Madre... una vez más y como todos los años, aquí están tus hijos; tus hijos que vienen con los pies cansados, pero con el alma llena de emoción porque nos recibís con ese amor que sólo vos nos sabes dar.
A los pies de la cruz y a pesar de tanto dolor, le trasmitiste mucho amor a Jesús. Porque el amor es para dar, nadie se lo guarda. Y vos en ese momento tan terrible, le diste todo el amor de tu corazón a tu Hijo. Lo hiciste a través de tu mirada que, seguramente y sin palabras, le transmitía fuerza, ternura, y consuelo. Y con tu presencia, quebrada de dolor, pero de pie, cerca, bien cerca de su cruz.
Hoy nosotros también te venimos a decir que necesitamos de tu amor de Madre, ese amor que cura, ese amor que no juzga, ese amor que nos levanta y que nos anima en la esperanza. Llegamos aquí con nuestras cruces personales, con dolores y tristezas, cargando fracasos y broncas.
Por eso necesitamos de tu mirada, una mirada tierna que trasmite tanto, una mirada dulce que nos destapa el alma, una mirada llena de compasión y de cuidado.
Porque con su mirada, la Virgen nos dice que nos ama, que para ella todos somos importantes; su mirada no es un rayo láser que atraviesa y duele; es una caricia, que conforta nuestras vidas.
Y también María nos das tu amor con tu presencia maternal, porque no nos dejas solos, estás siempre con nosotros. Nos “bancas en todas”; y eso es amor de verdad.
Nuestros corazones son atraídos por su amor de Madre, por eso caminamos; ella nos anima en la esperanza. Con una Madre así, y a pesar de tantas cruces pesadas que carga nuestro pueblo, seguimos caminando; no aflojamos y nos comprometemos a no abandonar los sueños de construir un país más justo y más fraterno.
La Madre de Argentina nos impulsa a continuar el camino. Pero nos pide que lo hagamos unidos, que podamos también mirarnos entre nosotros con misericordia, y que estemos cerca de los que la están pasando mal. Porque como hijos de María, nos queremos parecer a Ella.
Peregrinamos muchos kilómetros; duelen los pies, duele la vida, pero, sin embargo, y sin que nadie nos empuje, seguimos caminando; y lo hacemos porque, como dice el Papa León, María encarna la esperanza, una esperanza que no nace en el ruido, sino en el silencio de una espera habitada por el amor.[1]
Caminar con esperanza es no aflojar, es confiar en los que van a nuestro lado, es no transformarnos en profetas de calamidades que sólo hacen diagnósticos de lo que ya sabemos que está mal porque lo vivimos todos los días; caminar con esperanza es ser agradecidos por las pequeñas cosas de todos los días; caminar con esperanza es no dejarnos ganar por el desaliento y la tristeza. Es seguir adelante, aunque por momentos, el egoísmo, la violencia, y la injusticia parezcan ganar.
Hay muchos hermanos en nuestro país que ya no tiene fuerzas para seguir, no encuentran sentido al camino de sus vidas, han detenido su marcha. Les pesa demasiado la pobreza, las consecuencias del narcotráfico, las enfermedades, la soledad. Por ellos también peregrinamos; los traemos en la mochila del alma; porque no queremos ser un pueblo indiferente ante tanto dolor, ni tampoco dejarnos ganar por la impotencia del “no se puede”.
Caminamos por los que no dan más; caminamos por nuestros abuelos; caminamos por nuestros adolescentes y jóvenes atravesados por la droga y el alcohol; caminamos por los que perdieron un ser querido víctima de la violencia; caminamos por los más pobres; caminamos por los niños; caminamos por las familias; caminamos por los que buscan trabajo; caminamos por nuestros sueños e ideales; caminamos por nuestra Patria.
Hoy le decimos a la Virgen de Luján que como pueblo no nos vamos a detener a pesar de las piedras y dificultades del camino; tampoco vamos a ir por atajos tramposos con propuestas facilistas y superficiales que nos prometen “espejitos de colores”.
Aquí junto a nuestra Madre nos comprometemos a seguir adelante, porque no está todo perdido. Podremos detener nuestros pies para descansar, pero no detendremos el corazón; porque estos corazones volverán a sus hogares movilizados por el amor de una Madre, que nunca nos deja solos y nos anima a caminar con esperanza, y a no claudicar en recorrer juntos caminos de fraternidad, de diálogo y de encuentro entre los argentinos.
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
5 de octubre 2025
Notas:
[1] Cfr León XIV, Audiencia general, Ciudad del Vaticano, 17 septiembre 2025.