otros dicen: “otras personas han podido progresar porque han nacido en Buenos Aires, tuvieron dinero para moverse, para avanzar en la vida, pero a mí que me tocó nacer en un pueblito insignificante y qué puedo esperar yo de la vida”. Pero pasan los años y pasa el tiempo y uno va descubriendo que tiene muchas cosas de su pueblo, muchas cosas… más de lo que se imaginaba.

Más de una vez, por ejemplo, cuando yo vivía en Buenos Aires usaba expresiones sobre las que me preguntaban: “esas palabras que usás vos de dónde las sacas!!”, y eran algunas palabras que decían los piamonteses de acá, del pueblo, que a uno se les pega y después las dice como si fueran normales y los demás no entienden qué quieren decir.

Tiempo después, al haber ido a Europa, pude entender que hay detalles, hay gestos, modos de expresarse, cosas que uno no se da cuenta pero que se llevan, que son las que ha ido recibiendo en su pueblo.

Recuerdos pequeños que uno tiene, recuerdos de personas, de rostros, de cosas que le han dicho en algún momento, de verdaderos ejemplos. Podría recordar ahora a personas de la parroquia que eran ejemplares. Uno busca a veces santos en otros lados y los hemos tenido entre nosotros, mujeres muy sencillas que podrían haber sido canonizadas tranquilamente, por la manera como se han entregado, por la generosidad que han tenido, por cómo se han dedicado a sus familias.

Y para mí muchas de esas personas están en la memoria como testimonio y como ejemplo, como si fueran Santa Rita o San Francisco de Asís, y eran de mi pueblo. Vivieron entre nosotros.

Y en realidad uno tiene que pensar que “el lugar donde estoy, aquí donde Dios me pone, es el mejor del mundo”. Para mi este lugar donde estoy es el mejor del mundo.

Y muchas veces uno se encuentra con gente que vive en las grandes ciudades que dicen “cómo me gustaría vivir en un pueblo de Córdoba!”. Y yo les digo que tuve ese honor, el de vivir en un hermoso pueblo de Córdoba. Y es aquí donde están ustedes.

Uno se podría imaginar lo infinito, las galaxias, esas cosas que no te entran en la mente porque son inabarcables, o se puede pensar en la selva, en la amazonia; piensa en tantos lugares de la China o del África, tantas formas distintas de vivir en este planeta con tanta riqueza. Pero si pensás en ese infinito, allí, como un granito de arena está Gigena, y ahí estás vos, y ahí Dios te ha querido, y ahí Dios te regala todos los días tantas pequeñas cosas que son preciosas, que son tan lindas. El encuentro en la calle con tantas buenas personas con una sonrisa; el viento, la brisa que te acaricia el rostro, tantas cosas lindas que son pequeñas pero que a la vez son inmensas, que son regalos del Amor de Dios, y que en mi adolescencia cuando venía a este templo, mirando esa imagen del Corazón de Jesús, decía que eran regalos del Corazón de Cristo, de ese Amor infinito que está en ese Corazón sagrado. Por lo tanto hay que tener mucho cuidado en despreciar el lugar donde uno vive. Porque el infinito Dios que te regaló la vida te quiso acá. Este es tu tesoro, Esto es lo más hermoso que te podría pasar. Por eso es hermoso estar aquí, en Alcira Gigena.

Ahora, uno se imagina a Jesús, Jesús creciendo en Nazareth. Y Nazareth es un pueblo como el nuestro -Jesús podría haber crecido también acá, en Alcira Gigena, la virgen podría haber sido una de ustedes acá en nuestro pueblo-. Y así para Jesús ese pueblo de Nazareth que todos despreciaban, era precioso porque era su pueblo, así también para vos este pueblo tiene que ser precioso para tu corazón. En la época de Jesús, por ejemplo, cuando Él iba a predicar a Jerusalén, preguntaban: de dónde venía éste que predicaba, Viene de Nazareth respondían.

Y decían: “qué puede salir de bueno de Nazareth, qué cosa buena puede salir de ese pueblucho”, pero para Jesús Nazareth era su pueblo querido, su pueblo amado, allí donde trabajó con sus manos como carpintero, allí donde se entretenía conversando con la gente, Jesús mismo iba con María y con José a las grandes caravanas que marchaban al templo de Jerusalén, iban y venían las caravanas y la gente conversando entre ellas, hasta el punto que en un momento María y José lo perdieron: “dónde está el nene!!!, dónde está el nene!!.

