Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado (Lc 4, 16). Quisiera invitarlos, por un momento, a dejarnos llevar a “nuestro” Nazaret; volver a los lugares donde fuimos criados en la fe, a nuestras familias, a nuestros abuelos, a la parroquia de origen, al colegio, al seminario.
Volver a aquel momento y lugar en el que sentimos el llamado de Jesús; volver a los primeros pasos del discípulo que siguen al Maestro; volver al primer amor.
Pero no es un volver para quedarnos en el pasado, encadenados a recuerdos que pueden convertirse en pesadas lápidas, sino para, con memoria agradecida, retomar fuerzas, reenamorarnos del Señor, volver a decirle que “sí” y renovarnos en el compromiso con el presente; con este, nuestro tiempo, el único que tenemos. Muchos recordarán la frase de aquella película de animación del 2008: El ayer es historia, el mañana es un misterio, pero el hoy es un obsequio. Por eso se le llama presente.
Que podamos mirar el presente a los ojos y decirle con el Beato Enrique Angelelli: “Yo me siento feliz de vivir en la época en que vivo. Me parece importante vivir en esta época de cambios profundos, acelerados y universales. Me siento feliz de vivir en este momento lleno de esperanzas, siendo consciente a la vez, de la tensión que vivimos, de la dramática situación que vivimos”.[1]
Por eso, luego de leer el pasaje del libro de Isaías, Jesús se sienta y dice: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (Lc 4, 21)
Hoy... palabra tan corta y tan importante; un adverbio demostrativo que refiere al presente, a la actualidad. Sus antónimos son ayer, antaño y mañana. Quizás es bueno volver sobre el concepto, no por cuestiones gramaticales, sino para comprender todo el significado de ese hoy en boca de Jesús.
Pedro Casaldáliga describe nuestro hoy de una manera poética y profunda:
“Es tarde, pero es nuestra hora.
Es tarde, pero es todo el tiempo que tenemos a mano para hacer futuro.
Es tarde, pero somos nosotros esa hora tardía.
Es tarde, pero es madrugada si insistimos un poco”.[2]
Efectivamente en nuestro hoy experimentamos que es tarde. Es tarde porque hay muchos problemas y la realidad es muy compleja; es tarde, porque sentimos el peso del trabajo pastoral y el cansancio del agobio; aquel que Evagrio Póntico llamaba asedia, esa pereza y tristeza del alma de sentir que ya no podemos, que no damos más, que todo es muy difícil. Incluso el cansancio de uno mismo, un cansancio auto referencial, experimentando estrés, ansiedad, y un cierto desgano.
Y a la vez, como tantos habitantes de la ciudad, también hoy experimentamos la soledad, esa soledad no fecunda porque no surge de la consagración en el celibato, sino una soledad que duele; que como dice Francisco, se convierte en un infierno que nos quema por dentro.3] Una soledad ligada a algún viejo enojo o a una poda en el ministerio no resuelta. Una soledad que, con apariencia de bien, nos seduce, una soledad a la que nos terminamos acostumbrando. El Cardenal Bergoglio utilizaba una expresión gráfica para referirse a esta realidad: sacerdotes “isolados”, sacerdotes medio islas y medio solos.
Los animo a todos en el hoy a renovarnos en la conciencia de que somos un cuerpo presbiteral que quiere acompañarse en los cansancios y soledades; porque tal como escuchamos en la primera lectura, somos enviados a cambiar el abatimiento en canto de alabanza (Cfr Isaías 61, 3). Que este año jubilar sea un signo de esperanza acompañarnos más de cerca, estar atentos a los hermanos sacerdotes cansados y agobiados, a los que se sienten solos. Y a la vez, si vivimos ese desgano, esa soledad, ese abatimiento, dejarnos acompañar y ayudar.
Otra realidad que nos atraviesa es la grieta entre nosotros; grieta, herida, (o el nombre que cada uno prefiera darle), que puede ser ideológica, pero creo cada vez más, que principalmente es por razones afectivas. A veces nos tratamos mal, hablamos muy mal unos de otros; no nos miramos con misericordia; el enojo, la indiferencia, el chusmerío, parecen primar. Démonos otra oportunidad, vivamos la indulgencia entre nosotros hoy; no dejemos pasar más el tiempo. Como dije el 4 de diciembre: en el clero de Buenos Aires, démosle el dominio político al corazón.[4] Estamos llamados a vendar los corazones(cfr Is 61, 1) de los hermanos sacerdotes que nosotros mismos hemos herido con el dedo acusador, con frases hirientes, con comentarios crueles que, como piedras, lanzamos con impunidad.
También en el hoy, llevemos la Buena Noticia a los hermanos sacerdotes más pobres (cfr Is 61, 1); pobres porque sus ingresos son escasos, pobres porque sus comunidades y colegios tiene pocos recursos. Que en este año jubilar nos comprometamos a revertir la inequidad económica que a veces se da entre nosotros. Generemos un modo de solidaridad institucional; que con trasparencia hablemos del dinero, de los ingresos mínimos, pero también de los ingresos máximos. ¿Por qué no?
