Viernes 5 de septiembre de 2025

Mons. Castagna: 'El testimonio que los cristianos deben al mundo'

  • 5 de septiembre, 2025
  • Corrientes (AICA)
"La mejor disposición para la obra evangelizadora es la fidelidad a la acción del Espíritu Santo, mediante la oración constante y el compromiso generoso de la caridad", recordó el arzobispo.
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Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, consideró que "es preciso reconocer, en los escritos de los Padres, el contenido de fe que ha nutrido sustancialmente la vida de la Iglesia, durante su multisecular historia". 

"La santidad, que es obra del Espíritu, y que cuida el depósito de la fe, es el testimonio que los cristianos deben al mundo. No existe una eficaz evangelización sin el respaldo de la vida santa de los evangelizadores", destacó y profundizó: "Los mismos deben aportar hoy su docilidad a la gracia, y animar, desde la misma, sus palabras y sus vidas".

"Dios conforma la gracia de la conversión en la humilde disponibilidad de los auténticos cristianos. Por ello, la mejor disposición para la obra evangelizadora es la fidelidad a la acción del Espíritu Santo, mediante la oración constante y el compromiso generoso de la caridad. De esa manera, se desarrolla un proceso evangelizador capaz de avanzar sobre las mayores dificultades", sostuvo.

Texto de la sugerencia
1. El amor que debemos a Dios. Jesús aborda el tema del desprendimiento por amor. Él mismo se constituye en modelo perfecto, al alcance de quienes lo siguen. Su fidelidad a la verdad se expresa con términos inequívocos: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo" (Lucas 14, 26). La radicalidad de sus expresiones revela el amor que debemos a Dios. Desde su conciencia humana de ser Dios, igual al Padre y al Espíritu Santo, Jesús no puede más que reconocer el carácter absoluto del amor, que le debemos. El Hijo del hombre es el Verbo encarnado: la Palabra que es Dios, a cuyo acceso están destinados todos los hombres. Es un engaño anteponer al amor de Dios, cualquier otro amor, por más noble que sea. La centralidad del amor que debemos a Dios, nos capacita para amar a quienes debemos amar. Si no amamos a Dios -en Cristo que es Dios- no amaremos bien a quienes debemos amar: padres, hermanos esposos y amigos. La exclusión de Dios, de nuestras vidas, constituye la causa del pecado del mundo: el egoísmo, la mezquindad y toda forma de auto referencia, que niegue el amor que debemos a los otros. El odio, que genera toda forma de violencia, es exhibido en la sociedad como un estilo de insania moral. El Señor enseña a renunciar al pecado, después de haberlo denunciado como encumbramiento del propio yo: "El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo" (Lucas 14, 27). Cargar la cruz consiste en reconocer y padecer los propios límites y miserias, con una disposición sincera a la conversión. La vida cristiana se entiende como un proceso continuo de cambio, que incluye necesariamente un estado martirial y la muerte en cruz. Morir al pecado significa renunciar a una forma de ser y de hacer, que no responde a la novedad que Cristo personifica a la perfección. El Evangelio, como iniciador y perfeccionador de una nueva Vida, tiene su origen y fuente en la Resurrección del Señor. La Pascua de Cristo inaugura la Vida nueva, que exige la conformación moral que le corresponda.