Lo buscaron, dice la Biblia, un día entero … un día entero …

Y Jesús iba y venía por la caravana conversando con todos. Estaba enamorado de su gente, estaba enamorado de su pueblo; y de sus 33 años, 30 los pasó ahí.

Ustedes podrán decir, bueno, Jesús que hacía tantos milagros, tantas maravillas, podría haber recorrido el mundo, luciéndose por todos lados, y sin embargo con todo ese poder se pasó casi toda su vida en el pueblito de Nazareth.

Por eso dejemos de decir como una queja: “ah! Si yo hubiera nacido en tal lugar!” Éste es tu lugar. Éste es tu tesoro, éste es el regalo de Dios para tu vida, y aquí Dios te da mucho más de lo que vos te podés imaginar.

A nuestro pueblo está llegando el señor Jesús en esta noche. En este pueblo está naciendo el Señor Jesús.

Ojalá que podamos recibirlo esta noche con deseos, con ganas. Porque en esta noche, este fin de año, el corazón está lleno de tristezas, de desconsuelos; de sentimientos de decir que durante el año que pasó no se lograron las cosas pensadas y planeadas; no resolví los problemas que hubiera querido arreglar, hay muchas cosas que no salieron como yo lo deseaba, y entonces quizás el corazón está distraído y no lo dejás entrar a Jesús que viene con paz , que viene con fuerza, que viene con luz, que viene con bendición, y te quedás con tus problemas dando vueltas.

Al contrario: decile: Mirá Jesús, tengo esto que me duele, yo te lo entrego, llevatelo y metete vos ahí en ese lugar de mi corazón. Llená vos ese hueco, ese vacío, esa incertidumbre, llenala con tu luz divina, con tu amor infinito, con tu paz. Haceme comenzar un año nuevo con esperanza!

Uno saca afuera todo eso que sobra, que hace mal y deja que Jesús lo llene, y entonces sí puede comenzar un año distinto, un año realmente nuevo, un año donde puedas prometerte muchas cosas con la fuerza de Cristo, y tené la certeza de que este año no vas a estar sola, no vas a estar solo; si lo has recibido a Cristo lo vas a sentir a Él a tu lado a cada momento, lo vas a sentir dándote fuerza, dándote ánimo, iluminándote el camino; porque Él dijo: “yo voy a estar con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, y hoy te dice: “yo voy a estar acá en Gigena, con ustedes, todos los días del próximo año”.

No pongamos condiciones, entonces, para ser felices. Digámosle a Jesús: “al año que viene, venga como venga, lo voy a enfrentar con vos, y entonces siempre va a ser un año bueno, un año mejor para mi, para mi familia y para todos”.

Pero quiero decirles otra cosa para que valga la pena vivir aquí en Gigena. Para que en Gigena podamos recibir las bendiciones de Dios tenemos que querernos entre nosotros.

Un pueblo chico puede ser una hermosa comunidad donde nadie se sienta solo. Donde todos se saben acompañados, alentados, comprendidos, con alguien que te pone el hombro para salir adelante.

O puede ser un infierno: pueblo chico, infierno grande.

Gigena puede elegir cuál de las dos cosas quiere ser. Esa elección es muy importante.

Digamosle: “yo Señor quiero elegir la amistad, la fraternidad, donde todos podamos salir adelante. Que nadie en el pueblo se sienta abandonado nunca”.

“Quiero hacer esa opción en esta Navidad. Y entonces sí, el año que viene va a ser una maravilla. Y todo el mundo va a querer vivir en Gigena porque dirán: qué bien que se tratan, qué hermoso pueblo”.

Este pueblo no puede tener una gloria más grande. Hay ciudades que tienen catedrales inmensas, unas avenidas impresionantes, pero lo más lindo que puede haber en un lugar es gente que se quiere.

Yo quise estar en mi pueblo y compartir con ustedes un momento de silencio en esta Navidad.

Hagamos un momento de silencio, entreguémosle a Jesús todo lo que nos hace daño para que Él se lo lleve.

Hagamos un momentito de oración por las personas que están sufriendo en Gigena.

Por la enfermedad, por la pobreza, por las angustias, digámosle a Jesús que les dé una mano, que sientan su consuelo en esta noche.

Hagamos esta oración y seguramente el Señor nos va a bendecir mucho en esta noche santa.

Que así sea.

