Viernes 31 de octubre de 2025

Mons. Castagna: 'En comunión con nuestros hermanos difuntos'

  • 31 de octubre, 2025
  • Corrientes (AICA)
"La práctica piadosa de la oración y, especialmente la Eucaristía nos convierten en beneficiarios más que en benefactores. Oremos generosamente por nuestros hermanos difuntos", pidió el arzobispo.
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Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó que "la fe y la esperanza nos orientan a vivir este misterio, a veces temible, con el gozo de la Pascua". 

"Nuestra fe es cierta porque Cristo ha resucitado (como afirma San Pablo), nos ha precedido, y se constituye en la Vida Eterna a la que aspiramos. Los fieles difuntos que están siendo purificados por el fuego divino del Espíritu Santo, nos han precedido y nos esperan", aseguró.

"La Iglesia nos asiste con la Palabra de Dios, de la que es depositaria, alentando en la fe y la esperanza nuestra vida terrestre, asediada por las crueles tentaciones del desierto".

El arzobispo destacó que "esta jornada litúrgica nos predispone para llegar a donde ellos, ya en los umbrales de la Casa paterna, esperan arribar". 

"Existe una práctica heroica de ofrecer todos los méritos -que logremos- por las benditas almas del Purgatorio. Ellas se ocuparán de nuestras necesidades desde su inigualable capacidad intercesora", indicó y agregó: "Orar por ellas atrae sobre nosotros su poderosa intercesión". 

"La práctica piadosa de la oración (el Santo Rosario) y, especialmente la Eucaristía nos convierten en beneficiarios más que en benefactores. Oremos generosamente por nuestros hermanos difuntos", concluyó.

Texto de la sugerencia
1. El misterio de la muerte. Coincide este domingo con la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. El anuncio especifica: "todos" los fieles difuntos, no "algunos". La Resurrección de Jesús abre a la esperanza cierta de nuestra propia resurrección. La angustia de aquellas santas mujeres prepara la sorpresa de que Cristo, sepultado allí el día anterior, ha desaparecido. La muerte es un hecho inevitable. La ciencia se empeñará en alejarla, pero, no conseguirá eliminarla. Su dimensión biológica no excluye a nadie y, después de algunos años se hace presente en todos los seres vivientes. La muerte no es desaparición sino transformación, para iniciar la eternidad. Esa eternidad podrá ser feliz o desafortunada. Depende del estado en el que se encuentren las personas. La Iglesia ora por los difuntos que han partido en estado de fidelidad al Señor. Es probable que muchos de ellos necesiten un toque final de purificación para el ingreso definitivo a la Casa paterna. El elemento purificador, que elimina todo vestigio de los pecados ya perdonados, emana del Corazón misericordioso de Dios. Es el Purgatorio. El fuego del Amor de Dios es el crisol donde los fieles difuntos son purificados, hasta hacerlos perfectos para el Cielo. La oración de la Iglesia acelera ese embellecimiento de las almas, ya santas por la gracia. La intercesión de la Iglesia militante, divinamente inspirada, se expresa en un culto propio, especialmente mediante la celebración de la Santa Misa. La eficacia sobrenatural de la misma proviene de la Redención que allí se actualiza. La celebración litúrgica de hoy se concentra en la Santa Misa. Los mismos Fieles Difuntos se convierten en poderosos intercesores de sus hermanos, que ahora lo son de ellos. La comunión de los santos incluye los diversos grados de pertenencia a la Iglesia: militante, purgante y triunfante. El vínculo que los relaciona es el amor de unos por los otros: aún en estado terrestre, o de purificación, o de plena beatitud. El Culto, por el que hoy recordamos a nuestros queridos difuntos, siempre ha manifestado una importancia destacada en la Iglesia. En él recordamos a nuestros difuntos amados y pedimos acelerar su purificación.

2. Las benditas almas del Purgatorio. Benditas porque son santas. El estado de purificación fortalece la orientación a la santidad, que es mantenida desde el Santo Bautismo. Procede de la capacidad de amar, en plena purificación y desarrollo. Por el contrario, el infierno es la absoluta incapacidad de amar. Quienes responden con amor a Dios, que los ama, están en gracia. Se enlazan con todos los que aman a Dios, constituyendo con ellos la Comunión de los Santos. Comprende a quienes viven en el amor de Dios: en el Cielo, en el Purgatorio y en el Mundo. Pensar en ellos infunde una gran confianza, en quienes estamos aún en la tierra. El empeño de vivir en gracia constituye la gran ilusión cristiana. El Venerable Papa Pio XII exhortaba a que el esfuerzo pastoral de la Iglesia, no se redujera a que los cristianos murieran en gracia -por la administración de los sacramentos-, sino que vivieran en gracia. Volviendo al tema de la Comunión de los Santos, que ciertamente otorga sentido a esta Celebración, recuperamos el valor de la oración por los Fieles Difuntos y la capacidad intercesora de la Iglesia "Cuerpo Místico de Cristo". El rico epulón, solicitaba al Padre Abraham que Lázaro mitigara, con una gota de agua, el tormento de su sed. El pobre rico se hallaba "sepultado" en un lugar inaccesible para quienes intentaran auxiliarlo. La descripción de esa impresionante parábola ofrece una triste conclusión: es inútil orar por quienes -Dios únicamente lo sabe- están "sepultados" en el infierno. La Escritura, en 2 Macabeos 12, 43-48, revela el poder de la oración por los difuntos, que la Iglesia retoma al orar por ellos, que estando en gracia, necesitan una eficaz purificación. Hoy, 2 de noviembre, nuestros Templos celebran una Liturgia propia, que atrae verdaderas multitudes, para recordar con hondo fervor a sus difuntos. Las Lecturas bíblicas y oraciones, ocasionalmente seleccionadas, orientan la actividad intercesora de la Iglesia. La Santa Misa es el epicentro de la devoción popular. Es allí donde la gracia de la Redención manifiesta su excepcional poder mediador. 