Que el Evangelio llegue al bolsillo, decía el Santo Cura Brochero. Justamente el documento final del Sínodo de los obispos resalta, en el estilo de vida de los pastores, la importancia de la trasparencia y la rendición de cuentas, inspirados en los valores del Evangelio.[5]
En el hoy, en este presente tan desafiante, así como la ciudad de Buenos Aires, vive la baja de natalidad, como Iglesia arquidiocesana también experimentamos la baja de vocaciones sacerdotales. Quisiera animarlos a redoblar nuestro compromiso pastoral en este tema; a ser sacerdotes enamorados de Cristo que lo dejan traslucir en sus diversas actividades; cercanos a los jóvenes, alegres discípulos misioneros de Cristo, que le gritan al mundo que vale la pena entregar la vida por el Reino de Dios, que Cristo no defrauda, que ya desde ahora, nos promete el ciento por uno (Cfr Mc 10, 30). Recordemos al Beato cardenal Pironio cuando decía: Para el mundo de hoy, tan sumido en la tristeza y en el desaliento, los sacerdotes debemos ser los permanentes testigos de la alegría y de la esperanza.[6]
No pongamos más aplazamientos, condiciones, demoras o excusas. Es hoy; esta en la hora de confiar en las promesas del Evangelio; aunque parezca ridículo, aunque resulte difícil, aunque la nostalgia nos tire hacia atrás y la ansiedad nos quiera llevar al futuro. Es hoy, esta es nuestra hora para vivir nuestro ministerio sacerdotal anclados en Cristo, nuestra esperanza.
Decía San Juan Pablo II a los sacerdotes un jueves santo como este: Si todos los días de nuestra vida están marcados por el gran misterio de la fe, el de hoy lo está de modo particular. Este es nuestro día con él. En este día nos encontramos juntos, en nuestra comunidad presbiteral, para que cada uno pueda contemplar más profundamente el misterio de aquel sacramento por medio del cual hemos sido constituidos en la Iglesia ministros del sacrificio sacerdotal de Cristo.[7]
Rompamos los muros de las lamentaciones por los sueños rotos, las promesas incumplidas y las heridas no cicatrizadas; recobremos la audacia y la creatividad apostólicas; es hoy cuando tiene que cumplirse la Palabra de Dios que acabamos de oír.
Y si bien es tarde, como decía la poesía, queremos, tercamente, de manera porfiada, persistir en el seguimiento del Maestro, dando testimonio con la vida de su Evangelio; porque estamos seguros que es madrugada si insistimos un poco, como locos enamorados de Cristo, que en el Jubileo de la esperanza vuelven a elegir al Señor que nos llama a vivir la fraternidad sacerdotal, la reconciliación y comunión presbiteral, la trasparencia y solidaridad entre nosotros de manera institucional; y, a la vez, nos invita a renovarnos en la pasión y la alegría en el ministerio para contagiar a otros a seguirlo consagrando sus vidas a Él, como lo hicimos nosotros desde nuestros Nazaret, hasta hoy.
Una vez más quiero agradecerles por su entrega generosa en las diversas tareas apostólicas y por su testimonio sacerdotal, gracias de verdad. Gracias por el compromiso con el anuncio del Evangelio en este hoy, en el momento actual que necesita tanto de Jesús.
Y en lo personal, gracias por su cercanía, por acompañarme en esta misión que Dios me confía, gracias por cada gesto de afecto, por la sinceridad, por su cariño, por la confianza, por la paciencia.
Que María, Madre de los sacerdotes, interceda por nosotros y nos haga peregrinos de esperanza en este tiempo presente, tan complejo y tan desafiante, para anunciar con creatividad y sin miedo al Dios de la Vida en nuestra querida ciudad de Buenos Aires, y así poder decir juntos con el Señor: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír.[8]
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
Jueves Santo 2025
Notas:
[1] Angelelli, Enrique, reportaje, en Revista Crisis 13, Buenos Aires mayo 1974.
[2]Casaldáliga, Pedro, Nuestra hora, en Antología poética, Madrid 2024.
[3]Cfr Francisco, Discurso a los miembros de la confederación de cooperativas italianas, Ciudad del Vaticano 2019.
[4] Cfr Francisco, Encíclica Dilexit nos 13, Ciudad del Vaticano 2024.
[5]Cfr XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión, Documento final 98, Ciudad del Vaticano 2024.
[6]Pironio, Eduardo, Reflexiones sobre la esperanza sacerdotal, en Palabras sacerdotales, Buenos Aires 1992.
[7] San Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes, Ciudad del Vaticano 1993.
[8] Lc 4, 21.