Card. Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe

Los obispos argentinos hemos reconocido en este hermano un modelo de pastor, de vida evangélica y luminosa fidelidad a las distintas misiones que le fueron confiadas en la Iglesia a nivel nacional, latinoamericano y universal. Consecuentemente la Conferencia Episcopal Argentina pidió al Papa la introducción de su causa de beatificación y canonización constituyéndose actora de la misma. Y comenzamos a rezar en la confianza de que sería Dios mismo quien iba a mostrar su santidad a través de las gracias que concediera por su intercesión. Y ¡Dios lo hizo!, es el fruto de esa oración la raíz de la fiesta que estamos viviendo y que el Sucesor de Pedro ha confirmado con su autoridad apostólica.

Para el cardenal Pironio Luján era el “corazón espiritual de la Argentina” y al vernos aquí nos estaría diciendo: “Siempre en la Casa de la Madre se experimenta más hondamente el amor de Padre que nos hace hijos, se escucha más dócilmente la Palabra del Hijo que nos hace discípulos, y se recibe más profundamente la fuerza del Espíritu Santo que nos hace testigos. Todo esto para ser alegres y serenos, solidarios y fraternos, llenos de esperanza pascual y de amor universal”.

Por eso nosotros desde el corazón de la Virgen fiel entonamos el canto de alegría, de gratitud y de alabanza: “¡Magníficat!” “Grandes cosas ha hecho el Señor por nosotros y estamos desbordantes de alegría” (Salmo 126). Toda la liturgia en este gran día, tercer Domingo de Adviento, llamado gaudete nos invita a la alegría porque el Señor está cerca y la alegría de Dios es inconfundible.

“Desbordo de alegría en el Señor”, nos dice el profeta Isaías, “estén siempre alegres”, insiste San Pablo. “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”, rezábamos en el salmo responsorial.

¡Dios lo hizo! También nos decía San Pablo: “Den gracias a Dios en toda ocasión”. Sí queridos hermanos y hermanas; agradecemos el milagro de la vida del nuevo beato cardenal Eduardo Francisco Pironio, la frescura y alegría fecunda de su temprano sacerdocio, los caminos de fe, esperanza y pascua que recorrió en la Iglesia y en el mundo, la transparencia de su alma que podía intuirse en la mirada limpia con la que reconocía lo signos de los tiempos e intuía las necesidades de tantas personas que fue encontrando en su largo ministerio. “Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre. Gracias, Señor y Dios mío. Padre de las misericordias, porque me llamas y me esperas. Porque me abrazas en la alegría de tu perdón”, escribió lleno de fe en su Testamento espiritual.

Y damos gracias en la Casa de María de Luján donde acontecieron los momentos más importantes de su vida, ordenado sacerdote y Obispo, a donde siempre volvió, quiso ser enterrado y donde veneramos sus restos, donde fue beatificado. Aquí también se despidió de Argentina cuando San Pablo VI lo llevó a Roma. Este hijo fiel de 9 de Julio, de esta querida Argentina, siempre volvió a su pueblo y a su Patria desde los diferentes servicios que la Iglesia le fue encomendando.

Cristiano y pastor animado de una espiritualidad pascual, hombre de Dios, sacerdote, obispo y cardenal de la Iglesia, padre hermano amigo espiritual de tantas personas en la Argentina, América Latina y el mundo.

El cardenal Carlo Martini lo definió como: “Una de las mayores personalidades de la Iglesia del final del milenio”.

Hoy nos es posible contemplar una vez más su ser profundamente humano y todo de Dios.

Muchos de los que hoy estamos aquí y tantos que están espiritualmente unidos a esta celebración de acción de gracias lo hemos conocido, hemos sido contemporáneos, colaboradores, discípulos, familiares, amigos; otros lo conocen o conocerán por el testimonio de alguna persona o sus escritos.

Cuántos tuvimos la certeza, la gracia, el don de haber compartido un tramo de nuestra vida con un “santo de la puerta de al lado” como dice el Papa Francisco de “aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la Presencia de Dios”, y confesamos con el mismo Santo Padre: “La santidad es el rostro más bello de la Iglesia”.

A medida que pasa el tiempo percibimos que su figura crece, se hace más luminosa y significativa. Lo escribió muy bien el padre Lucio Gera, amigo entrañable y gran teólogo argentino: “para poder ver las cosas pequeñas hay que acercarse a ellas, pero para ver las cosas grandes hay que alejarse de las mismas. Solo vemos el perfil de la grandeza de un monte si nos distanciamos del mismo, obviamente sin alejarnos tanto que lo perdamos de vista y lo echemos al olvido. Lo mismo nos ocurre con hombres de la talla humana y espiritual de Eduardo Pironio”.