3.- El Culto y la misión intercesora de la Iglesia. El texto del Evangelio de San Lucas, referido al acontecimiento de la Resurrección, revela el sentido de la muerte, del que Cristo participa a los hombres, mediante su asombrosa Resurrección. La muerte dolorosa del Señor aparece vencedora de toda muerte, mediante el arribo a la Vida Nueva, en la que la muerte ha caducado definitivamente. María Magdalena, llora al que ya no está muerto: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?" No está aquí, ha resucitado" (Lucas 24, 5-6). Los Ángeles anuncian la Resurrección, ejecutada por el mismo Cristo: no ha sido "pasivamente" un resucitado sino que "ha resucitado", revelando su condición divina, que otorga Vida plena a la naturaleza humana que ha asumido en el Misterio de la Encarnación. Hecho uno de nosotros, ha compartido con nosotros su condición de Hijo de Dios. Desde entonces somos, por adopción, "hijos en el Hijo del Padre". Hoy celebramos el misterio de quienes ya son "hijos en el Hijo" pero que aún requieren de nuestra fraterna solidaridad. La logramos mediante la oración, particularmente cuando celebramos la Eucaristía. La Iglesia, consciente del poder intercesor, que le ha otorgado el mismo Cristo, dedica esta jornada a la oración por sus amados Fieles Difuntos. No se agota entre los términos de esta Liturgia. Constituye una presencia eficaz, que se expresa en el amplio campo de su misión intercesora y de su Culto. El recuerdo de nuestros queridos difuntos no se agota en una romántica ofrenda floral, no alcanzaría para establecer una cordial relación con ellos. Los cristianos, creemos que ellos están vivos en la eternidad. Nuestras plegarias contribuyen a que logren la plenitud de la Vida, con Jesús, a la derecha del Padre. Hoy los recordamos y les pedimos que nos recuerden. Nos necesitan, como Iglesia orante, y los necesitamos, como Iglesia purgante. Existe una sana tendencia a relacionarnos con nuestros amados muertos, vivos por la caridad. Entre ellos: familiares y amigos, superiores y subalternos, con quienes tuvimos la ocasión de compartir nuestro quehacer temporal. Ahora no los vemos, ni podemos escuchar sus voces, ni abrazarlos o golpearlos, pero los sabemos más presentes que cuando compartían con nosotros esta dimensión terrena de la vida. Nuestros muertos amados, que nos contemplan desde la misericordia de Dios, están presentes en nuestras vidas, saludablemente despojadas de sus miserias y pecados. Nos ven como nos ve Dios. Quizás con algunos de ellos no hemos mantenido aquí una relación muy cordial, pero ahora, superados nuestros límites y pecados, nos ven y aman como Dios nos ve y ama.

4. En comunión con nuestros hermanos difuntos. La fe y la esperanza nos orientan a vivir este misterio, a veces temible, con el gozo de la Pascua. Nuestra fe es cierta porque Cristo ha resucitado (San Pablo), nos ha precedido, y se constituye en la Vida Eterna a la que aspiramos. Los Fieles Difuntos que están siendo purificados por el fuego divino del Espíritu Santo, nos han precedido y nos esperan. La Iglesia nos asiste con la Palabra de Dios, de la que es depositaria, alentando en la fe y la esperanza nuestra vida terrestre, asediada por las crueles tentaciones del desierto. Esta jornada litúrgica nos predispone para llegar a donde ellos, ya en los umbrales de la Casa paterna, esperan arribar. Existe una práctica heroica de ofrecer todos los méritos -que logremos- por las benditas almas del Purgatorio. Ellas se ocuparán de nuestras necesidades desde su inigualable capacidad intercesora. Orar por ellas atrae sobre nosotros su poderosa intercesión. La práctica piadosa de la oración (el Santo Rosario) y, especialmente la Eucaristía nos convierten en beneficiarios más que en benefactores. Oremos generosamente por nuestros hermanos difuntos.+