2. La estratagema evangélica. Es preciso -a la luz de la Palabra- preparar el combate y asegurar el triunfo. Las estratagemas que inspira Jesús no son diversas de las que los hombres prudentes ponen al servicio de sus obras, o intentos de perfección: "¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentarse al que viene contra él con veinte mil?" (Lucas 14, 31). La estratagema evangélica posee otra orientación y finalidad. Es el momento de poner al servicio del Evangelio las legítimas estrategias. En otra ocasión, de su amplia predicación, Jesús declara y aclara su pensamiento: "Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas" (Mateo 10, 16). Cristo logra una sorprendente conciliación entre la astucia humana y la simplicidad evangélica. El cristiano no debe pecar de ingenuo, como tampoco le es lícito adoptar las tácticas mundanas para lograr, a toda costa, objetivos espurios, aparentemente bien intencionados. Los términos son conciliables. La inspiración diabólica los hace irreconciliables. Cristo vino a recomponer al hombre, no a hacerlo de nuevo. Su creación, que procede de Dios, "es buena" ciertamente. Debe ahora recuperar su bondad. La tarea misionera de Jesús está orientada a que los hombres recompongan la obra de Dios en ellos. Esa recomposición es obra exclusiva Suya, pero requiere que los hombres consientan en ella. Es fruto del esfuerzo ascético, al que los hombres están invitados, sustentado por la gracia que Cristo genera desde la Palabra y los sacramentos. No consiste en un vano "sacramentalismo", concentrado en la práctica de ritos, regulados por preceptos rígidos, impuestos al margen de la vida ordinaria. Es preciso revitalizar toda exigencia sacramental y desproveer de rigidez los preceptos y normas que intentan conceptualizarla. Para ello, habrá que volver a la simplicidad de la vida ordinaria, y, por lo mismo, a la observancia de la Palabra encarnada. Existe un fariseísmo, insuperado aún, que contamina de hipocresía el comportamiento religioso de quienes, no obstante, se autocalifican creyentes. Debemos estar atentos y no permitir el engaño, arteramente inspirado por el padre de la mentira. El mundo intenta apoyar sus criterios de vida en decisiones opuestas a los valores que la Palabra de Dios propone. Es clara la resistencia, por parte de la actual sociedad, a las inspiraciones de la Revelación divina. La predicación de los grandes Doctores de la Iglesia, como San Agustín, expone el contenido de la fe cristiana.

3. El testimonio que los cristianos deben al mundo. Es preciso reconocer, en los escritos de los Padres, el contenido de fe que ha nutrido sustancialmente la vida de la Iglesia, durante su multisecular historia. La santidad, que es obra del Espíritu, y que cuida el depósito de la fe, es el testimonio que los cristianos deben al mundo. No existe una eficaz evangelización sin el respaldo de la vida santa de los evangelizadores. Los mismos deben aportar hoy su docilidad a la gracia, y animar, desde la misma, sus palabras y sus vidas. Dios conforma la gracia de la conversión en la humilde disponibilidad de los auténticos cristianos. Por ello, la mejor disposición para la obra evangelizadora es la fidelidad a la acción del Espíritu Santo, mediante la oración constante y el compromiso generoso de la caridad. De esa manera, se desarrolla un proceso evangelizador capaz de avanzar sobre las mayores dificultades. El mundo se resiste a renunciar al pecado, que oculta la perspectiva de un posible y positivo cambio. El texto bíblico muestra el alcance de la gracia que Jesús ofrece: "De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo" (Lucas 14, 33). La renuncia a todo lo que es considerado propio, es una condición indispensable para ir en pos de Jesús. La exigencia no puede ser más radical. Los Apóstoles lo entendieron bien, y consintieron en dejarlo todo para ser considerados discípulos del Maestro. Para lograrlo se requiere el valor de desapegarse de todo lo que seduce al hombre, cuando se cierra a Dios. La conversión reclama renunciar a lo que se opone a la voluntad divina. Dios, en la persona de Cristo, es centro y referencia absoluta para la vida humana. No constituye una opción más, entre otras, sino la principal. Al no optar por Cristo los hombres descienden a una situación existencial de irremediable fracaso. San Pablo entiende que Cristo es nuestra vida, y que al margen de Él se produce la muerte. La marginación de Cristo, de la vida, constituye un estado, bastante generalizado en la actualidad, de desamparo y orfandad. La decisión de volver a Cristo implica un reencuentro con El, y el decidido sometimiento a sus enseñanzas.

4. Es preciso darlo todo. La exhortación de Jesús, a renunciar a todo -lo que creíamos poseer- cobra una particular importancia. No es fácil el desprendimiento -al que Jesús exhorta a sus discípulos- es una imitación del Padre, que ama hasta el don de su Hijo. Es preciso darlo todo, sin retener nada para sí. A la manera de Dios que, en el don de su Verbo, nos ofrece todo lo que posee y manifiesta cuanto nos ama. Lo mueve el amor y, al darnos a su Hijo divino, nos da todo lo que posee, sin pedirnos más que nuestro pobre amor: "Si, Dios amo tanto al mundo, que entrego a su Hijo único, para que todo el que crea en el no muera, sino que tenga Vida eterna" (Juan 3, 16). La Vida eterna procede de la aceptación de Cristo, Don del Padre. De esa manera, Dios se revela como el Padre que nos ama, por más pecadores que seamos.+