La página evangélica nos ha presentado la misión del Precursor, San Juan el Bautista, “enviado del Señor para ser testigo de la luz”. En el nuevo beato reconocemos un enviado del Señor a nuestro tiempo, un testigo de la luz que es Jesucristo.

El beato Pironio fue un hombre del Concilio y un artesano de su recepción en América Latina donde cultivó su visión de la “Iglesia de la Pascua”, “una Iglesia de Cruz y de Esperanza, de Pobreza y Contemplación, de Profecía y de servicio, una Iglesia misterio de comunión misionera en medio del mundo”, y que tanto nos dice hoy a nosotros, obispos, sacerdotes, consagrados, pueblo fiel de Dios: “La Iglesia de la Pascua no es precisamente un Iglesia “triunfalista” o del “poder”. Todo lo contrario. Una Iglesia pascual es ante todo una Iglesia del anonadamiento y la crucifixión, la pobreza, la persecución y la muerte.

Para él “el único camino de un cambio verdadero pasa siempre por el corazón de las bienaventuranzas evangélicas”.

Sus enseñanzas son luz para nuestro tiempo. En aquella luminosa “Meditación para tiempos difíciles” -como los que estamos viviendo los argentinos y muchos países de América Latina y del mundo- recordó que son momentos que “exigen fortaleza”. En dos sentidos: como firmeza, constancia, perseverancia, y como compromiso activo, audaz y creador. Para cambiar el mundo con el espíritu de las bienaventuranzas, para construirlo en la paz, hace falta la fortaleza del Espíritu.

En cambio, cuando hay tensión o desencuentro en la sociedad y en la Iglesia, el beato Pironio nos alerta: “son signos del oscurecimiento de la verdad, del olvido de la justicia, de la pérdida del amor”. “Revelan claramente la falta de la fuerza del Espíritu”.

Desde ayer la Iglesia nos presenta al beato cardenal Eduardo Francisco Pironio como intercesor y ejemplo para todos, pienso muy especialmente en las nuevas generaciones, desde el inicio de su ministerio mantuvo una sintonía singular con los jóvenes en la Acción Católica, la Joc, las “Marchas de la Esperanza” iniciadas en Mar del Plata, en la gran aventura de las Jornadas Mundiales de la Juventud de las que fue como el arquitecto colaborando con la iniciativa profética de San Juan Pablo II, para hacer de ese acontecimiento un pentecostés de la Iglesia joven que desde 1985 se celebran en diferentes países y continentes.

La primera fuera de Roma quiso celebrarla en Buenos Aires, en la avenida 9 de Julio, aquel inolvidable Domingo de Ramos de 1987. ¡Cuántos testimonios de jóvenes en los que el beato Pironio dejó huellas de esperanza en un confesionario, en las calles o con su palabra en las catequesis o ante la multitud!

El tiempo parecía detenerse ante cada persona con la que se encontraba. Era la forma de entrega total del beato a cada persona, hecho constatado por cantidad de religiosos y religiosas, de seminaristas y sacerdotes, de laicos de todo el mundo.

En el atardecer de su vida entregó a los jóvenes lo más valioso, su vocación, con la convicción de que no hay mayor alegría en la vida que descubrir el sueño de Dios para cada uno, el sentido radical de nuestras vidas: “Me he sentido extraordinariamente feliz de ser sacerdote y quisiera transmitir esta alegría profunda a los jóvenes de hoy, como mi mejor testamento y herencia”.

Pidámosle al beato Pironio que interceda por tantos jóvenes que buscan saber para quién y para qué vivir, que buscan y esperan futuro, sentido, proyecto, dignidad.

Fue entre nosotros profeta y testigo, con su vida y en su muerte nos anunció a “Cristo esperanza de la gloria”.

Cerca ya del misterio de la Navidad, recemos con las palabras de aquella preciosa oración del beato Pironio a Nuestra Señora de la Nochebuena: “Virgen de la esperanza: América despierta. Sobre sus cerros despunta la luz. Es el día de la Salvación que ya se acerca. Sobre los pueblos que marchaban en tiniebla, ha brillado una gran luz. Esa luz es el Señor que nos diste, hace mucho, en Belén, a medianoche. Queremos caminar en la esperanza Madre de los pobres. Falta el pan material en muchas casas. Falta el pan de la verdad en muchas mentes. Falta el pan del amor en muchos hombres. Falta el Pan del Señor en muchos pueblos. Tú conoces la pobreza y la viviste.

Danos alma de pobres para ser felices. Pero alivia la miseria de los cuerpos y arranca del corazón de tantos hombres el egoísmo que empobrece.

Nuestra Señora de América: ilumina nuestra esperanza, alivia nuestra pobreza, peregrina con nosotros hacia el Padre”. Amén.

Luján, 17 de diciembre de 2023.
Mons. Carlos Humberto Malfa, obispo de Chascomús

2 Cor 4,1-2, 5-7;
Mt 19,30 -20,1-16

Estamos transitando un tiempo cargado de muchos acontecimientos que nos llenan de esperanza. Comenzamos el Adviento, este tiempo litúrgico que nos prepara para recibir al Niño Dios. Ayer celebramos a la Madre del Señor, la llena de gracia, cuya vida, toda su vida, ha sido un canto de esperanza. Y el sábado que viene, tendremos la fiesta de la Beatificación del querido Cardenal Eduardo Pironio, un sacerdote nuestro, un "hombre de esperanza".

¡Qué significativo que esta celebración sacerdotal la hagamos en este tiempo marcado por la esperanza! Porque ciertamente, es para toda nuestra Iglesia un regalo que nos renueva, nos llena de alegría, nos devuelve al camino de la esperanza que no defrauda.

La Palabra del Señor es la única palabra en la que podemos entregarnos con absoluta confianza, sabiendo que en ella encontraremos los criterios de discernimiento para la vida y para toda circunstancia. Les pido que siempre recurran a ella, confíen en ella más que en ninguna otra y ayuden a que sus comunidades se alimenten de la Palabra.

Ustedes han elegido esta Palabra que hemos proclamado para dar sentido a esta celebración en la que serán ordenados presbíteros. Jesús les dice hoy: "Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros". El Señor los invita a buscar ser parte de los últimos para ser paradójicamente, los primeros.

La parábola que nos regala Jesús, está precedida del texto del joven rico. Después de oír que el Señor dice que para seguirlo a Él es necesario venderlo todo y dar el importe a los pobres, san Pedro dice: "¡Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido! ¿Qué nos tocará a nosotros?"

Es una pregunta que podríamos hacernos todos nosotros que llevamos varios años de ministerio y también ustedes que están comenzando.

¿Para qué el Señor nos llama y hace sacerdotes? ¿Para buscar privilegios? ¿Para llenarnos de cosas o dinero? ¿O para intentar hacer carne en la propia vida la lógica del Evangelio?

La parábola es de fácil comprensión. El dueño de una viña sale a buscar trabajadores a distintas horas del día. A los que contrató en la primera hora arregla con ellos la paga de un denario, que es lo que en aquella época se pagaba un jornal. Por otra parte, a los que fue contratando en distintos momentos de la jornada, les dijo que les pagaría lo justo.

Al terminar el día se pagó la tarea empezando por los últimos que habían trabajado solamente una hora y se les retribuyó un denario como si hubiesen trabajado todo el día. Al ver esto, los que habían trabajado desde la primera hora de la mañana pensaron que recibirían más, pero se sorprendieron cuando se les pagó lo mismo que, por cierto, era lo pautado. Al sentirse defraudados comenzaron a protestar.

La parábola concluye con las palabras del propietario de la viña que de manera clara y contundente les dijo dos cosas. Que el pago era lo pautado y por lo tanto no se trataba de ningún tipo de injusticia y, por otra parte, que nadie tenía derecho de criticarlo porque pagaba el salario completo a los de la última hora que habían trabajado menos, porque tenía derecho a manifestar su bondad.

Queridos hermanos, Jesús nos da una enseñanza esencial y que es un eje vertebrador de su manera de vivir y que debe ser también el nuestro. La lógica del Reino es la Misericordia de Dios y, por lo tanto, la esencia de nuestro sacerdocio es la Misericordia.

¡Todo es Misericordia! Y esta es nuestra única paga Su Misericordia Infinita, que es Él mismo.

Ustedes también han elegido este Evangelio porque sienten que habla de su realidad, porque han sido llamados en distintos tiempos y en distintas circunstancias de la vida.

¡Qué misterio es el llamado de Dios!

En vos querido Oscar, a tu sesenta y seis años, después de haber vivido la mayor parte de tu vida como esposo, sentiste el llamado al servicio diaconal y habiéndote quedado viudo, después de un tiempo de discernimiento, estás ahora recibiendo el orden del presbiterado.

Y vos querido Gustavo, a tus 37 años, habiendo realizado un camino importante de formación, después de discernir tu vocación y tu pertenencia a esta Iglesia Particular, estas recibiendo el orden sacerdotal y comprometiendo toda tu vida al servicio de esta Iglesia concreta de Mercedes-Luján.

Es muy claro que El Señor los llama a trabajar a su viña porque necesita trabajadores de la Misericordia. Es urgente que el mundo conozca el verdadero Rostro de Dios, el que nos enseña Jesucristo, para que no se deje engañar con falsos dioses que no pueden salvar.

Por eso el Señor de la viña sale permanentemente a buscar trabajadores y lo definitivo es la respuesta inmediata al llamado que nos hace el Señor a trabajar para el Reino, sea en el momento y en la circunstancia de la vida que sea. Lo repito, lo definitivo no es ni la cantidad de tiempo trabajado, y ni siquiera cómo se trabajó. Lo decisivo es que el Señor llama y espera una respuesta. La mejor respuesta es la de María, la Madre del Señor y Madre nuestra: "Sí. Hágase en mí según tu Palabra". ¡Siempre Sí!

Doy gracias a Dios por el llamado que les hizo y por el sí de ustedes, porque serán dos nuevos trabajadores que se suman al cuerpo presbiteral que claro está, necesita de más pastores.

Me alegra mucho que estén aquí ustedes, queridos seminaristas, que se están preparando para ser, si Dios así lo quiere, sacerdotes. En definitiva, todo lo que están haciendo en este tiempo es para que el sí que darán frente a Dios y a su pueblo, sea transparente, libre, comprometido, auténtico, con todo el ser.

Permítanme darles tres consejos.

El primero: sean sacerdotes con un profundo sentido de ubicación. Resistan a la tentación de desubicarse. Y para esto, como nos pide Jesús, ubíquense en el último lugar, porque desde allí podrán tener una profunda comprensión de lo humano y de cada persona.

Aspirar a los primeros lugares, entrar en el juego del poder, es una forma de clericalismo que los va a matar primero a ustedes, luego a sus comunidades y harán un trabajo infecundo para el Reino. Tengan cuidado, porque les aseguro que esta desubicación se va dando de apoco, con pequeñas compensaciones al estilo de Pedro: "nosotros que lo hemos dejado todo, ¿qué nos tocará?" (Mt 19,27). ¡Tengan cuidado! No se dejen madrugar por el Maligno que se disfraza de argumentos como, por ejemplo: mostrarse frente a los otros como una pobre víctima y siempre cansado.

Sean sacerdotes de los últimos, con los últimos, por los últimos y entreguen la vida por ellos.

El segundo consejo que me permito darles es, que sean sacerdotes de una profunda sensibilidad, compasión, ternura, solidaridad.

Nosotros no entendemos la vida sin la presencia activa y amorosa de Dios y eso es lo que deseamos compartir. Para que así sea, debemos ser hombres extremadamente sensibles, compasivos, comprensivos de la realidad humana y de cada persona. Tengan palabras de aliento y de perdón. Siempre perdonen los pecados de los hermanos, siempre, y háganlo por la misericordia de Dios.

Recuerden que no nos hacemos sacerdotes para defender a Dios, Él no necesita de nosotros para defenderse. Al modo de Jesús, pónganse de parte de las personas, sean sus defensores, especialmente de todo lo que les haga perder la propia dignidad: todo tipo de males y muy especialmente por el misterio de la iniquidad y del pecado.

Necesitamos recordar perennemente que somos sacerdotes por la Misericordia de Dios.

Puede sucedernos como aquellos trabajadores de la primera hora, que creamos que podemos exigirle al Señor de la viña porque tenemos como un derecho adquirido. Podemos creer que este don del sacerdocio se nos debe, o lo merecemos. Pero todos sabemos que no es así.

Les pido por favor que nunca olviden que el Señor ha sido misericordioso con ustedes, por lo tanto, ustedes deben ser misericordiosos con todos y siempre. ¡No lo olviden nunca! ¡Siempre!

Además, el Señor es un buen pagador, que no dejará de sorprenderlos por tanto bien que irán recibiendo del Pueblo de Dios, simplemente, porque los reconoce sacerdotes de Jesús.

Queridos hermanos, para vivir ubicados en el último lugar y tener un corazón sensible al estilo de Jesús, no lo lograrán sino rezan en serio, con perseverancia, buscando de manera fiel la gracia de Dios. Este es mi tercer consejo, ¡ no dejen de rezar nunca!

Considero y se los digo desde una convicción muy profunda, que nuestro ministerio es absolutamente necesario para el mundo, pero, en algunos momentos, podrán experimentar que es poco significativo y tiene mucho de inutilidad. Recuerden por favor, que no trabajamos en la Viña del Señor para buscar resultados, lo hacemos porque el Señor así lo quiere y confiamos que todo nuestro trabajo tiene razón de ser en su Voluntad, en su mente, en su corazón.

Entonces, para mantenerse firmes en el ministerio sacerdotal, recen con piedad, recen con fervor, recen con tiempo. Mediten diariamente la Palabra del Señor y celebren diariamente la Eucaristía. Sean fieles al compromiso que ya asumieron al consagrarse diáconos y hoy renuevan, el de rezar todos los días en diversas horas por el pueblo de Dios.

Hace 40 años, que como ustedes hoy, estaba frente a mi obispo esperando que impusiera sus manos sobre mi cabeza, confiando que así, seria configurado misteriosamente sacerdote para siempre. Puedo decir con humildad que me había preparado con ganas, con pasión y creía saber de manera acabada lo que estaba haciendo. Pero les confieso, que la conciencia de mí ser y de mi hacer sacerdotal, fue llegando con el tiempo, que, además, han sido 40 años que pasaron de manera intensa y rápida.

Hoy, más consciente de este don, me siento infinitamente agradecido al Señor, a la Iglesia y a tantas hermanas y hermanos que me han sostenido con un inmenso compromiso de amor.

Creo en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Siento un inmenso amor por Jesús, por su Reino, por su Iglesia. Sé que todo, absolutamente todo, se lo debo a Él.

Me siento profundamente agradecido al Señor que me invito a trabajar a temprana edad. 24 años es una edad prematura, sin embargo, para aquella época, los jóvenes teníamos ganas de dar todo por alguna causa. A mí me sedujo el Señor y su Evangelio y nunca dude que valía la pena entregarme todo por Jesús y por su proyecto de Amor, por el mundo.

Deseo que sean tan felices como lo soy yo en este ministerio, en esta manera de vivir y de servir.

Lo último que quiero decirles, es que vivan en compañía de María, la Madre del Señor.

Nuestra Iglesia Particular tiene la gracia de tener en su seno a María de Luján. Les pido que, para no desubicarse y no perder sensibilidad, permanezcan cercanos a la Madre del Señor. Jamás se separen de ella.

Los recibimos con inmensa alegría en el cuerpo presbiteral que, junto a toda la Iglesia, estamos aprendiendo a ser sinodales, a caminar juntos.

Deseamos que sean muy buenos pastores. Los necesitamos.

Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes- Luján

¡Ave María Purísima!

Amados hermanos. Hoy todos somos peregrinos y buscamos un encuentro. Venimos a honrar a la Madre y ella nos acompaña al encuentro con Dios y los hermanos. La fe nos une y nos dinamiza. Nos hace caminar juntos, nos levanta la mirada y nos hace aspirar a bienes superiores. Por eso lo vivimos como una fiesta, por eso cantamos y nos alegramos.

La Palabra de Dios que acabamos de escuchar nos hace recorrer el camino de la Salvación obrado en favor nuestro a pesar de nuestro error y obstinación. Para lo cual Dios escogió a María para ser la Mujer nueva, prototipo de la nueva humanidad y modelo de la Iglesia.

Por ello, en primer lugar, el libro del Génesis nos muestra el pecado original con el que Adán y Eva, haciendo uso de su libertad, equivocaron el camino optando por desobedecer a Dios su Creador dejando en nosotros una tendencia a contradecir la verdad revelada, el orden natural establecido por el Creador, rechazando nuestra condición de hijos con la intención de hacernos iguales a Dios.

Fruto de esta desobediencia original sufrimos las terribles consecuencias de las guerras, el hambre, la injusticia, el desencuentro, los atropellos a la dignidad humana, el avance desmedido del narcotráfico y la inseguridad, el tráfico de personas, leyes que atentan contra la vida de los inocentes, la contaminación, la basura, la cultura del descarte, el deterioro de la calidad de la vida humana y la degradación social, la pérdida del sentido de la vida y la búsqueda desenfrenada del bienestar por medio del consumo que deja una estela de frustraciones y tristeza fruto de un corazón cómodo y avaro que solo quiere placeres superficiales sin importar la vida del otro.

Pero Dios nos ama inmensamente y por eso Pablo nos recuerda que fuimos bendecidos con toda clase de bendiciones, elegidos para ser santos e irreprochables ante El por el amor, y destinados a ser sus hijos y herederos. Es decir, Dios es fiel a pesar de nuestra infidelidad y dureza de corazón.

Por eso somos hombres y mujeres de esperanza. No nos desalentamos. Aunque estemos rodeados de males no bajamos los brazos, seguimos caminando y buscando el abrazo amoroso de Dios que nos busca incansablemente para devolvernos la dignidad de hijos que hemos perdido. Dios se hizo encontradizo en el hermano, por eso, abrazar al hermano y cuidar de él es abrazar también a Dios y dejarnos cuidar por El.

En el colmo de este amor y esta búsqueda de Dios escoge a María para ser Madre del Salvador. En el saludo del Angel, la primera invitación es a la alegría, al gozo, tanto por el contenido del mensaje del que es portador como por la condición que se revela cuando se refiere a Ella: “la llena de gracia”. Toda santa es María. La Inmaculada fue concebida sin mancha de pecado original. No solo preservada, sino, y sobre todo, llena de Dios.

María, la nueva Eva, nuestra Madre, es la creación más bella de Dios y la convirtió en el paradigma de una humanidad nueva. Es la joven misionera que llevando a Jesús en su vientre salió de su mundo para ir a ayudar a su prima Isabel.

Es la mujer nueva que nos inspira la esperanza de una nueva humanidad.

Por eso hoy cantamos las maravillas obradas por Dios en María y que nos llena de esperanza, porque lo que vemos realizado en ella es promesa también para nosotros.

* * *

El próximo domingo cumpliremos 40 años de vida democrática sin interrupciones. Mucho se ha dicho acerca de esto. No es este el momento para hacer un detallado análisis acerca de los logros y los fracasos. Pero sin dudas, orientados por los datos de la realidad tenemos que reconocer que haber llegado a tan altos índices de pobreza e indigencia no es fruto de la casualidad. Algo debemos haber hecho mal y necesitamos pensar qué es eso en lo que nos hemos equivocado. En algún punto del camino tomamos malas decisiones y es propio de las personas prudentes sentarse a reflexionar. Como sociedad necesitamos sentar cabeza y volver a empezar. No con el ánimo de los fanatismos ciegos que nos convierte en necios e incapaces de dialogar. Nuestra Patria está compuesta por un complejo conjunto de realidades plurales que si queremos ordenarlas y orientarlas constructivamente no podemos seguir por el camino del enfrentamiento apasionado e irracional. Es indispensable priorizar el bien común sobre el bien particular. El bien de todos, sin excluir a nadie, privilegiando a los más necesitados, construyendo sólidamente sobre la verdad y la justicia, sobre la dinámica del diálogo y el encuentro. Nuestra crisis no es solo de orden económico, nuestro sistema de valores y principios también está colapsando porque hemos perdido hasta el sentido de la verdad objetiva. El subjetivismo y el relativismo ya casi no nos permiten distinguir lo verdadero de lo falso, lo natural de lo antinatural. No reconocer el orden natural es no reconocer a Dios como creador de todas las cosas. Que estén proponiendo un nuevo diseño cultural global sin entender y observar el sabio orden establecido por Dios es entregarnos en manos de hábiles manipuladores que nos quieren manejar a su antojo y conveniencia.

El camino que nos espera es duro, áspero y empinado. Pero si es necesario transitarlo para llegar a buen puerto, hay que hacerlo. Poniendo nuestra mejor buena voluntad y tirando todos para el mismo lado, sin agachadas, mancomunadamente y en paz. Sobre todo eso, constructiva y laboriosamente en paz. Será un signo de madurez y sabiduría. Si así lo hacemos, las nuevas generaciones estarán agradecidas y nosotros orgullosos de haberlo logrado.

Que así sea.

¡Viva nuestra Madre Inmaculada!

Mons. José Antonio Diaz, obispo de Concepción